A poco que se tenga un poco de intención de cambiar, cualquiera puede darse cuenta de que la mayor parte de formas de llevar un negocio ofrece alternativas que lo pueden hacer más sostenible. La industria cosmética ha llevado tradicionalmente encima la cruz del testeo en animales, la contaminación generada en sus procesos de fabricación. Pero aquí, también hay alternativa.
Las causas se las podríamos dejar a los especialistas aunque, puestos a barajar posibilidades, la masiva implantación de internet y del comercio electrónico ha dado visibilidad a opciones que estaban fuera de foco no hace demasiado tiempo. Pasó con la música y pasa con todo tipo de productos. El hecho de que estemos en un momento histórico que replantea mucho de lo que se consideraba como casi intocable, hace que se tengan en cuenta caminos alternativos por los que hacer transcurrir la vida. Y están dejando de ser alternativos para llegar a ser populares.
El cambio vino cuando los productos de belleza que intentan reducir su impacto en el medio ambiente comenzaron a cuidar su diseño, su composición y su posicionamiento adoptando una imagen menos ‘alternativa’. Como cuenta Mar Masulli, creadora de Etiqueta Bio, «durante mucho tiempo se ha visto que estos productos eran poco atractivos, de texturas medianamente agradables para los sentidos y poco refinados». La industria cosmética había comenzado un proceso para maquillar sus vergüenzas.
Masulli dejó su vida como ejecutiva en la gran empresa -había trabajado en IBM, BT Global Services o Ernst & Young- para montar su propio negocio. «Decidí crear mi propia compañía con un enfoque muy consciente del impacto que ésta tiene en la sociedad», explica.
Masulli de percató de que en España había un nicho que no estaba siendo satisfecho. Ahí se lanzó. «No encontraba los productos de cuidado personal que sí conseguía en otros países de Europa. Fue ahí cuando me lo tomé más en serio. Analicé cómo habían evolucionado, y comencé a plantearme la forma de acercárselos a gente como que se interesa en productos ecológicos», dice.
La industria ha superado, al parecer, el testeo en animales, caballo de batalla de los grupo ecologistas durante años. «Lo que me inspira de la cosmética orgánica es que va más allá del producto», cuenta Masulli. «Se trata de generar y fomentar empleo, de utilizar ingredientes provenientes de la agricultura ecológica sin transgénicos, sin derivados del petróleo, sin colorantes ni perfumes artificiales». Además, se aplican formulaciones sencillas -«menos es más», dice Masulli-, criterios de selección de proveedores cercanos para evitar transportes innecesarios y un packaging que sea sostenible.
La fabricación de estos productos se hace sin productos tóxicos como derivados del petróleo, parabenos, colorantes, solventes o metales. Los perfumes proceden de materias primas de origen natural o alcohol de trigo biológico. Además, se eliminan los embalajes innecesarios y los que sí se utilizan son, por supuesto, reciclables. «Muchos consumidores actuales de cosmética ecológica son personas que han desarrollado alergias e intolerancias derivadas de un uso prolongado de productos con concentrados químicos».