El particular horror vacui de Glasgow

24 de junio de 2013
24 de junio de 2013
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La Industrial fue más Revolución en Glasgow que en cualquier otro lugar de Escocia. Los yacimientos de Lanarkshire le proporcionaron durante años cantidades ingentes de hierro y carbón que sus numerosas fábricas supieron fagocitar de forma productiva. Y de los astilleros que pululaban las orillas del Clyde, el mismo río que tres centenares de años atrás se convirtió en la puerta de entrada de los productos del Nuevo Mundo al viejo continente, salieron más de la mitad de los barcos que se fabricaron en Reino Unido durante el siglo XIX. El futuro pintaba bien para Glasgow, la segunda ciudad del Imperio Británico y cuarto núcleo de población de Europa (después de Londres, París y Berlín) en época victoriana.

Pocos podían imaginar que el siglo siguiente abriera con una Gran Guerra y una no menos Gran Depresión económica, y que ambas truncarían su porvenir industrial. Ya nada volvería a ser igual. Por si quedaba alguna duda, el resurgir de Alemania y Japón tras la II Guerra Mundial no hizo sino dar la puntilla a la crisis de la ciudad escocesa, incapaz de competir con la capacidad industrial de ambos países. Aunque solo le bastaron unos cuantos años para perpetrar su remontada. Si bien nunca volvería a recuperar su peso en la industria naval ni en la pesada, Glasgow acabaría el XX como la ciudad escocesa más moderna, bulliciosa, cosmopolita, capaz de rivalizar, y en muchos aspectos (como en población, por ejemplo) superar a Edimburgo, gracias al desarrollo de sectores como servicios, tecnología y turismo.
La siguiente recaída de la ciudad coincidiría con la experimentada por el resto del mundo occidental. Aunque la dichosa y compartida crisis tiene una peculiaridad en Glasgow; y es que allí se puede medir en metros cuadrados. Son los de los numerosos terrenos que han quedado en desuso debido a la recesión económica actual y a la decadencia industrial de décadas pasadas, y que superan al total de los solares vacíos del resto de las ciudades escocesas.
Adiós, vacío, adiós
Las iniciativas privadas para reconvertir estos espacios se han frenado en seco en los últimos años debido, cómo no, a la propia crisis. Desde 2007 a 2011, el número de solicitudes de planificación urbanística en la ciudad ha caído un 25%. Pero, aunque las arcas municipales no están para muchas alegrías, las autoridades locales no han desatendido el problema que supone el abandono de estos terrenos dentro del perímetro urbano. Hace tres años, el Ayuntamiento, en colaboración con la Glasgow Housing Association, inició un plan para fomentar el uso temporal y de ocio de muchos de estos espacios.
El propósito de la iniciativa era dar pie a las solicitudes de particulares para transformar estos espacios, conocidos desde entonces como Stalled Spaces. Y parece que está dando resultado porque, desde 2010, más de 200 voluntarios trabajan en diversos proyectos desarrollados en los hasta entonces desocupados terrenos de la ciudad.
Muchos de ellos están relacionados con la horticultura. Varios de estos espacios se han reconvertido en parcelas en las que los ciudadanos cultivan sus plantas ornamentales o sus huertos, cuyos productos consumen y comparten con el resto de sus vecinos. Incluso dos escuelas de la ciudad han conseguido, con el programa educativo Food Miles Education Pack, que el cultivo de frutas y hortalizas sea ya un recurso utilizado por todas las escuelas de primaria de la ciudad y que sea reconocido por el Currículum de Excelencia de Escocia.
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Además de huertos, jardines o zonas deportivas, en los solares de Glasgow también han surgido cines al aire libre y espacios para la creación, gracias, en parte al apoyo económico que la agencia estatal Creative Scotland viene aportando desde 2012.

