En el ojo ajeno: Ese amigo al que es mejor cancelar

cambiar de trabajo

Yo tenía un amigo de toda la vida al que mandé a tomar por seguiriyas hace unos años. Compartimos varios años por trabajo, esos años que se iban amontonando uno detrás de otro como los fascículos. Todos iguales. Numerados y sin vida.

No recuerdo en qué momento las conversaciones se volvieron monotemáticas sobre lo mal que estaba en su trabajo. Ya no recuerdo otra conversación que no fuera esa. Cualquier encuentro se convertía en un quejido interminable. Un monólogo lastimero y repetitivo que cada vez me tocaba más las bulerías. Solo hablaba de vivir en un día de la marmota deprimente: que ganaba poco, que todo estaba mal hecho y que su opinión no le importaba a nadie.

Al principio, yo le dedicaba tiempo para que entendiera que todo dependía de él. Que el mundo ahí fuera no le estaba buscando y que nunca llegaría una llamada que solucionaría el resto de su vida y reconocería su enorme talento. El día que me pillaba con ánimo trabajábamos en un plan. Una lista. Un guía-burros, un haz esto o lo otro, un ‘espabila de una santa vez’ para dummys. Yo siempre intentaba que hubiera algo concreto que hacer. Una tecla que tocar. Que al menos pasara algo…

Una de esas veces decidí hacer seguimiento. Le llamé yo para ver cómo avanzaba el plan. Y se ofendió. Él, por supuesto, no había dado ni siquiera el primer y minúsculo paso. Ni siquiera había hecho esa insignificante gestión que quizás generaría una segunda. Ni esa actualización de perfil, ni ese mensaje, ni esa llamada, ni esa…. nada.  Nada de nada. Entendí que quejarse era un modo de vida. Es como automedicarse. Ese día yo me convertí en un cretino para él. Me convertí en alguien incómodo a quien rendir cuentas, no alguien a quien llenar el hombro de mocos.

Aquel día rompí con él. Nunca más una queja, ni esa melancolía densa. Entendí que en algún momento hay que elegir la cuesta arriba para que la vida no sea una larguísima cuesta abajo hacia el infierno. La única recompensa de dejarse hundir en el fandango es que al final no tengas ganas ni de tener ganas.

Hoy, 15 años después, me he acordado de él y me he puesto a pensar cómo será su vida. Calculo que ganará un 30% más. Mas por IPC que por méritos propios. Seguirá llevando un traje aburrido, pero varias tallas más grandes. Habrá encontrado un cuadro con el que lastimarse por soleás y gente afín que le doble las palmas en su funeral. Pensará en la jubilación, los días de vacaciones y el convenio.

Hoy hace 15 años que rompí con mi trayectoria profesional y no he vuelto a saber nada de aquel otro yo tan patético.

¿Qué opinas?

Último número ya disponible

#143 Verano 25

Sobre nosotros

Yorokobu es una publicación hecha por personas de esas con sus brazos y piernas —por suerte para todos—, que se alimentan casi a diario.
Patrick Thomas

Suscríbete a nuestra Newsletter >>