José María Ezquiaga: «Las ciudades han de defenderse de los cambios perturbadores de la vida urbana»

27 de octubre de 2020
27 de octubre de 2020
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La idea se estableció así. En algún momento, todos los ciudadanos pensamos que el territorio era una especie de tablero de Risk en el que las altas instancias decidían y ejercían a su antojo. Aquello era cosa de profesionales y de gobernantes. En realidad, es así. Son esos los agentes que disponen de la ejecución de las ideas en las ciudades. Pero como explica José María Ezquiaga, el urbanismo es «el conjunto de reglas del juego que una comunidad humana se da a sí misma para organizar el futuro de su medio ambiente». Por eso, está convencido de que la implicación de cada ciudadano debería ser mucho más rotunda.

Ezquiaga es arquitecto, urbanista, sociólogo y profesor en la ETS de Arquitectura de la Universidad Politécnica de Madrid. Además, es asesor del Ayuntamiento de Madrid en el comité de expertos dedicado a repensar la ciudad poscovid. Con ese currículo, huelga explicar que ha pasado mucho tiempo tratando de dilucidar el futuro de las ciudades que habitamos y tiene un consejo aplicable a casi cualquier ciudad de nuestro entorno: «El planeamiento de las ciudades debe incorporar como tema clave la defensa ante los cambios perturbadores de la vida urbana».

La traumática irrupción de la pandemia en marzo de 2020 destrozó muchos de los mapas de ruta que teníamos pensados para nuestras ciudades. Puso de manifiesto que todo lo que se había articulado estaba aparentemente bien siempre que no fuésemos arrasados por lo inadvertido. Llegó el apocalipsis y todos los planes se fueron al garete.

Nos dimos cuenta de la importancia de los espacios abiertos, de la racionalidad de las infraestructuras de transporte público, de que las ciudades eran territorios que expresaban de manera vergonzante la desigualdad social y de lo desprotegidas que estaban algunas capas de la sociedad ante el devenir de lo imprevisto. Las sociedades se relajaron tras haber conseguido reducir las diferencias sociales en las posguerras del siglo XX. Ahora ha cundido la alerta.

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Ilustración de José María Ezquiaga. Por @glez_studio

José María Ezquiaga afirma que el urbanismo es una herramienta útil para conseguir ciudades futuras que sean más justas y vivibles. «La covid ha puesto de manifiesto la insuficiencia y mal diseño del espacio público. En muchos barrios, las calles se han quedado pequeñas, inadecuadas. Nos hemos dado cuenta de la necesidad de repensar la ciudad desde la escala humana. Durante el confinamiento, advertimos que la vida no era igual cuando tenías una farmacia a 15 minutos de casa que cuando la tenías a kilómetros».

No es ningún secreto que las experiencias catárticas impulsan cambios drásticos. Cuando alguien no tiene la iniciativa para arrancar el motor, se hace necesario un empujón. Pero se ha hecho patente la necesidad de reflexión acerca de ciertos temas. «Las circunstancias de la pandemia han puesto en evidencia muchas carencias. Por ejemplo, la calidad del aire. Hemos disfrutado de aire limpio durante el confinamiento y hemos tomado conciencia del valor que tenía», explica Ezquiaga. Además, el arquitecto afirma que el planeamiento de la ciudad del futuro tiene que tener en cuenta el combate contra el cambio climático, por más que las circunstancias lo hayan alejado del debate de la actualidad.

En ese escenario, el boceto de la movilidad futura es una de las claves que van a determinar el comportamiento de la ciudad y de sus habitantes. Ezquiaga avisa de que el aumento del teletrabajo ha conseguido varias metas impensables. «Es previsible que cambie el modelo de la oficina contemporánea. Una parte muy importante de la población trabaja en el sector terciario y no de cara al público. Eso va a tener trascendencia. Ahora mismo en Madrid tenemos cerca de un tercio menos de tráfico».

