El lenguaje de la derecha radical: tres casos desde los Estados Unidos de Trump

3 de marzo de 2025
3 de marzo de 2025
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Las democracias están en crisis y el mundo se inclina peligrosamente hacia la ultraderecha. Crecen la polarización y el desinterés por los sistemas políticos tradicionales y en medio del caos, los partidos de derecha radical ganan fuerza, aprovechándose de la incertidumbre social y económica. Capitalizan el malestar general y exacerban los miedos y preocupaciones de la gente. En lugar de propuestas claras, recurren a un discurso cargado de emociones, apelan a la indignación popular y proponen soluciones simples para problemas complejos. Y, de momento, parece que les funciona.

Un supuesto ataque contra la libertad de expresión

Hace unos días, el flamante nuevo vicepresidente de EEUU, J.D. Vance, se plantó frente a los líderes europeos en Múnich y les alertó del peligro que, según la administración Trump, muy cómoda en el bando de las ultraderechas mundiales, veía venir para los países del Viejo Continente. En su speech, Vance criticó las políticas europeas de lucha contra la desinformación. Según él, una de las principales amenazas para Europa viene de unos supuestos ataques contra la libertad de expresión y de la falta de voluntad política para tolerar los discursos de ultraderecha.

Frente a los líderes comunitarios, en Múnich, cuando la primera guerra europea a gran escala todavía mata, destruye y arrambla, un señor de Ohio les dijo a los europeos que el principal riesgo que corren no viene de Moscú, sino que es producto de su afición a la veracidad y su repulsa ante idearios que ensalzan la xenofobia o la homofobia. Lo hizo, además, desde un país que estaba en plena campaña electoral y llamado a acudir a las urnas en cuestión de semanas. Unos comicios en los que, por primera vez desde la II Guerra Mundial, un partido ultraderechista, Alternativa por Alemania  (AfD), se convirtió en la segunda fuerza política del país. Vance fue más allá, tras su discurso se reunió con una sola líder alemana, Alice Weidel, de AfD.

Como postulante a heredar el trono de Trump, Vance tiene una curiosa relación con la libertad de expresión. Una que, según Adam Serwer, redactor de The Atlantic, le lleva a aplicar un rasero diferente al discurso en función de si es de derechas o de izquierdas. Para Serwer, «la posición implícita de Vance es que los conservadores tienen el derecho, respaldado por el Estado, al uso de plataformas privadas; que el Estado puede y debe obligar a las empresas privadas a publicar discursos con los que esas empresas no estén de acuerdo, siempre y cuando ese discurso sea de derechas».

Así, según Vance, el principal problema de los europeos no es el avance de la ultraderecha, es la Digital Services Act (DSA). Esa directiva de la UE obliga a las plataformas a combatir los discursos de odio y la propaganda y les fuerza, además, a ser transparentes sobre la acción de sus algoritmos y sus políticas de moderación.

Para Vance, y la suya es la postura oficial de la Casa Blanca de Trump, combatir el extremismo en redes sociales es un ataque a la «libertad de expresión». Sin embargo, al usar un término como ese, «libertad de expresión», el número dos del gobierno americano enmascaró una política que favorece a partidos de extrema derecha y que socava valores democráticos fundamentales. Su retórica, al presentar a los partidos de extrema derecha como víctimas de censura, desvía la atención de sus argumentos divisivos, polarizadores y faltos de interés en plantear alternativas que buscan mejorar las condiciones materiales de los votantes.

Por encima de todo, discursos como el de Vance, que apelan a los principios democráticos mientras presentan a partidos populistas como defensores de la libertad de expresión y la democracia, amenazan seriamente los mismos valores que dicen tratar de proteger.

The enemy from within

Otra de las nociones que Trump y sus acólitos han puesto sobre la mesa intensivamente es la idea de que las democracias occidentales enfrentan un enemigo interno. Las tiranías suelen mantenerse mediante la configuración de un enemigo externo ante el que la sociedad debe ofrecer un frente unificado bajo el liderazgo del tirano.

