Como el hidalgo caballero, pero sin Rocinante ni yelmo, Fabio de Minicis pasea por Barcelona obsesionado en ver cosas que solo sus ojos parecen ver. Letras. Y lo cierto es que, por loco que parezca, su instinto no le engaña. Están ahí. Perdidas en un mercadillo, o en el carro desvencijado del chatarrero que deambula frente a su estudio, o apoyadas junto a un árbol, o en el contenedor de deshechos de una obra, en cualquier rincón de la ciudad. Este artista argentino (Bahía Blanca, Buenos Aires) ha desarrollado con los años una inusual capacidad para mirar descifrando, y encontrar así las piezas de un puzzle que, ya terminado, ha bautizado con el nombre de Trash.
La pieza, un mural de 2×3 metros montado sobre cuatro paneles de madera, aglutina 27 letras y 9 números. Todos, objetos de deshecho encontrados al azar, abandonados en la calle y desposeídos de su función original, pero no de su capacidad comunicativa. De eso se ha encargado su creador. La mayoría de los elementos han sido colocados en el mural tal cual fueron hallados, sin variar su morfología original. Juntos forman un extravagante alfabeto, donde una canasta oxidada se vuelve ‘Q’, un rodillo de pintor es el ‘7’, el respaldo de una silla hace de ‘W’ y un viejo extractor de humos vuelve a la vida en forma de ‘O’ ¡Et voilà! La chatarra renace con una capacidad comunicativa casi infinita.
“Lo bonito de este tipo de alfabetos es que demuestran que no solo los seres vivos comunican cosas”, explica De Minicis. “También lo hacen las sillas, los marcos, las tuberías, ¡la basura! La gente que interioriza este concepto de comunicación de objetos inanimados luego me comenta que va viendo letras por ahí, en cada esquina. Lo verdaderamente apasionante para mí es que en una misma realidad cada ser humano ve cosas diferentes. Sé que puede sonar quijotesco, pero yo estoy convencido de que tiene que ver con la realidad que cada uno quiera ver”.
Y la realidad por donde cabalga De Minicis tiene grandes dosis de reciclaje. Fabio lleva años dejándose las uñas, clavándose astillas en los dedos y tiznándose de arriba abajo –de hecho, los cristales de sus gafas están decorados perpetuamente con motas de pintura blanca– para darle un nuevo uso a lo que alguien ya no quiere usar. “Lo de juntar trastos por la calle ya lo hacía en Argentina. Lo mejor aquí es que la gente se deshace de lo que no quiere de forma más organizada. Y esos días la calle se convierte en un bosque”.
En es terreno fértil para los deshechos, Fabio otea las esquinas como el hombre de campo las nubes. “Veo el objeto y pienso: ¿para qué demonios quiero eso? Luego me digo: ¿qué me transmite? ¿en qué puedo reconvertirlo? Y al final veo claramente cómo quiero reciclarlo. ¡De lo contrario solo sería un Diógenes!”. En la práctica, todo este diálogo mental se traduce, básicamente, en el típico ¿lo cojo o no lo cojo? Y en lo que dura ese impasse todo es posible. “Me vuelvo un tanto obsesivo. Por mi culpa se han cancelado sesiones de cine con los amigos porque he encontrado de camino alguna joya abandonada”.
El primero de esos objet trouvé y génesis del Trash fue un brazo de un perchero Thonet abandonado: la letra ‘S’. “Fue la que me empujó a comenzar todo el alfabeto, pero cada letra es importante. Son como hijos. Sé dónde las encontré y la historia que tengo con ellas”. Algunas, incluso, se transformaron en letra o número sin que el artista supiera a ciencia cierta cuáles eran sus usos originales. Es el caso de la ‘T’ o el ‘9’. Curiosos que pasan por el Espai Ku –el estudio-galería donde trabaja Fabio– le fueron ayudando a descifrar la historia de ambos objetos. “El primero es una perforadora de toneles de vino; y parece ser que el ‘9’ es un antiguo calentador de agua, o al menos eso comentaron dos empleados de Correos que vieron la obra”.
Es, precisamente, esa reacción que el mural despierta en el espectador lo que más emociona al caza-letras. Lo de que el mural sea considerado una pieza artística le trae más bien sin cuidado. «Yo trabajo en reformas, como obrero, haciendo baños, cocinas… y me apasiona. Pero también tengo mi parte de diseñador gráfico, de arquitecto, algo de artista, supongo. Imagínate, pues, el follón que supone todas estas influencias. Para mí, que tú te encuentres una ‘H’ por la calle y me llames para decírmelo… ¡eso es arte! Porque tiene que ver con esos pequeños detalles insignificantes de la vida». Juntar piezas de deshecho, agruparlas, darles sentido, exponerlas y que sucedan cosas alrededor de la obra es ya en sí mismo, quizás, un acto artístico. «Y si no, es igualmente fascinante».