Tras su ruptura con Sigmund Freud, el psiquiatra Carl Gustav Jung entró en una profunda depresión que le provocó brotes psicóticos en los que experimentó intensas alucinaciones, algunas de las cuales consideró trágicas premoniciones. Lejos de amedrentarse ante esa inestable situación mental, Jung decidió dejar de pensar y «abandonarse conscientemente a los impulsos del inconsciente», hasta averiguar cuál era la razón por la que se le había mostrado esa nueva realidad. La experiencia, además de alimentar las investigaciones posteriores del suizo y sentar las bases de sus principales teorías de la psicología analítica, dio lugar a uno de los libros más bellos jamás creados: El Libro Rojo.
Aunque resulte paradójico, durante décadas, uno de los libros claves para entender la obra y el pensamiento del psiquiatra Carl Gustav Jung estuvo guardado en una caja de seguridad de un banco suizo. Apenas un centenar de personas había podido contemplar esa obra apasionante, hermética, delirante, hermosa e increíble, a partes iguales, a consecuencia de la negativa de los herederos del psiquiatra a que fuera expuesto al público o incluso editado, provocando así que la fuente de la que se habían derivado buena parte de las investigaciones psicológicas del siglo XX permaneciera aún inédita en el siglo XXI.
Mientras estudiaba en la universidad, Carl Gustav Jung había barajado la posibilidad de dedicarse a la medicina interna, pero la lectura de un tratado de psiquiatría hizo que se decantase por esta especialidad. Al finalizar la carrera, comenzó a trabajar en un manicomio donde fue testigo de los tratamientos a los que eran sometidos los pacientes, personas que en muchos casos eran diagnosticados como enfermos neuróticos cuando en realidad eran víctimas de una contradicción entre su realidad y la realidad social que vivían, una dificultad que podría subsanarse liberando esas zonas de la personalidad afectadas por dicho conflicto con un tratamiento basado en la palabra y el análisis del inconsciente.
Defensor de individualizar el tratamiento según el paciente (una de las cosas que lo separarían de Freud, más amigo de tratamientos aplicables a todos los pacientes de forma universal), Jung desarrolló sus propios métodos de análisis, como la asociación espontánea de palabras, a la vez que prestaba mucha atención a las teorías de interpretación de los sueños de Freud de las que, en un primer momento, llegaría a reconocer que no tenía conocimientos suficientes como para saber si eran correctas o no (luego sí, y de qué manera).
Durante años, Carl Gustav Jung y Sigmund Freud se profesaron una sincera y mutua admiración. Sin embargo, allá por 1913 consideraron que sus discrepancias a la hora de entender el psicoanálisis resultaban insalvables y que era mejor que acabasen totalmente con su relación tanto profesional como personal. A pesar de esta decisión más o menos consensuada (lo cierto es que parece que fue Freud el que dijo eso de «es mejor que nos demos un tiempo… que empecemos a ver a otras personas»), ambos quedaron sumidos en una gran tristeza que, en el caso de Jung, derivó en una profunda depresión con brotes psicóticos y alucinaciones que el científico interpretó como premoniciones de graves acontecimientos.
En dichas alucinaciones se le presentaron unas figuras claves que, aunque irían mudando de nombre y aspecto a lo largo del tiempo, sentarían las bases de las teorías posteriores de los arquetipos y el inconsciente colectivo. En concreto, se trataba del sabio, de su propio yo, de la mujer y del héroe (en forma de un anciano, una sombra, una mujer joven y una serpiente respectivamente) que le fueron revelando secretos sobre su persona y le avanzaron acontecimientos como el estallido de la Primera Guerra Mundial. Convencido de la trascendencia y verdad de esas experiencias interiores, Jung decidió anotarlas, primero en varios libros encuadernados en tapas negras, y más tarde en un grueso tomo encuadernado en cuero rojo y que, aunque llevaba el título de Liber Novus, pronto comenzó a ser conocido como El Libro Rojo.
