La mañana del 7 de mayo de 2013 tres coches de la Guardia Civil aparcaron en una calle de Madrid. Varios hombres bajaron y dos de ellos tocaron al timbre de una vivienda. Buscaban al jefe de un comando terrorista. En la casa estaban una anciana y su nieto. La abuela preguntó la hora. Nunca al reloj porque casi no ve. Era muy temprano. Las ocho de la mañana.
–Yo, a esta hora no abro a nadie –dijo en su acento cubano. –Me da igual quién sea.
–Abuela, abre. No pasa nada –respondió el joven.
La mujer abrió la puerta y encontró a unos desconocidos. Eran dos hombres vestidos de paisano que preguntaban por su nieto. Fi Ocho salió y los extraños se presentaron.
–Somos del Grupo de Información de la Guardia Civil y venimos a hacerle unas preguntas sobre lo que ocurrió en Quijorna.
Fi Ocho supo al instante por qué estaban ahí. Era por un error, pero eso no lo libró de que, después de un rato, lo llevaran arrestado a sus dependencias y acabara encerrado en una celda.
La ficción se había desmadrado. La intervención artística que llevó a cabo casi un año antes había escapado de la imaginación del joven y había tomado su propio rumbo en manos de la Guardia Civil. El guion de esta historia anduvo rodando por informes y comisarías igual que los seis personajes de Pirandello buscaban un director que los subiera a un escenario.
El licenciado en Bellas Artes explicó a los agentes que hacía un tiempo había creado una página web. El site presentaba al Comando28. Ese era, efectivamente, el grupo que buscaba el servicio de Información de la Guardia Civil, el que persigue a ETA y Al-Qaeda. Pero el Comando28 no era un grupo terrorista. Ni siquiera era un grupo y ni siquiera existía. «Muchas de sus pruebas coinciden con mis acciones pero la conclusión a la que habían llegado era completamente errónea», explica Fi Ocho en el café Pepe Botella de Madrid.
El estudiante estaba preparando una tesis doctoral sobre el arte en acción. «Inventé el Comando28 para cuestionar las fronteras entre lo ficticio y lo verídico», relata junto a una cerveza, una tórrida noche de verano.
Imaginó un colectivo que planeaba «acciones poco éticas y de mal gusto», pero no tenían nada que ver con el terrorismo. Unos miembros del Comando28 que trabajaban en la cocina de un restaurante entran en un baño, colocan una hamburguesa sobre un váter, le quitan la tapa del pan y eyaculan sobre la carne. Luego vuelven a poner el bollo en su sitio y la sirven a un comensal.
Otros integrantes del Comando28 trabajan en unos grandes almacenes. En un descuido del supervisor pegan el cambiazo a unas películas infantiles. Extraen el disco original e introducen otro en el que aparecen unas escenas pornográficas durante décimas de segundo en el largometraje.
Pero incluso estas acciones eran falsas. Las intervenciones del Comando28 eran montajes que Fi Ocho elaboraba cortando y pegando secuencias de vídeos de YouTube. El artista no inventaba nada. Las historias que contaba estaban inspiradas en otra ficción: El club de la lucha. En esa película de David Fincher, el protagonista trabaja como camarero en cenas de la alta sociedad. El empleado ha de vestir impecable y tener unos modales exquisitos, pero entre la ida y venida de las bandejas de plata, orina en la sopa y eyacula en la crema del postre.
–Todo es fruto de mi imaginación –explicó aquella mañana a los dos agentes. –Lo único que tengo que hacer es contarles toda la verdad.
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Este joven de 30 años, cuya musculatura parece esculpida en un taller de arte griego clásico, se sentaba frente a su ordenador, abría el editor de vídeo y empezaba a inventar acciones del Comando28. «Igual que un escritor redacta una novela», explica.
Hace un año el blog Comando28.com ya tenía suficiente contenido para presentarla en sociedad. Fi Ocho pensó que podía hacerlo con una «fusión de ficción y realidad». El Comando28 nunca había salido de la pantalla. Esta podía ser la ocasión para que, como una excepción, organizaran una intervención artística en el mundo físico.
