—Mi suegra me espera para comer —dijo él subiéndose la cremallera de los pantalones.
Ella se subía las bragas dando la espalda a su compañero de oficina. Frente a ella tenía la mesa desordenada contra la que había aplastado sus pechos.
—¿Cierras? —sin mirarla a los ojos.
—Sí —recolocando la falda.
—Hasta el lunes.
En el baño de la oficina ella se pasó toallitas húmedas por el cuerpo y se retocó el maquillaje. Roció el despachó con ambientador olor a pino; echó un vistazo a la hoja de Excel antes de enviarla a las oficinas centrales.
***
Llegó a casa media hora más tarde de lo habitual.
—Has tardado mucho —el marido, en chándal y zapatillas, repantingado en el sofá con las noticias de deporte
—Un atasco.
—¿Qué vamos a comer?
—Espera un minuto que me relaje —dijo ella después de un resoplido.
—A ti no te gusta cómo cocino.
Ella abrió el frigorífico; después, la alacena. Sopa de sobre quiera el niño o no; filete de pollo quiera el caballero o no, pensó.
—Ha llegado la carta de la contribución —dijo a gritos removiendo la sopa—. ¿La pagamos este mes o el siguiente?
—¿Me traes una cerveza?
Él no respondió a la pregunta. Ella llevó la cerveza. De vuelta a la cocina un «pop» llamó su atención. El móvil del marido estaba bajo un trapo en la encimera. Cotilleó. Un Whatsapp de una mujer en sujetador, otra, con morritos. Volvió a dejar el móvil donde lo encontró.
***
—¿Alguna vez has pensado…? —dijo ella cargada de platos camino al lavavajillas.
Él no la miró y ella lo pensó mejor: una hipoteca une más que los votos matrimoniales.
—Esta noche tengo que hacer inventario —dijo el marido.
Ella cenó sola una tortilla francesa y un vaso de agua. Se sentía tan perezosa; incluso para ir al sofá. Con los codos en la mesa frente a los restos de la cena mandó un mensaje a su compañero de trabajo:
Estoy sola. Hablamos un ratito? <guiño>.
La respuesta llegó cinco minutos después:
Jodr Eva estoi cno m mujer y los niños.
El teléfono volvió a sonar. Era su madre.
—Tienes que venir el próximo domingo a comer —dijo ella—. Este no, el siguiente. Vienen tu tía y tus primas.
—Claro que sí —quiso decirle que no soportaba ni a las tías ni a las primas.
Más tarde, en el baño, envió otro mensaje a su compañero de trabajo:
tenemos q hablar es importante!
El mensaje no tuvo respuesta. Su compañero la había bloqueado. Me quiero morir, pensó. ¿A quién podría decirle los resultados positivos de los dos test de embarazo?
Eva se tumbó en la cama con la ropa puesta. Despertó a las dos de la mañana y vio que estaba sola. Se desnudó y se metió bajo las sábanas. Debí ducharme, pensó. Los olores de cuatro personas, todas ellas desconocidas, se mezclarían esa noche en la cama.
***
Cuando despertó con la luz del sol vio a su marido durmiendo. Era sábado. Por delante quedaba un día de ordenar cuartos, limpiar suelos y meter la mano en el water. Antes de desayunar y ponerse con las faenas caseras comprobó los mensajes digitales. Whatsapps invitándola a cumpleaños y comuniones, a los que tenía que ir para ser considerada una buena amiga, una persona que está en la sociedad. A todos dijo que sí o ya veremos, pero sin duda, acabaría por ir. La sociedad se establecía en el cumplimiento de invitaciones no deseadas recíprocas. Un correo electrónico la desconcertó un momento; era de la Universidad de…:
Dña. Eva Casariche,
Por el presente correo le comunico que Ud. ha sido elegida para continuar con el experimento del Departamento Q.
Si desea proseguir, deberá ponerse a la mayor brevedad posible en contacto con el Dr. Bormujos para proceder.
Le recordamos que, como en la vez anterior, recibirá una gratificación económica de…
Con ese dinero podría hacer las reparaciones que necesitaba el coche y quizá hacer un viaje sola. No, un viaje sola no, pensó. Recordó cómo cinco años atrás se embarcó en el Experimento del Departamento Q. a través de una agencia de trabajo temporal. El trabajo consistía en responder preguntas personales que el Dr. Bormujos le haría para un experimento científico. Un dinero fácil, pensó.
