A estas alturas, todo aquel músico que pretenda subsistir con la venta de sus canciones tiene que reinventarse de forma constante para llegar no solo a quienes ya le siguen la pista, sino también a todos aquellos que aún no le han escuchado. Permanente actividad en redes sociales, campañas para que el público participe en alguna canción del disco, visitas a todos los programas de radio y televisión habidos y por haber y, por supuesto, un vídeo musical. Nadie quiere alejarse del persuasivo poder de YouTube.
Pese a lo extraño e incómodo que a pueda resultar a los puristas, millones de personas de todo el mundo se decantan por utilizar la plataforma de Google para escuchar los temas de sus grupos favoritos. De ahí que podamos deducir que, más allá de la música, nos encanta ver representado aquello que nos cuentan las letras. Pero esto no es nada novedoso. De hecho, ya lo comprobaron E. B. Marks y Joseph W. Stern cuando, a finales del siglo XVIII, diseñaron la primera campaña de marketing para una canción.
Su objetivo, a diferencia de lo que ocurre hoy en día, no era reventar las pistas de baile ni llenar el Madison Square Garden. Ellos se conformaban con vender muchas de sus partituras. Cuando en 1894 Mr. Marks, un vendedor ambulante de ojos y huesos de ballena, y su socio Mr. Stern, un comerciante de corbatas, decidieron fundar la firma Edward B. Marks Music Company, tenían claro cómo conquistar al gran público.
Su propósito no era otro que convertir su canción The little lost child en un éxito de masas. En el sótano de Manhattan, sin ellos saberlo, iban a revolucionar para siempre el mundo de la música. En pleno corazón de Nueva York, estos tipos tuvieron la corazonada de que, para encandilar al público, debían acompañar sus melodías con imágenes. Cien años antes de la aparición de YouTube, Marks y Stern crearon las illustrated songs (canciones ilustradas).
Aún muy lejos de la concepción que la generación youtuber tiene de un videoclip, la fórmula por la que apostaron estos visionarios fue interpretar la canción – un vocalista acompañado de un pianista –, mientras a su espalda se proyectaban unas imágenes a color, por regla general pintadas a mano. Cada canción solía acompañarse de entre 12 y 16 instantáneas que, de una forma u otra, ilustraban aquello que contaba la letra. Además, para animar al respetable a sumarse al espectáculo y, de paso, contagiarles con la música, la última diapositiva incluía la letra del estribillo.
Estos breves espectáculos tuvieron su gran auge con la apertura de los primeros cines en Estados Unidos. Entre 1895 y el fin de la era del cine mudo, allá por 1929, las canciones ilustradas sirvieron para amenizar las pausas entre la proyección de una película y otra. Mientras el responsable del cine rebobinaba aquellos inmensos rollos de celuloide, tomaban el escenario vocalista y pianista para entretener al respetable y permitir a los compositores hacer caja con sus creaciones.
Porque, al igual que sucede ahora, aquellos músicos tenían que reinventarse si querían ganarse la vida subiéndose a un escenario. Así, las canciones ilustradas se convirtieron en una primitiva forma de marketing. Esta mezcla de música y pintura acabó por convertirse en la fórmula propicia para dar a conocer nuevos temas, en un momento en que la forma más usual de rentabilizar la música era la venta de entradas a los espectáculos.
Para proyectar las ilustraciones utilizaban un artilugio conocido como estereopticón. Este proyector incoporaba dos cañones de luz para que la transición de una imagen a otra no fuera tan brusca, disolviendo el intervalo en una especie de fundido a negro. El funcionamiento del esteropticón era similar al de una linterna mágica, muy popular en el siglo XVII, pero proporcionaba mayor claridad y tamaño a la proyección.
Las canciones ilustradas gozaban de tal fama que algunas de las modelos que posaron para ilustrar las imágenes acabaron por convertirse en estrellas del cine mudo. A pesar del esfuerzo de los productores para que no triunfasen, y pudieran permitirse exigir una subida salarial, Norma Talmadge y Alice Joyce llegaron a ser actrices conocidas en aquella época.
Las ilustraciones vuelven a pintar la música
En plena era de YouTube hay quien ha querido rescatar la esencia de las canciones ilustradas que idearon E. B. Marks y Joseph W. Stern. La artista española Bárbara Ana Gómez, residente en Londres, ha rescatado la esencia de aquella proyección con sus ilustraciones, que parten de la sensación que le transmiten ciertas canciones.
Con su proyecto IllustratedSongs.com, más que reflejar las historias como hacían los creadores de Edward B. Marks Music Company, Gómez pretende trasladar al lienzo aquello que le inspiran los temas de Mumford & Sons, Laura Marling o Arcade Fire. «Todas las canciones que he ilustrado están entre mis favoritas. Pero no todas mis canciones favoritas me inspiran para hacer una ilustración», confiesa esta ilustradora.
Una iniciativa para recordar aquellos tiempos en que los músicos se valían de su voz y las imágenes solo ilustraban. Ahora no todos pueden decir lo mismo.