No olvides poner la X en la casilla de la Iglesia… de Satán

28 de junio de 2017
28 de junio de 2017
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elproceso
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Ahora que se acerca el final de la campaña de la Renta, no te olvides de tu aportación a una de las iglesias más interesantes de las últimas décadas: El Proceso.

También conocida como La Iglesia del Juicio Final, esta organización de origen inglés operó en Estados Unidos en las postrimerías del movimiento hippie, un momento en el que la violencia y las drogas ya habían marchitado las flores del verano del amor.

La editorial La Felguera ha recuperado en una nueva edición los textos de esta iglesia alrededor de la cual orbitaron personajes como Mick Jagger, Marianne Faithfull o Charles Manson.

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INTERIOR DÍA: Un grupo de individuos ataviados con ropas negras, capas del mismo color y crucifijos plateados entra en las oficinas de la revista San Francisco Oracle. Van acompañados de perros pastores alemanes. Su intención es confraternizar con los hippies y trasmitirles la buena nueva que les había sido revelada. Instantes después son expulsados por esos mismos jipis entre burlas y abucheos.

EXTERIOR DÍA: Una típica familia norteamericana formada por un padre, una madre y dos hijos —un varoncito y una niña—, aparca su automóvil ranchera a las puertas de Best Friend. Estos prototipos de WASP estadounidenses desean adoptar una mascota en ese idílico refugio para animales abandonados. Después de dejarse aconsejar por uno de los responsables del lugar, la familia regresa feliz a casa con un nuevo miembro: un cachorro de pastor alemán.

La primera escena es de 1968; la segunda, de 1982. Entre una y otra hay más de 20 años de diferencia. La misma que separa el cenit del ocaso de La Iglesia del Juicio Final, una organización fundada por Robert y Mary Ann De Grimston, dos antiguos simpatizantes de la Cienciología que decidieron establecerse por su cuenta.

Después de un análisis de las Escrituras, ni mejor ni peor que otros, este matrimonio concluyó que la Biblia no era un texto de paz, sino de guerra: «Cristo dijo: Amad a vuestros enemigos. El enemigo de Cristo era Satán y el enemigo de Satanás era Cristo. A través del Amor se destruye la enemistad. A través del Amor, el santo y el pecador destruyen la enemistad entre ellos. A través del Amor, Cristo y Satanás han destruido su enemistad y se han unido para el Final; Cristo para juzgar, Satanás para ejecutar la sentencia».

Ese es el primer párrafo de La Unidad de Cristo, un texto de El Proceso publicado en 1967. Este escrito se completaba con otros en los que, por ejemplo, se reconocía la existencia de tres dioses: Jehová, Lucifer y Satanás. Para los procesanos, cada ser humano tenía parte de esos tres dioses, aunque en diferente proporción. Los luciferinos eran, a grandes rasgos, amantes de la diversión; los jehovanos, intransigentes y los adoradores de satán, violentos.

Como de luciferinos y jehovanos andaban más o menos bien surtidos, los miembros de El Proceso decidieron buscar a los satánicos entre los miembros de los Ángeles del Infierno. No fue buena idea. Los motoristas del averno no rendían pleitesía a Satán, sino que defendían sus propios intereses, para lo cual no dudaban en robar, pegar palizas o trapichear con droga.

A pesar de estos inconvenientes, los miembros de El Proceso siguieron adelante con su misión. Montaron templos en diferentes ciudades de Estados Unidos, fundaron su propio grupo de rock, contactaron con Stan Lee para entrevistarle en su revista, colocaron a Marianne Faithfull en la portada de uno de los números e incluso abrieron un local en el que organizaban sesiones de meditación, proyectaban películas y servían copas.


Al igual que los jóvenes californianos de la época, El Proceso buscaba la paz, el autoconocimiento, la superación de los miedos individuales, el crecimiento personal, el amor al prójimo y el fin de la culpa.

Según El Proceso, «la esencia del conflicto es la culpa. Yo te culpo. Tú me culpas. Yo creo que tú estás «equivocado». Tú crees que yo estoy «equivocado». Yo creo que tú eres «malo». Tú crees que yo soy «malo». Ese es un estado de mutua culpa. Y el resultado inevitable es el conflicto. Y mientras la culpa continúe, el conflicto continuará (…). Si dejamos de pensar que el otro está equivocado, dejaremos de culparlo. Y si los dos dejamos de culpar, entonces no habrá más enemistad, no habrá más conflicto».

Si era tan sencillo como eso, si gracias a El Proceso Cristo y Satán podían ser amigos, ¿por qué su doctrina no lograba calar entre los hippies? Tal vez la razón fuera que, además de contra los motoristas infernales, los procesanos se dieron de bruces con la violencia y las drogas que habían comenzado a diezmar a los jóvenes del barrio de Haight Ashbury.

Por si no fuera suficiente, los asesinatos de Tate-La Bianca y la sospecha –alimentada por los medios de comunicación— de que Charles Manson había estado en contacto con El Proceso, acabaron de dar la estocada a esta iglesia que, aunque no había venido «a traer la paz, sino la espada», defendía la armonía entre los seres humanos.



Unos años después, el divorcio de Robert y Mary Ann De Grimston hizo que el grupo se disolviese definitivamente. Algunos miembros decidieron continuar viviendo y trabajando en comunidad pero, como en el caso del refugio para animales Best Friend, prefirieron ocultar sus orígenes esotéricos.

A pesar de ello, la historia de El Proceso no cayó en el olvido. Recientemente se ha estrenado Sympathy for the Devil, un documental sobre la organización. Además, importantes figuras de la contracultura y los movimientos pop como la líder de Psychic TV Genesis P-Orridge o Dwid Hellion, de la banda de hardcore Integrity, se han interesado por La Iglesia del Juicio Final, sus publicaciones, su estética y su mensaje.


De hecho, Hellion ha sido el autor elegido para prologar A la guerra con Satán. La Iglesia del Juicio Final & El Proceso, volumen que, después de años descatalogado, ha vuelto a ser editado por La Felguera. En él, además de dicho prólogo y artículos sobre El Proceso, se reproducen textos y fotografías que explican la historia de esta particular Iglesia que, por lo que se ve, no fue del todo bien entendida.

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