El sábado limpió la casa; el domingo lo pasó viendo la tele; el lunes se puso boca abajo sobre la mesa y roció la oficina con ambientador de pino; el martes por la tarde fue a la Universidad de…
El Dr. Bormujos la recibió en su despacho, le agradeció su presencia y fue directo:
—¿Puede decirme en qué ha cambiado su vida desde hace cinco años a ahora?
Poco, pensó Eva. Espero un hijo de mi amante, hubiera sido la respuesta correcta, pero consideró que era un detalle innecesario para el Dr. Bormujos.
El Dr. Bormujos anotó en su tableta la respuesta e hizo otras preguntas: si seguía casada con el mismo hombre; si no replicaba a su madre en ningún momento; si aceptaba todas las invitaciones; si seguía teniendo a su compañero de trabajo como amante… En este punto reparó que llevaba cinco años rociando de ambientador de pino el pequeño despacho. Alberto empezó primero, culpó a su marido. Eva supuso que el Dr. Bormujos haría una clasificación sobre personas sin iniciativa, complacientes, y ella sería un caso clínico.
El Dr. Bormujos la hizo pasar a una sala de espera. Tenía que evaluar las respuestas y se las comentaría. La primera vez, acabó de responder a todo y se marchó a casa. Pasó una hora hasta que el Dr. Bormujos la invitó de nuevo al despacho.
—Hemos seguido su vida en los últimos cinco años por Facebook y otros sitios en los que está apuntada —dijo el Dr. Bormujos—. Queríamos asegurarnos de que todo seguía igual.
—Sí, en mi vida cambian pocas cosas.
—Creo que es la persona perfecta para continuar con el experimento.
—¿Qué experimento?
—Viajar en el tiempo…
Eva quedó estupefacta.
—… y deshacer un momento del pasado.
—¿Esto es una cámara oculta?
—Le aseguro que no. ¿Sabe qué es el entrelazamiento cuántico? En 2013, científicos israelíes conectaron dos fotones, dos partículas muy pequeñas, que existieron en momentos diferentes… Los cambios en una afectaron a la otra.
Eva intentó entender lo que el Dr. Bormujos explicaba.
—La investigación ha avanzado… —prosiguió el Dr.— Ahora queremos comprobar si esto es posible con personas. Si las decisiones de una Eva del pasado afectarían a una Eva del futuro. ¿No le gustaría deshacer un momento del pasado? ¿No haber conocido a alguien? ¿No haberse metido en un lío del que no puede salir? ¿Haber dicho que no a… muchas cosas?
—Suena bonito.
—Lo es.
—¿Pero por qué yo?
El Dr. Bormujos tosió.
—Eva, la hemos escogido porque sus decisiones no afectarían al mundo.
La respuesta fue decepcionante para Eva.
—Entiendo, no vaya a ser que cambie la Historia.
—Puede hacerlo, si se siente capacitada. Pero en principio, se trata de ver cómo afectarán sus decisiones a su alrededor.
—¿Pero cómo funciona, qué tengo que hacer?
—Vaya a casa y recibirá instrucciones.
Eva pasó la tarde del miércoles inquieta, con el móvil conectado a un enchufe. Abrió un refresco y una lata de comida para cenar con su marido.
—Cada día haces menos —protestó él.
Eva pasó la noche en blanco. En la oficina apenas se concentró y recibió algunas quejas de su jefe. Una hora antes del cierre recibió un SMS del Dr. Bormujos:
Eres la Eva del pasado. Todo lo que deshagas ahora afectará a la Eva del futuro.
ESTE ES EL MOMENTO QUE DEBES DESHACER.
El mensaje resultó chocante. ¿Cómo que ella era la Eva del pasado? El compañero de trabajo entró en despacho y le cortó el curso de los pensamientos.
—No podía esperar más —dijo él cerrando la puerta.
Eva apagó el ordenador. Él aflojó la correa de sus pantalones. Ella cogió el bolso y se fue.
—¿A dónde vas…?
Pero ella no le escuchó acabar la frase. Tenía que deshacer unas cuantas cosas para la Eva del futuro.