Cuando don Osmundo nació, ya vino al mundo con una singular característica: su ansia por la comida. Se agarraba al pecho de su madre con codicia, como si aquella fuera la última leche que iba a tomar en su corta vida. Según iba creciendo, lejos de moderarse, esa hambre voraz se hizo cada vez más intenso. No comía, devoraba. Apenas masticaba los alimentos y se servía las viandas en el plato hasta que rebosaba. Era realmente desagradable verle comer. Así que don Osmundo desconocía qué era aquello de una cena en familia o con amigos. Siempre comía solo. Pero no le importaba demasiado.
Cierto día, llegó a él la noticia de la apertura de un nuevo restaurante en la ciudad. No era uno cualquiera: aquel estaba regentado por el chef de moda en todos los circuitos gastronómicos mundiales y prometía una experiencia única en lo que a buena cocina se refería. Mil veces trató de reservar mesa en él y mil veces la respuesta fue no. Hasta el famoso cocinero había llegado la desagradable fama de comedor compulsivo que tenía don Osmundo. Pero cuando el voraz cliente se presentó en la puerta del local y ofreció al cocinero una suma indecente de dinero por cerrar el restaurante solo para él aquel día, se acabaron las negativas.
Los platos salían de uno en uno de la cocina humeantes, deliciosos, delicadamente presentados para alimentar todos los sentidos. Pero don Osmundo no se andaba con sutilezas y los engullía sin apenas respirar. Tanto comió que cuando llegó a su casa se rozó con la esquina puntiaguda de una mesa y explotó. Cuentan los testigos que las vísceras de don Osmundo, aún voraces, seguían comiendo el papel pintado de las paredes que ahora las sustentaban.
El relato de hoy es algo gore, lo reconozco. Pero ojalá sirva para ilustrar hasta qué punto abusamos del uso del gerundio y nos provoque el mismo hartazgo. Un uso que, en la mayoría de las situaciones, es erróneo.
El gerundio debe reservarse para expresar acciones simultáneas o cuando una es inmediatamente anterior a la otra. Sin embargo, no dejamos de ver cosas como *«La avioneta se estrelló muriendo todos sus ocupantes» o *«Estudió en Madrid yendo después a Oxford». Es lo que se conoce como gerundio de posteridad y su uso es incorrecto.
Tampoco es correcto el modo en que la Administración usa este tiempo verbal haciéndolo funcionar como un adjetivo: *«el reglamento prohibiendo el consumo de tabaco» o *«el acuerdo estableciendo el reparto de escaños». ¡Qué rimbombante! Lo correcto sería: «el reglamento que prohíbe» o «el acuerdo que establece». No es tan complicado, ¿no? Y así nos entendemos todos.
Este postureo también es típico de los anuncios de empleo: *«Se busca auxiliar administrativo hablando inglés y alemán». Menudo loro, todo el día rajando. ¿No es mejor alguien que hable esos dos idiomas, y dejemos al gerundio descansar?
Conviene también evitar lo que se conoce como gerundio partitivo: *«Se celebraron varios actos, siendo el principal la entrega de premios». La solución es fácil: sustituid ese siendo por una conjunción y ya lo tenéis: «Se celebraron varios actos, y el principal fue la entrega de premios». Un consejo: para hacer alarde de un lenguaje culto, no hace falta tanto gerundio. Palabrita del niño Jesús.
Estando leyendo y yo entendiendo . . .