Facebook y la policía de las emociones

De unos meses acá, usuarios de Facebook que han expuesto su tristeza o hastío han sido amonestados por sus «amigos». Los «tristes» reciben críticas para cambiar sus avatares melancólicos y sus estados depresivos.
A menudo, los opositores a «los tristes» consiguen el establecimiento del «pensamiento positivo». La situación sugiere que nos encontramos ante una policía de las emociones, desorganizada, pero efectiva.

El «protocolo» de la policía de las emociones

Todos los casos parecen seguir un guion:

  1. Un usuario deja en su muro tres o cuatro mensajes (no necesariamente seguidos) en los que dice sentirse derrotado o asqueado de vivir.
  2. Los «amigos» reaccionan: unos comprensivos y otros pidiendo con más o menos vehemencia que cambie su estado. Los opositores utilizan como argumentos frases de manuales de autoayuda. El amonestado recibe en ocasiones «sugerencias» de manera privada.
  3. El usuario criticado se siente abrumado y borra el mensaje negativo.
  4. El usuario criticado cambia su avatar: un payaso llorón por un perro feliz o una margarita sonriente. A la tarde escribe alguna frase como esta: «¡Quiero comerme el mundo! ¡¡Hoy será un gran día!!».
  5. La policía de las emociones responde: «¡Así se habla!», «¡Esa es la actitud!».

La policía de las emociones parece ignorar que el usuario «triste» solo quiere evitar críticas. Las formas exaltadas del «triste» así lo sugieren. Sabemos que nadie muda una tristeza profunda de un día para otro.

La tristeza cansa como la alegría falsa

Quiero saber si otras personas han percibido a la policía de las emociones y lo pregunto en mi muro de Facebook (por supuesto). Algunas respuestas son sorprendentes, como la del guionista Sergio Guzmán, que plantea una ficción concernista en la que una aplicación analizará el estado de ánimo de los usuarios y le hará preguntas: «¿Por qué estás de mal humor? ¿Por qué crees que te han decepcionado? ¿Estás harto del trabajo? Cuéntame (soy virtual, pero soy tu amigo)».
El guionista y director de cine Jorge Sánchez expone que «hay una policía emocional porque, bajo mi humilde opinión, se fomenta que hay que tener alegría, que fomentar el mal rollo no es bueno, ya que todo se arreglará, es decir nos quieren seguir follando». Un comentario que me trae a la memoria la película Equilibrium que pese a no haber sido estrenada en España se ha convertido en un film de culto para los aficionados a la ciencia ficción. Equilibrium, que bebe de Orwell y Bradbury, pinta un futuro en el que las emociones están prohibidas porque pueden desestabilizar al gobierno. La policía de las emociones creada por el gobierno tiene el nombre de «los clérigos».
 
Equilibrium y la poesia
 
Hay usuarios hablan de hostilidad hacia los «tristes», llegando a darse el caso de cuentas «haters» contra la melancolía. (Un hater  —odiador, literalmente— emplea el cinismo contra aquello que detesta, a veces, de manera gratuita).
Una respuesta generalizada es que cansan por igual los usuarios que hablan de continuo de su tristeza como los que convierten su muro en un altar de la autoayuda. «La alegría obligatoria cansa», dice el guionista Paco López Barrio, «aunque prefiero a un triste/hastiado que un a replicante de Coelho».

La necesidad de expresar la tristeza

Sobre los «tristes» y los «siempre felices» el escritor y psicólogo clínico Carlos Ramos Gascón me dice: «Hay personas «enamoradas» de su propio estado emocional» . Añade que por esto algunos usuarios son considerados cargantes por los demás; en el caso de los «tristes» se topan con la policía de las emociones. Ramos Gascón considera importante el desahogo: «Las personas necesitan hablar y escribir sobre su tristeza (motivada o inmotivada) para darle una forma y poder digerirla».
Ramos Gascón advierte que hay excepciones: «En los casos de depresión profunda, la tristeza es tan abrumadora que quienes la padecen ya no aciertan a realizar una ventilación emocional». En estos casos se precisa intervención psiquiátrica, concluye.

