Nuestra felicidad es como el fiel de una balanza: solo da el peso adecuado cuando se halla entre el aburrimiento y el dolor. Si estamos aburridos, buscamos experiencias que pueden conducirnos al dolor (como coronar el Everest). Sin embargo, si sentimos dolor, buscamos la comodidad que conduce al aburrimiento.
Por eso nunca somos felices durante mucho tiempo, porque debemos de ir dando bandazos de un extremo al otro.
Schopenhauer
Este planteamiento, que está siendo confirmado por la ciencia experimental, ya fue propuesto en el siglo XIX por el filósofo Arthur Schopenhauer, uno de los primeros en manifestarse abiertamente ateo, y también el primer gran filósofo occidental que puso en contacto los pensamientos de su época con los de Oriente.
Sin mayores circunloquios, Schopenhauer considera al dolor y al aburrimiento como «los dos enemigos de la felicidad human». En aras de evitar ambos, basculamos de un extremo desagradable al otro. Y es justo cuando estamos en el medio de ambos extremos que fluye un estado de ánimo idóneo.
Cuando experimentamos que tenemos una vida interesante y, a la vez no sentimos estrés o miedo de resultas de llevarla. Al menos, no demasiado. Solo lo justo para que todo adquiera una pátina interesante. Algo así como permanecer en el centro de otro de los pensamientos troncales de la filosofía de Schopenhauer: «El hombre ordinario solo está absorto en cómo pasar el tiempo; al hombre de talento le interesa cómo emplear su tiempo».
Csíkszentmihályi
Este equilibrio que solo puede mantenerse durante un corto espacio de tiempo se parece mucho al llamado estado de flujo. Descubierto por el psicólogo de la Universidad de Chicago Mihály Csíkszentmihályi, se define como un estado de equilibrio entre el desafío de la tarea y la habilidad de quien la ejecuta. Si la tarea es demasiado fácil o demasiado difícil, no se logra el estado. Es decir, si la tarea es demasiado aburrida o dolorosa.
Este punto intermedio, el fluir, permite a un jugador de ajedrez, a un surfista, a un artista y a otros el extraviarse en una actividad y asegurar más tarde que es su marco mental más feliz. En una entrevista para la revista Wired, Csíkszentmihályi abundó en ello con estas palabras:
El hecho de sentirse completamente comprometido con la actividad por sí misma. El ego desaparece. El tiempo vuela. Toda acción, movimiento o pensamiento surgen inevitablemente de la acción, del movimiento y del pensamiento previos, es como si estuviéramos tocando jazz. Todo tu ser está allí, y estás aplicando tus facultades al máximo.
Punto medio
Alcanzar este punto medio en el que fluimos, en el que poseemos un marco mental de felicidad plena, recuerda bastante al mito de Sísifo: por más que lo intentemos, al poco tiempo volveremos a caer de un lado (aburrimiento) o de otro (dolor).
No importa lo que hagamos o lo que nos esforcemos. Ni siquiera importa lo que nos ocurra. Más pronto que tarde, volveremos a uno de los dos extremos. Una imagen que también se asemeja un poco a la zanahoria que cuelga siempre a unos centímetros del belfo del asno.
El propósito de que nuestro sistema nervioso funcione de ese modo es bastante evidente: si fuéramos felices aburridos, no habríamos salido de las cuevas prehistóricas; si fuéramos felices en el dolor, moriríamos. Transitando por un punto intermedio, a veces más escorado hacia un lado que hacia el otro, pues, solucionamos los problemas que nos acucian, mejoramos nuestra esperanza de vida, perpetuamos nuestros genes y, finalmente, evitamos que el sufrimiento acabe con nosotros.
Todo lo demás son adornos. Lo importante es la línea intermedia, esquiva, invisible, cambiante con las circunstancias. Casi una entelequia. Como rematan Nicholas A. Christakis y James H. Fowler en su libro Conectados:
Los genetistas de la conducta han empleado estos estudios para calcular cuántos genes importan y han llegado a la conclusión de que la felicidad duradera depende de un cincuenta por ciento de la idea fija que de la felicidad tenga la persona (y si la ha hecho realidad), en un diez por ciento de sus circunstancias (por ejemplo, dónde vive, cuánto dinero tiene, cuál es su estado de salud) y en un cuarenta por ciento de lo que elige pensar y hacer.
Por supuesto, nuestras experiencias en la vida pueden cambiar nuestro estado de ánimo durante un tiempo, pero en la mayoría de los casos estos cambios son transitorios.
Aquí, pues, volvemos a vindicar la idea de Schopenhauer. Y con ella borramos de un plumazo todos los planteamientos filosóficos que persiguen la felicidad a través del simple hedonismo. Tal hedonismo, con el tiempo, aburriría, lo que nos empujaría a buscar el riesgo, la turbación, el desafío, lo que finalmente desembocará en el estrés y el dolor.
Con todo, la dicotomía aburrimiento/dolor es solo una simplificación. Una idea base sobre la que partir, con la que empezar a leer en profundidad la eudemonología (el estudio o teoría de la vida feliz, según acuñó el propio filósofo en Parerga y Paralipómena) que destila su antología de artículos, sentencias, máximas, apotegmas y reglas Eudemonología o el arte de ser feliz, explicado en 50 reglas para la vida.
Me encanta la física cuántica. ….. yo estoy en ello y me parece fabuloso q la jente empecemos a creer en lo q no vemos gracias
Con el ánimo simplemente de intercambiar opiniones, Carmen, no termino de darme cuenta donde puedes relacionar la física cuántica en este artículo. Un saludo.
Con el ánimo simplemente de intercambiar opiniones, Carmen, no termino de darme cuenta donde puedes relacionar la física cuántica en este artículo. Un saludo.
Con «Física Cuántica», Carmen se refiere a charlatanería que se atreve a mezclar la física cuántica con la psicología. La mayoría son estupideces sin base científica, que mezcladas con términos pseudocientíficos parecen de verdad. El comentario no tiene relación con el tema del artículo y me atrevo a decir que Carmen no tiene muchas luces
Es que andamos buscando reglas para todo… Hasta para ser feliz!
Eso si que es aburrido y doloroso
Una despistada que no sabe ni escribir bien y habla de física cuántica. Hay tantos así….