[bctt tweet=»«La adaptación de las ciudades a las consecuencias que va a tener el cambio climático es ahora mismo una prioridad», explica el urbanista @jmezquiaga » username=»Yorokobumag»]

El uso de todos los medios de transporte ha descendido en términos absolutos. Todos menos uno, la bicicleta, o menos dos si tenemos en cuenta el caminar como un medio de transporte. Pero parece claro que en el contexto de la ciudad de los 15 minutos, ese hábitat en el que los servicios esenciales deberían estar a menos de un cuarto de hora, la bicicleta es una herramienta esencial.

París ha conseguido ocupar espacio en los medios por la mutación que han sufrido los espacios circunstanciales que se habilitaron tras el confinamiento. Muchas de esas vías ciclistas que eran temporales se han hecho permanentes gracias al uso masivo por parte de los ciudadanos. José María Ezquiaga afirma que Madrid está también inmersa en un proceso de apaciguamiento del tráfico urbano a través de los vehículos de piñón y pedal.

Su receta va algo más allá del despliegue de carriles bici segregados. «La peatonalización de muchas calles generalizaría el uso de la bicicleta», asegura. En una ciudad tradicionalmente hostil al tráfico ciclista, el urbanista asegura que conviene diferenciar el tráfico de paso del tráfico de residentes. «No todas las calles pueden estar inundadas de automóviles. Algunas han de estar limitadas a los que habitan cada barrio. Aunque las grandes avenidas y muchas calles soporten mayor tráfico y nutran el movimiento general de la ciudad, no pueden alterar las condiciones de uso del espacio público de toda la ciudad». Que en esos espacios de paz circulatoria aparezcan las bicis es cuestión de tiempo.

[bctt tweet=»«Cuando la comunidad no está lo suficientemente atenta, el urbanismo es estéril para defender los intereses y los valores colectivos», dice @jmezquiaga» username=»Yorokobumag»]

Hasta que llegue ese momento, la determinación de la ciudad que vamos a vivir requiere de implicación. José María Ezquiaga lamenta la ausencia de compromiso de los habitantes de las ciudades con los procesos de decisión que dictan su porvenir. Lleva la visibilización de esa carencia al extremo con un ejemplo muy gráfico. «Somos catedráticos en fútbol, pero no en temas muy importantes que condicionan nuestras vidas», lamenta. «Los ciudadanos tendríamos que empezar a reaccionar anticipadamente, adelantarnos a las decisiones y, sobre todo, hacer valer nuestra opinión entre los políticos porque son parte de nuestra sociedad, surgen de la sociedad misma».

En política, ocurre que cuando los ciudadanos no quieren ocuparse del asunto, llegan otros intereses a asumir el vacío de interés. A la hora de planear las ciudades, la atención y la información son la clave para que el asunto no se vaya de madre. «Cuando el urbanismo se aparta del interés general, todo el sistema se desmorona. Cuando políticos o técnicos no expresan la voluntad de la comunidad, sino que asumen sus propias ideas, sus propios intereses o, en un caso peor, intereses espurios, todo se desmorona, se pervierte. Por eso, es muy importante que el urbanismo reciba el bombeo de la sangre de la comunidad, de los deseos de la gente y, al mismo tiempo, que la gente esté vigilante para que no se pierdan esos objetivos».

La ciudad ideal debería dejar de ser una utopía encargada a la aristocracia del conocimiento porque cada parque, cada esquina, cada línea de autobús, ejerce una influencia directa en la vida de la ciudadanía. Que las personas asuman su responsabilidad a la hora de dibujar el lugar en el que vivirán el resto de sus vidas es un ejercicio de implicación y exigencia. Puede que una crisis sanitaria ejerza de resorte transformador para remangarse. Lo que va implícito en ese ejercicio es el estilo de vida de las generaciones que llegarán.

Para conocer la ciudad

El triunfo de las ciudades, Edward Glaser. Taurus, 2019.
La ciudad bien temperada, Jonathan Rose. Antoni Bosch, 2018.
Ciudades para la gente, Jan Gehl. Infinito, 2014.

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