Es una idea que también alimenta los discursos de ultraderecha. Nosotros, los de aquí, los de siempre, debemos enfrentarnos a ellos, los otros, los de fuera, los diferentes. Así, Rusia tiene en frente a Occidente, China a Estados Unidos y Vox a los inmigrantes. La clave está en la creación de una otredad que permita justificar la xenofobia y los desmanes discriminatorios.

De esa forma, este uso del lenguaje no solo busca captar la atención, sino también tiene como objetivo dividir. Ofrece una narrativa en la que la sociedad se divide entre buenos y malos, una categoría que, a menudo, se otorga en función del nacimiento. Permite, además, tachar a las instituciones democráticas como cómplices de un supuesto «orden mundial» que ilegítimamente se impone sobre la gente.

Encontramos esta noción en el manifiesto contra la tiranía del historiador Timothy Snyder. En su libro, el profesor se refiere al uso que Hitler (y Trump) han hecho del lenguaje. «La gente siempre se refiere a unas personas y no a otras» explica el profesor, y añade: «cualquier intento de las personas libres de entender el mundo de una manera diferente es difamar al líder (o, como lo expresa el presidente [Trump], una calumnia)».

En Múnich, Vance echó mano de una retórica que se expresaba en esta línea con una novedad: el enemigo al que, decía, se enfrentaba Europa no era externo sino interno. The enemy from within, el enemigo de dentro. Vance no es el primero en echar mano de esta retórica; su jefe, Donald Trump, ya la utilizó durante su campaña electoral.

Fue en octubre del año pasado, a menos de un mes de las elecciones presidenciales de EEUU. Trump, entonces en plena campaña, participó en una entrevista ante las cámaras de la cadena amiga Fox News. Allí, el primer presidente de Estados Unidos condenado por un delito advirtió a sus compatriotas de que pensaba que «el mayor problema» de su país era «el enemigo de dentro». Uno que según el magnate estaba formado por «gente enferma» y «lunáticos de izquierda radical». Unas palabras con las que el candidato dividía a la población de su país en dos grupos: los suyos, y los otros, los enemigos.

Pero en aquella entrevista Trump fue todavía más lejos. El magnate abrió la posibilidad de usar al ejército para imponerse a aquellos a los que acababa de etiquetar como enemigos. «Debería ser gestionado con facilidad, si es necesario, por la Guardia Nacional, o, si es realmente necesario, por el ejército, porque no podemos dejar que suceda», dijo el que estaba a punto de convertirse en el 47º presidente de EEUU sobre sus compatriotas.

DOGE

El ataque de la derecha ultra a las hechuras democráticas hoy tiene un puntal adicional en Estados Unidos. Está relacionado con Elon Musk, al que Donald Trump ha nombrado recortador en jefe y al que ha colocado al frente de un departamento de nombre sonoro. Un punto al que el multimillonario sudafricano ha llegado después de protagonizar un absurdo viaje hacia la derecha de la derecha que, de ser un votante de izquierdas convencido, le ha llevado a convertirse en responsable de esquilmar (y pervertir) el gobierno federal de EEUU.

La labor de Musk al frente del ente encargado de reducir el estado social de EEUU a su mínima expresión comenzó con un tuit del dueño de Tesla en el que afirmaba que estaría dispuesto a encabezar una agencia gubernamental bajo el nombre de DOGE. Este nombre de cariz humorístico —en inglés se usa para referirse cariñosamente a un perro—, cumple una función crucial en la labor de Musk a las órdenes de Trump: camuflar los objetivos reales de las acciones del hombre más rico del planeta.

Una cuestión a la que dedicaron una entrada en Framelab, el blog del gurú político George Lakoff, autor del libro No pienses en un elefante, responsable de la popularidad del uso de los marcos de pensamiento como herramienta política. Según esa entrada, que firma el periodista y asesor político, Gil Durán, el nombre del ente que dirige Musk funciona como un término orwelliano que propicia una desconexión entre el término y aquello a lo que hace referencia.

