Eskorbuto y la muerte del punk

El encargado del cementerio de Santurce, Juan, y el sepulturero Miguel Ángel reiteran que allí tienen enterrados a personajes de cierta importancia, como un capitán del Ejército o un cocinero insigne; pero, al fin, asumen con resignación que sus únicos nichos célebres sean los de dos chicos sin formación, vecinos pobres de Santurce, que murieron en 1992 como consecuencia de su adición a la heroína: el guitarrista Iosu Expósito y el cantante Juanma Suárez, fundadores de Eskorbuto, la banda más nihilista del rock español.

“No te puedes imaginar la gente que viene”, comenta el sepulturero, que solía jugar al fútbol con Iosu antes de que este dejase el deporte por la música punk y las jeringuillas. El nicho de Iosu, que murió con 32 años, es el más visitado. Tiene dos ramos de flores artificiales a cada lado y una figura de la Virgen en el interior, detrás de un cristal emborronado de delicadas dedicatorias de sus fans: “Nos vemos en el infierno. Los Cerdos”. Junto al nicho siempre hay una lata de Kas Limón, un refresco de una marca del País Vasco que gustaba mucho al guitarrista.

Juanma murió siete meses después que Iosu, a los 30 años, y está enterrado en el mismo nicho que su padre, un obrero que murió nueve años más tarde que su hijo, a los 73. El origen de los dos músicos es el mismo: familias que emigraron de zonas atrasadas de España en los años 60 para vivir como mano de obra de las industrias de la metalurgia y de la construcción naval situadas en lo que los bilbaínos llaman con austeridad la Margen Izquierda, el flanco oeste del río Nervión.

Desde la casa de Iosu se ve entera la otra orilla de la ría, donde residen las familias acomodadas de Bilbao. La casa está en una barriada construida sobre la ladera del monte más alto de Santurce. Al pie del monte —límite del núcleo urbano— hay un extraña escultura en memoria del guitarrista: de un gran muro de contención salen en horizontal dos pequeños elementos de hierro, una cabeza con una cresta y un puño derecho apretado de rabia. El busto, rodeado por un mural de grafitis, no es fácil de advertir.

Siguiendo a la izquierda, a pocos metros, aparece una escalinata estrecha, sucia y empinada que lleva a casa de Iosu. Es una vivienda blanca de planta baja con la carpintería pintada de azul, como una casa marinera. Tiene grietas en las paredes y la madera del techo apolillada. De momento está deshabitada. La madre de Iosu murió este año y al padre lo llevaron a un asilo. Un amigo de la familia cuida su huerto póstumo, un terruño con hileras de lechugas, cebollas y grelos, la verdura natal de esta pareja de emigrantes gallegos.

La madre, Alicia, era quien visitaba y arreglaba el nicho de Iosu, su hijo pequeño. A partir de ahora solo quedarán admiradores en torno a su tumba, un goteo de personas que pasan cada año por allí desde que los cuerpos de los Eskorbuto, como decía una de sus letras, cayeron “rendidos como una maldición”. Aunque pronto, cuando se agoten las licencias de sus nichos, se acabará el culto a Iosu Expósito y Juanma Suárez. “En dos o tres años toca sacar los restos”, comenta Juan con naturalidad. “Se incinerarán y los enterraremos con los demás en una fosa común. Y los reyes del punk quedarán mezclados con las abuelitas del asilo”.

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Patrick Thomas

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