El arte de la conversación y la importancia de entrenar la escucha activa

Para que la escucha verdaderamente tenga lugar es importante dedicarle tiempo y atención a lo que nos están contando. Estar ahí y ahora escuchando la melodía para no tropezar.
5 de noviembre de 2021
5 de noviembre de 2021
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Vernos, compartir un momento juntos al aire libre, dar un abrazo o bailar hombro con hombro en una fiesta, han sido placeres que se han pospuesto temporalmente en nuestras agendas desde el inicio de la pandemia. Sin embargo, hemos tenido mucho más cerca otros que han ganado un papel muy relevante. Momentos de calidad con la familia, tiempo para la reflexión, videollamadas para tomar el aperitivo con los amigos o largas conversaciones por teléfono, han sido algunos de ellos. Claramente ha sido una etapa en la que la conversación se ha convertido en el cobijo de muchos, siendo el vínculo que mantenía muchas relaciones y apaciguaba las mentes más inquietas. De nuevo volvemos a la esencia.

Y es que entre muchas de las habilidades innatas que tenemos los seres humanos, se encuentra la de tener un lenguaje articulado. Un leguaje que usamos como principal forma de expresión y de interacción social y por el que pasamos en nuestro día a día casi inadvertidos. Hablamos, nada más y nada menos, que de la forma en la que dotamos de significado la realidad que percibimos. Dándole nombre a las cosas que vemos. Identificando las cosas que componen nuestro mundo, el de cada uno pero también el que compartimos con los demás. No vivimos solos.

Cada mente tiene la capacidad de percibir el exterior desde lo que es capaz de ver, su entorno, sus aprendizajes, sus creencias… Un punto de vista que cuenta con claroscuros en los matices que componen una imagen mental y su significado. Un punto de vista coloreado por lo que conocemos y el código que traemos aprendido. Precisamente esto es lo que convierte al simple hecho de charlar en un acto de búsqueda y entendimiento, en una forma de expresión y una oportunidad de encuentro con el resto de personas. El lenguaje tiene la capacidad de unir a las personas.

Cuando no hay entendimiento entre dos o más personas, ganan la partida las interferencias que han impedido que ninguna de las dos partes coopere ante una posibilidad de comprensión. Se corona el individualismo y por lo tanto no hay encuentro. Cada mochuelo a su olivo.

Y no significa esto que todas las conversaciones deban contar con un previo de aprobación de lo que expone nuestro interlocutor, sino que ambas personas deberían (y en ocasiones se da de forma orgánica y sucede la magia), situarse desde una posición de cooperación. Una postura que tiene como premisa básica que ambas partes expongan su punto de vista, sean escuchados y respondidos, y que al mismo tiempo respondan tras escuchar la postura de la persona con la que se encuentren hablando. Una pieza artística. Una coreografía que viaja a través de las palabras.

[bctt tweet=»En la conversación, las reglas del juego se aprenden pero una vez que se conocen, después hay que entrenarlas en el día a día. Lo mismo sucede con los pasos de una coreografía.» username=»Yorokobumag»]

En el baile, dos personas no se moverán acompasadas si una no está escuchando bien la música. Un primer pisotón, un tropiezo, movimientos descompasados y un sinfín de desaciertos acabarán apartando a tu pareja de baile si no te has abandonado por completo a la melodía, puesto que es ella quien verdaderamente lidera la pista.

Cuando dos o más personas conversan, ocurren un sin fin de cosas maravillosas, pero muchas de ellas son a nuestros ojos, inapreciables. Por ejemplo cuando la conversación resulta agradable y se tratan temas que de alguna forma están conectando con quien los escucha, las personas tendemos a adaptarnos sincrónicamente entrando en ritmo con la otra persona, sin ser conscientes de lo que estamos haciendo. Nos enganchamos a su melodía y lo hacemos de una forma natural, orgánica.

Parece que sabemos cuando es nuestro turno para hablar, o si por el contrario debemos escuchar porque la otra persona aún no ha terminado. Conocemos supuestamente cuáles son las normas en esa coreografía y sin embargo no siempre las tenemos presentes. Digamos que en la conversación, las reglas del juego se aprenden pero una vez que se conocen, después hay que entrenarlas en el día a día. Lo mismo sucede con los pasos de una coreografía.

La escucha activa se entrena. Escuchar activamente es un acto enorme de generosidad en los tiempos que corren. ¿Quién quiere pararse a escuchar con la que está cayendo?. Nos aturde el ruido informativo.

Para que la escucha verdaderamente tenga lugar es importante dedicarle tiempo y atención a lo que nos están contando. Estar ahí y ahora escuchando la melodía para no tropezar. Dominar las dimensiones de la pista de baile. Estar en una actitud de atención y presencia plenas para ser capaces de retroalimentar a la otra persona y seguir aportando matices que enriquezcan la conversación.

Sócrates utilizaba lo que el denominaba «el arte de la conversación», para guiar a sus discípulos hacia el conocimiento. Daba y creaba un entorno que favorecía y promovía la buena conversación porque confiaba en su poder. Pero confiaba y destinaba tiempo también a promover la manera de establecer dicha conversación. Ponía un tema sobre la mesa y lanzaba preguntas, daba espacio para la participación de sus alumnos hasta que expusiesen sus ideas de forma ordenada y pedía que se mantuviera una lógica en el transcurso del diálogo en el que se evitaba desviarse del asunto tratado divagando o añadiendo algo que nada tuviese que ver con él.

Sócrates enseñaba el 1,2,3 de un compás simple y dejaba la puerta abierta invitando a los demás a bailar.

Este artículo ha sido escrito por Cristina Bucero,
Estrategia e Innovación en Soulsight

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