Si bien el contenido de los libros negros y el libro rojo es prácticamente el mismo, los textos del Libro Rojo están redactados con una mayor calidad literaria, además de estar caligrafiados a plumilla en letra gótica e iluminados con asombrosas imágenes realizadas con pinceles y témperas por Jung. Un trabajo en el que está muy presente la influencia de los códices medievales, los libros de William Blake o los mandalas.
En total son más de 200 páginas (el volumen original tiene alrededor de 600, lo que supone que más de 300 quedaron en blanco) en las que, a través de diálogos y narraciones, sentencias en latín vulgar o citas del Bhagavad-gita, se cuenta la historia de un hombre, el propio autor que, tras perder su alma, sale en su búsqueda y, tras mil vicisitudes y aventuras, acaba recuperándola.
Gracias a la experiencia del Libro Rojo, Jung afirmó que «existen otras cosas en el alma que no hago yo, sino que ocurren por sí mismas y tienen su propia vida», conclusión a partir de la cual desarrollaría la idea de que hay una conexión entre la estructura de la psique y sus manifestaciones culturales. Esta era la razón por la que era necesario incorporar al análisis y tratamiento de las psicopatías elementos procedentes de disciplinas ajenas a esa ciencia, pero presentes en la realidad del sujeto como la antropología, el arte, la mitología, la religión, la filosofía y, por qué no, los ovnis, los extraterrestres o la alquimia.
Es justamente la alquimia la que precipitará el fin del Libro Rojo. En 1928, Richard Wilhelm, traductor al alemán de textos clásicos chinos como el I Chin, le envió un ejemplar del libro Flor de oro que acababa de volcar al alemán. Se trataba de un tratado taoísta y alquímico que, cuando fue leído por el suizo dos años después, hizo que abandonase la tarea a la que llevaba dedicado dieciséis años.
Según Jung, gracias a ese texto místico, el contenido de su libro encontró su lugar en la realidad, razón por la que ya no podía seguir trabajando más en él. A pesar de ello, en 1959, intentaría retomar la obra sin ningún éxito. Su deseo era incorporar un último fragmento dedicado a la llegada de la muerte pero, finalmente, acabó desarrollando un diálogo entre los personajes principales de la mujer, el viejo y la serpiente, dando así lugar a un final un tanto abrupto.
De entre las diferentes organizaciones dedicadas a la obra de Jung, la Bollingen Foundation asumió el reto de publicar la obras completas del psiquiatra suizo. Su intención era incluir los textos canónicos y aquellos otros que estaban inéditos, entre los que se encontraba El Libro Rojo, pero siempre se toparon con la oposición de los herederos.
Hubo que esperar a la creación de la Philemon Foundation (que lleva el nombre de uno de los personajes de la obra, concretamente el viejo sabio, que en una de sus mutaciones adquirirá el nombre de Filemón) para que los herederos aceptaran que el libro pudiera ser escaneado y posteriormente publicado en una edición facsímil, que reproduce las páginas a su tamaño original e incluye el texto en letra de imprenta para su más fácil lectura.
La primera versión que se editó fue la inglesa, a la que siguieron la alemana, la española y, en la actualidad, ya es posible encontrar El Libro Rojo en una edición de bolsillo sin la reproducción de las páginas calígrafas y los dibujos, e incluso una versión Kindle, para los junguianos más modernos.
Como suele ocurrir, la publicación de El Libro Rojo fue acogida con división de opiniones. Para algunos su lectura es una actividad apasionante y absorbente. Para otros, un texto hermético. Para muchos, una sucesión de majaderías y sinsentidos impropios de un señor que es considerado una de las mentes más brillantes del psicoanálisis del siglo XX junto a Freud y Lacan.
Sea como fuere, y dejando a un lado las pendencias entre escuelas psicoanalíticas, El Libro Rojo es una asombrosa e hipnótica pieza de arte, muy posiblemente arte bruto, sí, pero arte al fin y al cabo.
El libro loco de Jung
