Terco. Pedro Rubén Reynoso se puso terco con fotografiar aviones volando. Con un 0,5% de visión en el ojo izquierdo. “Cierra los ojos, inténtalo, no es fácil”, dice. Durante meses, se orientó por el lejano ruido de los motores, pero no daba una, siempre se le salían de plano. Para ayudarle, su esposa empezó a usar el método del reloj de pared cuando iban de paseo: “A tus tres, a tus cinco, a tus siete”. En 2012, enfocó al cielo desde el parque Hundido de Ciudad de México y realizó su primera serie de tres aviones en pleno vuelo. Fotos con el oído. “La cosa más difícil de retratar son los aviones, pero el mundo hay que conquistarlo”.
Este excontable, exadministrador, ex vendedor ambulante y ex tantas cosas de 58 años fue alumno en 2012 del curso de fotografía de la asociación Ojos que sienten, en el que participan cada año entre 40 y 60 personas ciegas. Es un taller creativo, en el que la técnica se aprende a golpe de arrastrarse, de tocar las cosas, de escuchar, de palpar, de oler, de degustar. Y, a partir de ahí, salir a la calle a enfocar, a sacar picados, contrapicados o lo que haga falta.
Es un proyecto para sacar las emociones afuera, que ya ha sido expuesto tres veces en el museo Franz Mayer, de México y que, en 2014, el objetivo es exhibirlo en Inglaterra. “Una imagen no se genera en el ojo, se genera en la mente. Al tener el ojo entrenado, muchas veces perdemos la esencia de la creación de la foto”, explica Yhali Oropeza, profesora del taller.
Dos fotos de Pedro acabaron el año pasado expuestas en el museo Franz Mayer, en Ciudad de México. La primera la sacó tras chocar con una escalera metálica de caracol, en el parque del Bicentenario. Ese día iba con su hija, pero se alejó un poco de él, cuando le vio, le gritó: “Atrévete a subir”. Se agarró al eje de la escalera y llegó arriba para retratar la vista que no ve. La llamó ‘Atrévete a subir’. Una imagen hecha con el tacto.
La otra foto fue producto de un resplandor dándole en la cara. Sintió el calor de sol y su hija le dijo que se detuviese a las 12; tenía un charco a sus pies, de un metro y medio de perímetro, en el que se veían algunas nubes y un cable telefónico. La llamó ‘Una ventana al cielo’.
Los jardines son lugares habituales para tomar fotos. Huele los árboles, las flores y las plantas antes de palparlas. Fotos por el olfato.
¿Y el gusto? En una ocasión, Yheli llevó a sus alumnos a la cocina de una afamada cocinera mexicana llamada Mónica Patiño, para hacer pizza y galletas y fotografiar el proceso. Fueron probando los ingredientes: harina, pepperoni, tomate… Pero hubo algo que no sabían descifrar, era desagradable, parecía echado a perder: era levadura.
Para identificar dónde hay una foto, hace falta una persona que vea. Para saber si el resultado es bueno, también. “Si me dicen: ¡Guau!, esta foto no las has podido hacer tú, entonces es que sí funciona”, explica Pedro. Este fotógrafo aficionado empezó a perder la vista en 2009 tras un infarto combinado con diabetes, y hasta la fecha ha impreso unas 1,500 imágenes que nunca ha visto, que solo puede intuir a través de sus cuatro sentidos. Pedro, que ya ha dado varias charlas en universidades para hablar de su experiencia, tiene una imagen para evocar su evolución: “El momento en que di mi primera charla… Nunca había sentido un aplauso”.