Ya nadie se acuerda de estos escritores que vendían más que nadie hace solo un siglo

19 de julio de 2018
19 de julio de 2018
7 mins de lectura

Ser un best seller no es garantía de calidad, ni siquiera de una mínima solvencia literaria: las razones por las cuales un libro vende más que otro son esencialmente desconocidas, en el sentido de que están implicadas muchas variables distintas. O como lo resumiría el profesor de Ciencias de la Incertidumbre de la Universidad de Massachussets en Amherst, Nassim Nicholas Taleb, son un cisne negro.

Sin embargo, a pesar de que no pudiéramos criticar al lector por solo venerar y recordar al best seller, sí que habríamos de hacerlo severamente en el sentido de que ya casi nadie conoce a los superventas de hace un siglo, pues han sido desplazados por autores que académicamente se han considerado más interesantes.

No es que no se conozcan, es que es probable que ni suenen sus nombres a la mayoría de los lectores actuales. Valga este texto para recordarlos… y también para conocer algunas de las cifras desproporcionadas que llegaron a vender, nivel Harry Potter.

Autores cultos vs. populares

A diferencia de la segunda ley de la termodinámica, ignorar la obra de algunos escritores entronizados académicamente te puede condenar al ostracismo social. Si, por ejemplo, nos fijamos en los autores de habla inglesa que publicaban hace cien años, todos debemos ser capaces de invocar a Dorothy Parker, F. Scott Frizgerald, Ernest Hemingway, William Faulkner, James Joyce, Virginia Woolf, T.S. Eliot, Gertrude Stein o Ezra Pound, entre otros.

Recibiremos más puntos sociales de índole gafapasta si, además de citarlos, hemos leído sus páginas. Punto Premium nivel sé-tocar-la-guitarra para quien sea capaz, incluso, de citar algún fragmento de memoria.

Sin embargo, estos autores no eran los que más vendían de su época. De hecho, los autores superventas de la década de 1920 nos son completamente ajenos, a pesar de que otrora fueron reverenciados por las masas, y también por algunos críticos literarios. A riesgo de que se me retiren algunos puntos sociales gafapasta, voy a hablaros de algunos de ellos (muchos de estos mujeres) con cierto ánimo reivindicativo.

Harold Bell Wright

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Wright era más famoso en la década de los años veinte que cualquier escritor de entonces académicamente encumbrado en la actualidad. Y posiblemente vendió más libros que todos los escritores que hemos enumerado antes mientras vivían (suele ocurrir que los autores entronizados académicamente lo son tras su muerte).

Las novelas de Wright no eran gran cosa a nivel creativo. Eran repetitivas y tenían una deriva hiperglucémica muy boba en la que un personaje sufridor terminaba por encontrar la dicha tras el trabajo duro y la hermandad cristiana. Quizás por ello el público nunca se cansaba de leer sus libros, tal y como explica Bill Bryson en 1927: Un verano que cambió el mundo:

«En 1925, cuando salió de las imprentas de Chicago la primera edición de su novela A son of His Father, llenó 27 vagones de tren. Su libro de 1911, The Winning of Barbara Worht, fue tan aclamado que los fans pusieron su nombre a un hotel, una carretera y una escuela».

Zane Grey

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Grey era un humilde dentista de Ohio que, a los 30 años de edad, empezó a escribir historias de aventuras en su tiempo libre. La fama le llegó en 1912, cuando publicó Los jinetes de la pradera roja. Casi todas sus obras eran novelas del oeste, sin embargo sentó las bases de cómo debería ser el género en lo sucesivo.

A pesar de las malas críticas que cultivaban sus obras, Grey llegó a vender entre 25 y 60 millones de libros. Sus ingresos por derechos de autor eran astronómicos: medio millón de dólares al año en sus mejores momentos (Scott Fitzgerald, a efectos comparativos, ganó 37.599 dólares en su mejor año).

Su éxito con las mujeres también llenó muchas páginas de la prensa más sensacionalista de la época. A pesar de sus líos de faldas, y de que tenía que rendirle cuentas a su esposa por cada cana al aire echada, Grey escribía dos o tres libros al año, produciendo alrededor de 95 en total. Dejó tantos manuscritos inéditos al fallecer repentinamente en 1939 que se continuaron publicando obras nuevas durante catorce años más.