El artista conocía bien el tema. Desde hace años es el número ocho de un colectivo artístico, llamado El gato con moscas, que organiza peregrinaciones por las autopistas de circunvalación de Madrid M-30 y M-40 para cuestionar los usos y hábitos de la mayoría de la población.
Este tipo de arte tampoco lo inventaron ellos. El doctorando sabe que su origen más remoto está en los rituales más primitivos y en el teatro popular. El arte no es solo un cuadro o una escultura. Ni siquiera tiene que ser un objeto físico ni ha de perdurar en el tiempo. Los dadaístas basaron su arte en ello. En los años 20 del siglo pasado, salían a caminar por París para replantear la división oficial entre lo bello y lo feo en la ciudad. En los años 50, uno de los fundadores de la Internacional Situacionista, Guy Debord, recorrió París en auto-stop sin parar durante una huelga de transportes y estuvo errando por las catacumbas prohídas al público. «Los urbanistas del siglo XX deberán construir aventuras», escribió en su libro El urbanismo unitario a finales de la década de 1950. «El acto situacionista más simple consistirá en abolir todos los vestigios del uso del tiempo de nuestra época, un periodo que, hasta hoy, ha vivido muy por debajo de sus posibilidades».
Fi Ocho recordó que a finales de septiembre, en un pequeño pueblo de Madrid llamado Quijorna, el Ayuntamiento, que estaba en manos del PP, había organizado un mercadillo donde vendían símbolos nazis y fascistas en el colegio público Príncipes de Asturias. La noticia salió en todos los medios nacionales. El país entero se escandalizó ante aquellas terribles sombras del pasado. Pero ese no fue un hecho aislado. Esta localidad es conocida popularmente como ‘Quijorna del Caudillo’ porque ahí se han producido más gestos de simpatía hacia el antiguo régimen.
El artista decidió que ese sería el lugar donde se presentaría el Comando28 el día de la Hispanidad de 2013. El artista dejaría un MP3 en la iglesia del pueblo, con un temporizador que haría sonar una música al final de la ceremonia. La melodía era una composición que fundía el himno del PP y la marcha de la Falange Española de las JONS, el Cara al Sol. «Era una caricatura de la vinculación entre la política y la religión que ha existido durante mucho tiempo en este país», relata el doctorando. «Quería provocar una reacción en las personas que lo oyeran».
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El 12 de octubre de 2013, Fi Ocho condujo hasta Quijorna. Entró en la iglesia y dejó una bolsa de Cafés Nespresso detrás del confesionario. Dentro había un reproductor musical con un MP3. En el reproductor de sonido había un USB con la composición. Nada más.
El artista abandonó la parroquia con la idea de que treinta minutos después la música llenaría el templo. Pero no fue así. Una persona vio la bolsa de café y se alarmó. Pidió que detuvieran la misa inmediatamente. Ese paquete podía ser un arma explosiva que haría volar la basílica por los aires. El cura decidió que no habría misa y pidió a los feligreses que salieran a la calle.
El pueblo, durante esos días, estaba en fiestas. Y también en el punto de mira informativo y de la Guardia Civil. Los agentes habían montado un dispositivo especial porque temían que se produjesen altercados después del revuelo mediático que se había montado por el mercadillo. Unas cámaras de televisión de LaSexta estaban allí y grabaron lo ocurrido.
En la calle se empezaron a escuchar varias versiones del suceso. De ahí saltaron rápidamente a más televisiones, radios y periódicos. El reproductor barato de MP3 se había convertido de repente en un «artefacto explosivo», un «supuesto explosivo», un «falso paquete bomba», un «paquete que simulaba una bomba», una «falsa amenaza de bomba». Muchos tenían incluso un culpable. Era un grupo terrorista de ultraizquierda radical.
Fi Ocho estaba atónito.
En ese momento sintió los límites entre lo ficticio y lo real. No existen. La música que el Comando28 había preparado no llegó a sonar. La acción artística dio un giro inesperado y siguió creciendo hasta hoy. «Pude comprobar de primera mano que la realidad supera la ficción», cuenta asombrado, más de dos años después. «A partir de ese momento perdí el control de la intervención artística y del proyecto de ficción. El resto del guion lo han escrito los medios y los investigadores».