En teoría, el ente que encabeza Musk se llama DOGE porque son las siglas de Department of Government Efficiency, o, en español: Departamento de Eficiencia Gubernamental. Una calificación que, según Framelab, no podría alejarse más del objeto que describe:

«Primero, el proyecto de Musk no es un departamento oficial del gobierno federal. Por lo tanto, no es correcto llamarlo como uno. En segundo lugar, dado que el objetivo del proyecto de Musk es claramente la destrucción, sería incorrecto etiquetarlo de eficiencia. La eficiencia es cuando haces que algo funcione mejor. Musk claramente busca eliminar, no mejorar, grandes partes del gobierno. Finalmente, Musk ha bautizado su proyecto en honor a un meme, DOGE, una estafa de criptomonedas llamada así por un perro Shiba Inu que se volvió viral en redes sociales. Está tomándolo todo como si fuera una broma. Pero la destrucción del gobierno es una cuestión muy seria, y no hay ninguna razón por la que todos debamos participar automáticamente de las payasadas juveniles de Musk».

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No es la única realidad que oculta el nombre de DOGE. Parte de los esfuerzos del magnate sudafricano al frente de su legión de recortadores irían dirigidos a eliminar funcionarios díscolos, entendidos como trabajadores públicos que puedan oponerse en parte o por completo a los planes de Donald Trump. El mismo Musk lo afirmó cuando se refirió a los funcionarios estadounidenses como parte de un «cuarto» poder del Estado. Uno que, según dijo, «no es electivo» y es, además, «inconstitucional».

«Si la burocracia está al cargo, entonces ¿qué significado tiene la democracia, en realidad?», lo resumía el hombre más rico del mundo durante una aparición conjunta con Trump en el despacho oval. La realidad es que, como sabe cualquiera con cierta familiaridad con el sistema de las Administraciones públicas, el funcionariado rara vez actúa de forma autónoma. Más bien se adapta a las prioridades y mandatos del gobierno en ejercicio.

El ataque de Musk contra los trabajadores del gobierno federal tiene como objetivo ocultar que la Administración Trump lo que quiere es una fuerza laboral obediente que olvide su papel de guardarraíl democrático. El propio Trump afirmó con frecuencia en campaña que uno de sus planes para su segundo mandato era deshacerse de todos aquellos funcionarios que habían tenido la desfachatez de oponerse a sus instintos más autoritarios. ¿La mejor parte? Que Musk ha afirmado que sus ataques contra el funcionariado van a «restaurar la democracia». A nosotros nos gusta más el nombre que proponen desde Framelab para la iniciativa DOGE de Musk: Destruction of Government by Elon (Destrucción del Gobierno por Elon).

La lengua, campo de batalla

Estos ejemplos reflejan la importancia del plano discursivo como terreno en el que se libra la batalla ideológica. De ahí que Timothy Snyder incluya entre sus consejos para evitar el establecimiento de tiranías la noción de que debemos ser amables con nuestra lengua. Cuidarla y mimarla en un momento en el que las pantallas y las formas de comunicación audiovisuales se imponen por goleada.

Así, dice Snyder, «mirar las pantallas quizá sea inevitable», pero para poder extraer sentido de lo que nos muestran, debemos poder «recurrir a un arsenal mental que hayamos desarrollado en otro lugar». Porque, «cuando repetimos las mismas palabras y frases que aparecen en los medios de comunicación diarios, aceptamos la ausencia de un marco más amplio».

Crear un marco alternativo requiere manejar un mayor número de conceptos, «y tener más conceptos requiere leer». Porque acumular palabras nos salva de tener que usar las que otros eligen para nosotros. Y eso es crucial cuando el objetivo de los que las eligen es acabar con la gobernanza colectiva.

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