Sinclair Lewis

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Aquí estamos ante un caso paradigmático de autor de éxito tanto para el público como para la crítica que, sin embargo, no llegó a formar parte de la lista de vacas sagradas que uno debía memorizar tiempo después para considerarse medianamente culto. Cabe recordar que el propio Scott Fitzgerald no estaba bien considerado por la crítica en su tiempo, y que en 1940 se arruinó y prácticamente fue olvidado por todo el mundo. Irónico, ¿verdad?

Lewis publicó Elmer Gantry en 1927 y fue la novela más vendida de ese año: endilgó nada menos que 100.000 ejemplares el primer día que salió a la venta. La obra era la quinta de una serie de éxitos de crítica y ventas, convirtiéndose quizá en el autor más admirado de su época. Quizá por envidia, Hemingway cargó las tintas contra él con estas ácidas palabras:

«Si yo escribiera de forma tan torpe y asquerosa como ese capullo de pecas, podría escribir cinco mil palabras al día un año sí y otro también».

Cosmo Hamilton

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Durante la Primera Guerra Mundial, Cosmo fue teniente en el Royal Naval Air Service. Más tarde escribió varios espectáculos de Broadway y muchos guiones, y sus novelas fueron la base de varias películas. Murió a los 72 años en Guildford, Inglaterra. Había escrito docenas de novelas, con un promedio de una novela al año la mayor parte de su vida adulta.

Mazo de la Roche

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Desde temprana edad, De la Roche se convirtió en una ávida lectora y creó un mundo ficticio al que llamó The Play (La Obra) y que molaba mazo (ja-ja). A los nueve años, escribió su primer cuento. Sus primeras dos novelas, Possession (1923) y Delight (1925), eran de género romántico, así que ya os podéis imaginar que fue ninguneada por la crítica.

Mazo de la Roche envió su tercera novela Jalna a la revista estadounidense The Atlantic Monthly, por la cual recibió diez mil dólares. Sus libros se convirtieron en superventas y escribió otras 16 novelas en la serie de Jalna, también conocida como las Whiteoak Chronicles. La serie, que vendió más de once millones de copias en inglés y en otros 92 idiomas, narra la historia de la familia Whiteoak entre 1854 y 1954. Sin embargo, las novelas no fueron escritas de manera secuencial y cada una puede ser leída de manera independiente.

T. S. Stribling

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En 1905, Stribling completó su licenciatura en la facultad de Derecho de la Universidad de Alabama, y poco después ya empezaría a trabajar para distintos despachos de abogados. Sin embargo, en lugar de dedicarse a los casos de los clientes, Stribling usaba los suministros de oficina, la máquina de escribir y las horas pagadas para perfeccionar su oficio de escritor. Poco después ya estaba viviendo solamente de la literatura, cultivando diversos géneros.

Para Adventure, Stribling escribió historias de detectives protagonizadas por un investigador psicólogo, el doctor Poggioli. También escribió algunas historias de ciencia ficción con trasfondo satírico, como The Green Splotches (1920), sobre extraterrestres en América del Sur, y Mogglesby (1930), en la que aparecían simios inteligentes. Teeftallow (1926) y Brightmetal (1928) fueron novelas que regresaron a lo que Stribling finalmente sería conocido: la sátira social del centro de Tennessee.

Ganó el Premio Pulitzer por la novela The Store, de 1933.

Thyra Samter Winslow

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Winslow gestó más de doscientas historias que fueron editadas entre 1915 y 1955 en el apogeo de las revistas populares estadounidenses. Sus primeros años en Fort Smith (condado de Sebastian) le proporcionaron grandes dosis de materia prima para moldear su visión de los pueblos pequeños como lugares llenos de prejuicios, hipócritas y sofocantes.

Parte de su trabajo fue recopilado en libros como My Own, My Native Land (1935), People Round the Corner (1927), Picture Frames (1923, reimpreso como Window Panes en 1945), y The Sex Without Sentiment (1954).

Al parecer, Winslow era particularmente diestra a la hora de retratar mujeres de todas las clases sociales, a menudo bajo una luz desfavorable. El dinero, especialmente la búsqueda de él como un medio para encontrar la felicidad, también fue tema nuclear en todo su trabajo.

