El principito: manual del explorador de fantasía

23 de septiembre de 2014
23 de septiembre de 2014
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El ventilador del techo de mi habitación con sus aspas de madera falsa y la lámpara como una tachuela me recuerdan a la hélice de un avión de otros tiempos. Un avión como los que pilotaba Antoine de Saint-Exupéry, el autor de El principito.

Quizá Saint-Exupéry sea el escritor del que más fotografías se tiene dentro de un avión, asomando la cabeza por la ventanilla o junto a un aeroplano con el uniforme de piloto civil y militar.

El avión era su trabajo, su pasión y el vehículo para observar a las musas… Quizá, solo desde más de dos mil pies podía comprender el mundo, a las personas y ordenar las palabras de manera bella.

Siento la necesidad de releer El principito, y, tras hacerlo, se me agolpan un buen puñado de ideas. Un libro vuelto a leer veinte años después es otro libro, o quizá uno es otro y cree encontrar en él nuevos significados.

Un lector podría considerar El principito como un tratado sociológico; quizá otro, como un manual de enamoramiento (con el zorro domesticado como maestro). Para mi es un tratado de instrucciones para soñar y hacer soñar.

EL PRINCIPITO, MANUAL PARA SOÑADORES

El principito es la encarnación del artista que abandona la obra, explora, tontea con otras historias y retoma la creación original para darle impulso.

El asteroide B 612, el hogar del príncipe, es un espacio limpio y ordenado, con volcanes a los que cuidar. Solo en este espacio puede el pequeño percatarse de lo nuevo, como un brote, un misterio, porque puede ser un baobab o una rosa.

EL NACIMIENTO DE LAS IDEAS

El pequeño príncipe advierte que es preciso arrancar de cuajo los baobabs en cuanto aparecen. Estos pueden crecer hasta hundir sus raíces en el reducido planeta y hacerlo estallar. Los baobabs son la imagen de los malos pensamientos, esos que si se enquistan pueden transformar al artista en un monstruo o un loco. (De todos es sabido que algunos de los hombres más crueles de la historia fueron poetas, pintores y músicos que no arrancaron los baobabs que anidaron).

El principito sabe distinguir un baobab del comienzo de una rosa, una idea que crece lenta, con ciertas dificultades y que, cuando aparentemente ha crecido, aún sigue siendo débil. Hay que protegerla del frío, hay que alimentarla… La rosa es la idea que no puede morir de indiferencia.

Pero el príncipe se cansa porque la rosa, como una idea, puede llegar a ser exigente, muy suya. Este es el momento en el que pequeño, con el artista inconstante, se aleja de la idea llevado por una bandada de aves, como una musa que parece hermosa y te arranca de un sitio a otro.

LA SOMBRAS DE LOS ARTISTAS

Los pequeños planetas llenos de pequeños hombres que se creen grandes, u hombres grandes que se creen pequeños, están llenos de espejos del artistas.

El rey que está sumido en lo que puede ser y no puede ser, en lo que es posible y no es posible. El rey castra posibilidades. Por eso, el principito huye de él.

El hombre vanidoso que desea el aplauso sin méritos es el artista que aún no ha creado nada y se ve a sí mismo como un genio. Es el artista cobarde.
El hombre de negocios es el asesino de ideas, como se deja claro con sus palabras:

—Cuando eres el primero en tener una idea, la haces patentar: es tuya.

Cuando el pequeño príncipe pregunta por qué, el hombre de negocios dice que para guardarlas, para recontarlas. Estas son ideas secuestradas. Ideas sin más fin que acumular polvo.

El farolero es el artista atrapado en la rutina, el que se olvida de soñar, porque el farolero no duerme, enciende y apaga el farol de manera mecánica, sin ninguna necesidad, en vez de atender los deseos de su cuerpo y de su mente.

El viejo que escribe libros de geografía, pero desconoce su pequeño planeta, es el artista que no se alimenta de realidades, que no explora, que permanece en estado pasivo. El artista que presume saber de todo, pero no sabe de lo que acontece en la vida.

Ya en la Tierra, el principito descubre la verdad sobre las ideas, la pasión y el amor. El zorro del desierto es el maestro, lo salvaje. Así aprende que la rosa de su pequeño planeta es como un millón de ellas, pero que es única porque él la ha cuidado, mimado, le ha susurrado. La rosa como una idea única, que lo es por el tiempo empleado en ella, por haberla protegido del viento del descontento o la desidia, de los baobabs —lo oscuro, lo siniestro— que reclaman su espacio en la mente y el corazón.

Durante el recorrido del principito por el mundo, algunos regalos… Las cajas cerradas contienen posibilidades, así que es mejor abrirlas tarde. No hay que ganar 58 minutos para perderlos poco después, es mejor emplearlos en acercarse a una fuente.

Los niños pegan sus naricitas en las ventanas de los trenes; los adultos están ocupados en dejar pasar lo esencial...

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