15 hectáreas recuperadas
Hasta la fecha, son ya 50 los espacios abandonados que han sido reconvertidos a través del programa. En total, más de 15 hectáreas de terreno, nueve de las cuales se encuentran dentro de las zonas más deprimidas de la ciudad, lo que le da aún más valor a la iniciativa. Todo ello no habría sido posible sin la labor de los 230 voluntarios y de las más de 2.000 horas de trabajo que llevan invertidas en los diversos proyectos, ni de las comunidades de apoyo que ya han recaudado más de 585.000 euros para la causa. A esto hay que sumar la contribución de la administración local, que además de facilitar ayuda técnica a los vecinos que no acaban de atreverse a poner en marcha sus ideas, lleva invertido hasta el momento algo más de 65.000 euros.
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El éxito de Stalled Spaces ya tiene reconocimiento oficial: el premio City to City Barcelona FAD Awards. Y también tiene una clara explicación. O quizá, varias. La primera radica en que se trata de una iniciativa que forma parte de un proyecto global para revitalizar la ciudad. Como explica Seamus Connelly, uno de los promotores del proyecto desde el ayuntamiento de la ciudad, “Stalled Spaces no nace como algo aislado sino dentro de un conjunto de estrategias para mejorar el medio ambiente y la cohesión social de la ciudad”, y añade que, “dada su buena acogida, el proyecto será incluido en el próximo Plan de Desarrollo Local de la Ciudad y de la Glasgow Open Space Strategy, que se completarán este año. Asimismo, formará parte de la estrategia de la ciudad que se extiende a partir de 2013 -2017”.

_MG_0553 Otra razón de su éxito es que el peso de Stalled Spaces recae directamente en la ciudadanía. Son los vecinos los que proponen qué hacer con el terreno, cómo reconvertirlo para que sea más útil para su ciudad. Algo que, según los promotores de la iniciativa, aumenta la estima de los ciudadanos por su entorno, crea redes de confianza y “empodera a la sociedad civil en la propuesta y gestión de nuevos espacios urbanos”.
La temporalidad de los proyectos es otra de las claves de los buenos resultados de Stalled Spaces ya que al tratarse de iniciativas con fecha de caducidad, los vecinos se animan a proponer nuevas ideas y ponerlas en marcha. Además, los procesos de cesión y ejecución suelen verse reducidos bastante en el tiempo respecto a otras propuestas definitivas.
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Malmö: Un jardín de techos verdes

Hace unos años, a Augustenborg no se le podía calificar precisamente como una exclusiva zona de Malmö. Muchos de sus habitantes miraban con pánico al cielo porque con cada lluvia sus patios y sótanos quedaban completamente inundados. Fue a partir de 1998, con la puesta en marcha del programa Ekostaden, cuando Augustenborg comienza a quitarse la vitola de gueto y a transformarse en uno de los distritos más prósperos de la ciudad. Desde entonces, no solo se ha reducido la emigración del barrio, sino que la ocupación se ha elevado un 30%. Los 14,2 millones de euros invertidos para instalar más de 10.000 metros cuadrados de techos verdes son los artífices de esta metamorfosis.
Además de reducir las corrientes de agua y las inundaciones, la vegetación en los tejados absorbe gran parte del agua de la lluvia y la devuelve a la atmósfera mediante transpiración (algo así como el equivalente a 325.000 bañeras llenas de agua evaporada al año).
Fue en 2001 cuando se inauguró el primer jardín de techos verdes de la ciudad, el primero del mundo. Hoy cuenta con 9.500 metros cuadrados y ha incrementado la biodiversidad de la ciudad en un 50%. Por eso y porque, entre otras cuestiones, el proyecto es un ejemplo de participación ciudadana (más de 3.000 ciudadanos han colaborado en él) y de cooperación entre ayuntamiento y empresas privadas, Ekostaden se ha hecho con una mención en los premios City to City.
Ciudad del Cabo: De la cola del paro al huerto
Mujer, madre y/o abuela, negra y en situación de desempleo. Es el perfil del 60% de los participantes del Farmers of Home, el proyecto que pretende lograr que 3.000 parados de Ciudad del Cabo se conviertan en microagricultores y que se ha hecho con otra de las menciones de la pasada edición de los City to City. Hasta el momento, ya han conseguido que 100 personas en situación de desempleo hayan pasado a ser semicomerciales de 25 huertos comunitarios. Los promotores de la iniciativa esperan que a estos últimos se sumen 30 más. Una ambición que se sustenta en muchas razones. La más evidente y humanitaria es que cada día 15.000 personas se alimentan gracias a los productos Farmers of Home, que, a su vez, dan trabajo a algunos de los sectores más desfavorecidos de la población. Y a esos motivos hay que sumar otros como el cambio en el paisaje urbano que ha propiciado el proyecto, tornando terrenos áridos en huertos verdes y fértiles.
La productividad de la iniciativa da pie a pensar que el objetivo ambicionado es más que posible: mientras que el coste total por microagricultor es de unos 100 rands al mes (unos 8, 23 euros), los beneficios netos para estos ascienden a 300 (cerca de 25 euros). En el plano ecológico, el plan también ha demostrado su efectividad puesto que con Farmers of Home se consigue ahorrar entre 1 y 2 toneladas de carbono por hectárea.

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