Soy Una Pringada: ese espejo que escupe la verdad a la cara

14 de diciembre de 2018
14 de diciembre de 2018
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La cultura underground ha sido siempre una especie de terreno vedado para el youtuber estándar con aspiración (más o menos seria) a la fama. De hecho, esa red social ha sido la preferida de muchos creadores dominados por el enfermizo postureo y el gusto por el mainstream. Y, en ese microcosmos cibernético, apareció Esty Quesada a.k.a Soy Una Pringada, como una especie de anti-influencer. Una antiheroína que, sin pretenderlo, sacudió los cimientos de lo políticamente correcto con su lengua viperina y sus nulas esperanzas en la raza humana.

La bilbaína, de 24 años, se convirtió en poco tiempo en ese espejo que escupía permanentemente la verdad a la cara a quienes, bien por curiosidad morbosa o bien por auténtico interés, se asomaban a ver lo que contaba en sus vídeos. Pero también en el espejo en el que se miraban miles de jóvenes hispanohablantes incomprendidos y con la moral por los suelos.

De niña, sufría mutismo selectivo, su familia pasaba de ella y le hacían bullying en el colegio por ser gorda. Era una chica de género no binario, estaba enfadada con el mundo (porque no lo entendía), y quería suicidarse.

De hecho, en su primer libro (Freak) cuenta que pasó gran parte de su vida tratando de encajar con la gente corriente sin lograrlo («Cuanto más intentaba encajar, menos lo hacía, y lo único que saqué de esos intentos fueron memorias que después tuve que reprimir y guardar en la carpeta de dolor no deseado. Y cuanto menos me mezclaba con la sociedad, más odio guardé hacia ella»). Siempre ha pensado que no hay que despreciar el dolor, porque es lo que salvará a la gente de una vida mediocre.

Esty, que arremete sin miramientos contra todo lo que odia, subió su primer vídeo a YouTube (Fandoms que me arruinan la vida) en abril de 2015 —contando cómo su obsesión por Tokyo Hotel, Tamara Seisdedos o Los Serrano le arruinaron la vida—, para matar el tiempo en casa. En otro, subido año y medio después y titulado Odio a la gente positiva, despotricaba a gusto del positivismo facilón y reivindicaba el derecho a recrearse en la miseria personal («El puto Mr. Wonderful es el cáncer de la sociedad moderna española», decía).

Y en Carlota Corredera, gorda traicionera, criticaba a la presentadora de Telecinco después de que esta anunciase su pérdida de 60 kilos en una revista del corazón («Ser gorda es un sentimiento, y la que es gorda lo va a ser siempre […] No puedes ir de empoderada del body positive cuando luego reniegas de haber estado gorda. Y cuando hablas de haber estado gorda, hablas como si hubieses sido un niño judío en Auschwitz», comentaba). Hits, todos ellos, aplaudidos por su legión de fans (e, incluso, por parte de sus habituales detractores).

Su aparente desgana, su excesivo maquillaje y su peculiar estilo conectaron irremediablemente con los mediáticos Javier Calvo y Javier Ambrossi, que un día le preguntaron si sabía actuar y decidieron ofrecerle un pequeño papel en su película La Llamada. Ahora, además, Esty colabora en programas de radio, pincha en discotecas, cuenta con su propia webserie (Looser) y acaba de presentar su segundo libro, Las cosas que me salvaron la vida (Plan B) —donde recoge todos los referentes que le sirvieron para salvarle la vida—. Un libro dedicado a «todos esos niños salvajes que nos tuvimos que educar solos».

«Las cosas que me salvaron la vida no fueron mis amigos o mis padres, ni las historias de mis abuelos o mi primer amor que nunca tuve», cuenta la artista en su suerte de autobiografía. «Fueron las pelis y las series que veía hasta que me salía sangre por los ojos y cuando pasaba esto también me salvaba la música que me reventaba los tímpanos, porque todas sabemos que cuando las frases de una canción te gritan al cerebro se sienten más. Había muertos a los que les lloraba la camisa y fantasmas a los que les hablaba en la oscuridad».

Sus referentes son infinitos. Del irreverente John Waters al oscuro Todd Solondz, pasando por Marilyn Manson o The Smiths. Efectivamente, los días que Esty pasó sola entre las cuatro paredes de su habitación hicieron que conociera muchas cosas: el underground, lo kitsch, lo trash, el rock alternativo, la cultura drag queen o el mundo club kid. Le salvaron la vida y, de paso, le dieron una nueva.

Pero, desde que se dio a conocer, Esty no ha dejado nunca de ser una personalidad de internet. Su canal en YouTube cuenta con más de 241.000 suscriptores, aunque ella cree que autodenominarse youtuber es cutre salchichero. Ella prefiere autodefinirse, simplemente, como «la gorda esa que insulta». O como una freak, un ser amoral o un error de dios. Esty sigue odiando muchas cosas. Y continúa sintiéndose una perdedora. Pero, por primera vez en su vida, sus postulados vitales le permiten vivir de ellos.

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