Julia Peterkin

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Peterkin fue una autora de Carolina del Sur que, en 1929, se hizo con el Premio Pulitzer por Scarlet Sister Mary. Escribió varias novelas ambientadas en las plantaciones del sur, convirtiéndose así en uno de los pocos autores blancos que escribía sobre la experiencia afroamericana.

Warwick Deeping

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La novela más célebre de Deeping fue publicada en 1925 bajo el título de Sorrell e hijo. Sin embargo, en su haber hay muchas otras novelas y cuentos, pues se caracterizaba por ser especialmente prolífico, dejándose ver sobre todo en revistas como Cassell’s, The Story-Teller y The Strand, todas británicas. También publicó ficción en revistas estadounidenses como Saturday Evening Post y Adventure.

Sus últimas novelas trataban de la vida moderna y criticaban muchas tendencias de la civilización del siglo XX, pero mayormente todas las obras de Warwick Deeping incidían en temas peliagudos y controvertidos como el trabajo social y la medicina en los barrios marginales (Roper´s Row), la ambigüedad de género (Una guerra de mujeres o La casa oscura), la eutanasia (Sorrell e hijo), el abuso de la esposa (La mujer en la puerta), la violación (The White Gate) o la contaminación del suministro del agua (Sinceridad).

Zona Gale

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Gale fue una excelente cuentista y dramaturga, lo que la convirtió en la primera mujer en ganar el Premio Pulitzer de Drama en 1921 por Miss Lulu Bett, que representa la vida en el medio oeste de los Estados Unidos. Publicó su primera novela, Romance Island, en 1906.

Y aparte de todos los autores mencionados, tampoco debemos dejarnos en el tintero otros olvidados a pesar de su enorme popularidad, como son Arthur Somers Roche,  Coningsby Dawson, Hervey Allen, Star Young, Hermann Keyserling, Knut Hamsun o Gene Stratton-Porter. Un brindis por todos ellos.

17 Comments ¿Qué opinas?

  1. Conocía de nombre a Zane Grey y a Sinclair Lewis. Pensaba que en esta aparecería Margaret[h?] Mitchell. Había descubierto esto por mi cuenta, en la biblioteca pública, porque hay libros de los 50 o los 60 que hablan de «La mejor novela del año» o «El autor de la década» y no me suenan para nada, a pesar de ser bastante aficionado a leer. Saludos.

  2. Criticas a los intelectuales de boquilla, pero sólo mencionas autores en inglés. Sospecho que has copiado la lista de algún sitio web —que no citas— y la revendes al público español. Poco útil.

  3. 1) Virginia woolf no es estadounidense

    2 ) podrías enlazar el artículo americano quebhas fusilado para crear este

  4. Y Virginia Woolf británica.

    Por cierto, ¿tal es la dominación cultural anglosajona actual (y el desprecio por todo lo propio) que un español escribe un artículo así mencionado sólo escritores anglosajones? Es francamente deprimente.

  5. Un pésimo artículo. Hay mucho más que Estados Unidos en el mundo. Creo que se sesga demasiado al norte de América, y desde el siglo pasado dejaron de ser un referente para el mundo culto y educado a nivel mundial.

  6. Zane Grey y Sinclair Lewis tal vez estén algo olvidados, pero en mi juventud eran bastante o muy conocidos (y soy un sesentón). Knut Hamsum también era muy conocido y sigue siéndolo, especialmente entre los escritores, a pesar de su época filonazi.

  7. Se me olvidó añadir: He llegado a este artículo a través de eldiario.es. Soy lector habitual del mismo, y si verdaderamente quieren apostar por periodismo de calidad, deberían tener más cuidado a la hora de incluir artículos ‘externos’ en su página principal.

  8. Interesante, pero creí que me iba a encontrar a Vizcaíno Casas, García Pavón… y otros, que como se han olvidado, no recuerdo.

  9. No deja de sorprenderme lo colonizados que estamos por la cultura anglosajona, especialmente en ámbitos como la literatura y la música popular. Interesante artículo.

  10. Por lo que se ve, a principios del siglo XX solo se escribían libros en EEUU. Siento casi vergüenza ajena con el artículo. Especialmente porque probablemente el autor más vendido del mundo a la altura de 1920 era español. Un tal Blasco Ibáñez. Vicente de nombre.

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