La moda es glamour, pasarelas y reportajes de Vogue. Pero no siempre fue así. De hecho, empezó mal, ya que la primera vez que Adán y Eva se cubrieron el cuerpo fue porque sintieron vergüenza tras haber pecado. Lo hicieron con hojas de parra, que en latín se llaman pampanus, de donde mucho tiempo después, con la evolución de la moda, surgió la palabra despampanante.
En el caso de la moda masculina su desarrollo está marcado por un proceso lleno de agresividad y violencia. Para constatarlo basta con recorrer la etimología de las palabras que han marcado su historia.
En el libro El origen de las palabras estrafalarias, de José Calles Vales, aparecen algunas que nos van dando pistas. La primera es acicalarse, que originariamente significaba limpiar y afilar los filos de las espadas. De ahí, y dada la brillantez que se alcanzaba con tal labor, pasó a definir el pulimento que se le daba al cuerpo y a la vestimenta.
Pero si esa palabra partió de las armas, los adornos que en el pasado los hombres incluyeron en su cuerpo y en su ropa provinieron en muchos casos de los influencers de la época. Es decir, de los belicosos mercenarios que marcaban tendencia.
En el caso del cuerpo hay una palabra que lo cuenta muy bien: bigote. En castellano se llamó mostacho hasta que a Felipe el Hermoso, allá por el siglo XV, se le ocurrió la feliz idea de contratar a mercenarios alemanes para su guerra de Flandes. Estos, además de fanfarrones y asesinos, se caracterizaban por otras dos cosas: sus enormes mostachos y su afición a la blasfemia.
Los alemanes se pasaban el día repitiendo bei Gott (por Dios) con lo que los soldados españoles acabaron llamándoles beigotes y copiándoles, ya de paso, ese adorno para presumir así de la misma rudeza. De ahí, lógicamente, se pasó a la palabra bigote para facilitar la pronunciación.
Respecto a la ropa, un caso curioso es el del origen de la palabra corbata. Hoy es una prenda utilizada para denotar elegancia, pero su origen fue igualmente guerrero. Nació de otros mercenarios también con fama de violentos: los croatas. Contratados en esta ocasión por el Rey Sol para servir a Francia, los croatas se identificaban por llevar un pañuelo atado al cuello para reconocerse entre sí.
Los franceses comenzaron a llamarles les cravates, tanto a ellos como a la prenda que los distinguía. Y así, la palabra y la moda de ponerse un pañuelo se extendió por toda Europa. Los italianos la llamaron crovatta, los alemanes krawat, los portugueses gravata y nosotros corbata.
Podríamos seguir profundizando en la etimología de las palabras de la moda masculina y siempre llegaríamos a la misma conclusión: su origen fundamentalmente belicoso. Es cierto que con el tiempo algunas de estas prendas se convirtieron en un signo de estatus y comenzaron a ser utilizados para marcar la diferencia entre el señor y el pordiosero (es decir, el que repite «por Dios, por Dios», ayúdeme).
Han pasado siglos, pero los signos de violencia en las tendencias de moda prevalecen incluso en la actualidad. Un ejemplo son los tatuajes. Nacidos entre las mafias más agresivas, han sido incorporados por muchos futbolistas, actores y modelos que los imitan. Y lo mismo sucede con los pantalones caídos, que provienen de la cárcel, o la ropa de camuflaje, que proviene de la guerra.
Y la historia continúa. Esperemos que en el futuro estos signos desaparezcan y la moda masculina nos cuente cosas diferentes. Más sutiles y bondadosas. Más sosegadas.