¿Mi muro de Facebook es mío o de los demás?

La cuestión que flota es: si nadie entra en casa ajena a decir cómo tiene que pensar y qué tiene que hacer el dueño, ¿por qué ocurre esto en Facebook? ¿Acaso mi muro no es mi muro? Jesús Regueira, guionista y consultor de Sundance Institute, señala: «La “extimidad” se instala en las redes sociales». La extimidad significa «la parte de la intimidad que se expone a los demás». (Un concepto de Lacan reinventado por Serge Tisseron).
Antes de las redes sociales, la extimidad estaba reducida al círculo que una persona trataba cara a cara. Facebook, Twitter, Instagram, los blogs… abren nuevas posibilidades a la extimidad (a exponer qué nos produce felicidad y qué nos duele). Sin embargo, la extimidad en Facebook tiene dos limitaciones.

  1. Las normas comunitarias de Facebook creadas, según Facebook: «Con el propósito de nivelar los intereses y las necesidades de un público mundial, Facebook protege la expresión de opiniones y contenidos que cumplen las normas descritas en esta página».
  2. La censura y la crítica de los amigos y conocidos. De manera que, a menudo, el muro no es realmente el muro que desea el usuario, sino el muro que otros —la comunidad— desea ver. Y es aquí donde entra la policía de las emociones. La extimidad se amonesta cuando trata el drama.

El pozo y la autoayuda
De hecho, las normas comunitarias son un tanto difusas y su aplicación depende de lo que la propia comunidad considera oportuno. (Un guiño que de manera inadvertida hace Facebook a Orwell).
Más que cualquier otra red social, Facebook nos mantiene más cerca de los que conocemos. Fuera de las redes sociales, hay personas que quedan a tomar café o cervezas, se escuchan sus penas y se despiden hasta dentro de unos meses. En Facebook no es tan sencillo eludir la tristeza ajena de amigos y familiares. Y es justo en el círculo más cercano del usuario «triste» donde se encuentran los censores de emociones. Es difícil que una persona cuestione a otra que apenas conoce. Como se dice: «la confianza da asco».

Huimos de las penas

Pero esto no es nuevo. La guionista transmedia Arancha T. Ferrero considera que la policía emocional no es producto de las redes sociales: «Antes de Facebook se acusaba a quien hablaba de su tristeza como de alguien que «quería llamar la atención»».
Ferreri está en lo cierto. En otros tiempos se tachaba a las personas que contaban penas como teatreras, cansinas y, en algunos casos, como «mal de la cabeza». A estas personas se las trataba poco y de tiempo en tiempo. Lo curioso es que Facebook, que permite bloquear u ocultar a los usuarios, es considerado un lugar de reunión más que un pueblo con las puertas abiertas.
Una bloguera me comenta por privado: «Yo creo que eso demuestra una fragilidad de tu felicidad. Si eres tan feliz, ¿por qué te molesta que yo me queje?».
El comentario de la bloguera parece dar en el clavo. Observamos que a menudo la policía de las emociones está compuesta por personas tan jodidas como las que expresan su tristeza. La actitud de la policía de las emociones recuerda el estribillo de una vieja sevillana:

No me cuentes penas
Cuéntame alegrías
Cuéntame alegrías
Que yo a nadie le cuento
Las penitas mías

Jesús Regueira escribe que justamente por la extimidad no debemos callar nuestros estados emocionales: «Te dan una patada bien dada en la boca («… es por tu bien, claro; es de buena fe, entiéndelo…»), pero tú no puedes gritar (porque tu chillido de dolor se presupone cargado de mala fe)». Sin embargo, Regueira considera que «no hay que dejar de gritar (en las redes sociales); es de lo poco que nos queda».
Facebook no debería ser considerado como «una cosa para que yo me divierta» (como pretenden algunos usuarios). Facebook es por encima de todo un medio de comunicación. Por esto, cuando comprender la tristeza ajena no es posible o nos supera, el silencio se convierte en una muestra de respeto.

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