Mi amigo Jorge me mandó una curiosa receta del Pollo al Ayuntamiento y me dio que pensar. Sobre la receta del éxito, no del pollo. Hoy en día el éxito lo definen ingredientes cada vez más pequeños.
Hoy todos conjugamos cuestiones técnicas como si fuéramos ingenieros. Nos afecta el precio psicológico, la usabilidad, hasta la camisa del vendedor y las ganas que tenga de hablar. Nos parece una razón de compra la compatibilidad, el ahorrro energético, la tacticidad (si es que existe el palabro), el envase reciclable… O cuestiones más pijas como que el lugar tenga un parking grande o no, que el aire acondicionado esté demasiado alto, el rótulo en catalán o un reportaje comparativo en prensa.
También nos parece excluyente el que te cobren o no las bolsas, lo que te han contado, lo feo que es el logo, lo machacona que es una marca en publicidad, lo mal que te cae el actor que hace tal anuncio, la teleoperadora de media tarde, esa lata de atún que se abre fatal, la fama de que se rompe enseguida, la prisa que tienes, lo que dice el telediario de si es buen momento o no de comprarte una tele. Y si una marca salva todo eso, quizás justo ese día la competencia sale con un 30% más de chocolate.
Es tan fácil cogerle manía a una marca… O perder una venta. Es tan frágil el proceso de compra que yo, de verdad, sigo admirándome de la moral que tenemos quienes día tras día nos dedicamos a pensar en cómo agradar al consumidor. Qué poco importa el Todo si falla en una cosita, quizá una pulgada que el departamento de producto no consideró crítica, quizás unas plazas de parking pequeñas…
El exceso de oferta lleva a este tipo de situaciones. Pero me van a perdonar que yo, una vez más, abogue por que el consumidor llegue a la compra con la decisión tomada. O sea, que prácticamente venga enamorado de la marca de casa. Ese puntito de afecto ya creado para saltar los obstáculos artificiales que se encuentre sin problemas.
Hacerlo tan bien, tan bien, que no se barajen opciones. No es fácil conseguir esto para un champú anticaspa, por ejemplo, pero me encantaría pensar que al menos la estrategia fuera seguir intentándolo… Es como si hoy ya se renunciara a la batalla mental y se dejara todo a las técnicas de codazos en el punto de venta.
¡Ah! ¿Que cuál era la receta del Pollo al Ayuntamiento? Bueno, lo había dejado en el aire premeditadamente… No tiene nada que ver con el tema. Perdón por la licencia pero a veces la intriga es un factor que se debe gestionar. La receta consistía en ponerle al pollo una corbata, unos chorizos al lado y dejar que se haga rico, rico…