Las soluciones fáciles a problemas complejos han venido siendo reivindicadas en los últimos tiempos por dos grupos aparentemente muy alejados entre sí: los populistas y los solucionistas.
Los primeros porque creen que las dificultades a las que nos enfrentamos cada día se resuelven a través de la simplicidad. Los segundos porque piensan que se resuelven a través de la tecnología.
En concreto, el solucionismo, la ideología hegemónica en Silicon Valley, nos intenta vender que cualquier problema tiene una solución fácil y definitiva gracias a dicha tecnología Que todo consiste en redefinir las preguntas adaptándolas al protocolo algorítmico para que sea él quien nos ofrezca la respuesta optimizada.
El problema es que adaptar las preguntas para encontrar una solución que nos relaje tan solo nos llevará al lugar equivocado. Y de nada servirá haber llegado hasta él si desde el principio ignoramos de dónde partíamos.
Una cuestión que, de forma muy premonitoria, está descrita en la conversación entre Alicia y el gato de Chesire en Alicia en el país de las maravillas:
—¿Podrías decirme, por favor, qué camino debo seguir para salir de aquí?
—Esto depende en gran parte del sitio al que quieras llegar —dijo el Gato.
—No me importa mucho el sitio… —dijo Alicia.
—Entonces tampoco importa mucho el camino que tomes —dijo el Gato.
—… siempre que llegue a alguna parte —añadió Alicia como explicación.
—¡Oh, siempre llegarás a alguna parte —aseguró el Gato—, si caminas lo suficiente!
A Alicia no le importaba mucho el sitio, lo que quería era llegar. Y para eso, como le respondió el gato, basta con caminar lo suficiente. Es decir, basta con continuar avanzando en las respuestas tecnológicas sin permitir que las preguntas nos dificulten el camino.
Hemos llegado a un punto en el que le dedicamos más tiempo a las respuestas que a las preguntas. Hay una razón de fondo. Las preguntas inquietan y las respuestas tranquilizan. Y si no tranquilizan no importa, porque enseguida surgirá una nueva respuesta en forma de innovación tecnológica para paliar los errores de la anterior.
Por eso la nueva fe se basa en el dogma de la innovación. Esa que nos muestra la realidad como un paisaje contemplado a través de la ventanilla del tren, ofreciéndonos la sensación de que vemos más porque vemos más cosas.
No nos detenemos a pensar cuál es el problema. Tan solo corremos hacia la última solución sin darnos cuenta de que lo que nos sucede es lo mismo que al conejo blanco de Alicia cuando protesta diciendo: «Cuanta más prisa llevo, más atrás me quedo».
El solucionismo, término acuñado por Evgeny Morozov en su libro To Save Everything, Click Here: The Folly of Technological Solutionism, posee una capacidad analgésica basada en la promesa de que, gracias a la tecnología, todo quedará resuelto sin que nosotros debamos esforzarnos: la violencia, el cambio climático, la salud, la soledad… Lo único que tenemos que hacer es confiar en ella sin cuestionarla, aceptando el remedio que, de nuevo, encontramos en la novela de Lewis Carroll cuando la perilla de la puerta le dice a Alicia: «Lee las instrucciones y claramente serás dirigida en la dirección correcta».
El problema es que la naturaleza no lee las instrucciones y de vez en cuando un tsunami, un virus o una hambruna se empeñan en recordarnos que las respuestas fáciles no existen. Y que jamás hallaremos las complejas si no acertamos antes con las preguntas.