Ante el aluvión de noticias, el artista empezó a sentir «la angustia de ver las historias sin fundamento que estaban publicando muchos medios». Fue a la tienda donde había comprado el reproductor de música y grabó el proceso que siguió antes para llevar a cabo su intervención en la iglesia. «Quería decir la verdad y desmentir todas esas noticias. Expliqué todo en la web de Comando28 y un vídeo donde enseño el reproductor de música».
Poco después Fi Ocho se fue a México para asistir a un curso de cine. A los nueve meses volvió a España. El asunto parecía estar olvidado. Aunque, en realidad, solo había desaparecido en su cabeza. El Servicio de Información de la Guardia Civil había estado buscando al Comando28 durante todo ese tiempo. Había intervenido su móvil, había pedido permisos a Google para ver desde dónde publicaron el vídeo de la compra del MP3, había relacionado la intervención con asuntos políticos porque unos blogs antifascistas hablaron del tema y había estado persiguiendo al que creían el cabecilla del grupo: un tal Figuelito.
Pero Figuelito tampoco existía. Era otra obra del artista y su amigo Miguelito. Los dos habían decidido intercambiar sus vidas por una semana y habían creado un nuevo humano mezclando sus rostros con un programa de edición de imágenes. Ese nuevo hombre era Figuelito, una fusión entre Fi Ocho y Miguelito, un personaje inventado que aparecía en otro de sus proyectos artísticos de ficción.
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A su vuelta de México, una mañana, Fi Ocho fue a una comisaría para renovar su DNI y el funcionario le alertó:
–En el ordenador salta un aviso que dice: «Pendiente con la justicia».
El doctorando supo por qué era. Era por un error. El mismo que llevaría dos días después a los agentes a buscarlo a su casa y preguntarle:
–¿Sois muchos, verdad?
–No. Son amigos virtuales. El Comando28 no existe.
Los efectivos de la Guardia Civil dijeron al joven que tenía que acompañarles. Bajaron al coche y se dirigieron al puesto de Tres Cantos. Allí pasó todo el día y toda la noche del ocho de mayo de 2014. La suya era la celda ocho. «La estrené yo», apunta. «Todavía olía a pintura recién echada».
A las 24 horas salió de Tres Cantos. Le pusieron unas esposas y un vehículo del Servicio de Información de la Guardia Civil lo llevó hasta la comisaría de Móstoles. Allí pasó otras cuatro horas. En total, 28 horas como presunto miembro del Comando28.
–¿Qué es el Comando28? –preguntó el juez.
–Es un comando ficticio producto de mi imaginación.
–¿Se arrepiente usted de lo que ha hecho?
–Mi intención no era asustar a nadie pero no puedo asumir algo que no he hecho. No puedo reconocer una acción que no he cometido.
El juez lo puso en libertad y le dijo que tenía que acudir a firmar al Juzgado de Instrucción número uno de Móstoles el primer lunes de cada mes hasta que se celebre el juicio donde acudirá como imputado por supuesta interrupción de ceremonia religiosa. Hoy todavía no hay fecha.
Fi Ocho sigue trabajando en su doctorado sobre arte en acción. El «diseño de acciones», como llama El gato con moscas a este tipo de intervenciones, es desde hace siglos una actividad de riesgo. Y hoy lo sigue siendo. Hace tres años llevaron a juicio al recién fallecido Javier Krahe por su cortometraje, rodado en 1977, Cómo cocinar a un Cristo para dos personas. El cantautor fue absuelto. Hace dos años el artista Eugenio Merino fue demandado por una realizar una escultura de Franco metido en una nevera. El Juzgado de primera instancia de Madrid la desestimó.
¿Y el Comando28? ¿Qué pasó con este colectivo?
–Se ha disuelto porque han pillado a Figuelito.
https://www.youtube.com/watch?t=14&v=-8m6OMujNJE