El núcleo de la imagen no es nada del otro mundo, apenas una mujer paseando a un perro. El contexto son unas cuidadas avenidas residenciales, tapias de casas sutilmente ajardinadas, peinados de peluquería canina y un traje de empleada de servicio doméstico. El mensaje, en ocasiones, está en los detalles.
Mónica Ruzansky es una fotógrafa mexicana residente en Nueva York. Lo suyo es el retrato, es decir, petrificar los gestos y comportamientos humanos en instantáneas inmortales. La última vez que paseó por su país natal cargando su lente de 50 encontró un blanco claro sobre el que disparar. Una estampa que todo el mundo ha visto pero en la que casi nadie repara. De esa cacería salió su nuevo trabajo Dicen que los perros se parecen a sus dueños.
“No es algo propio solo de México, pasa en muchas ciudades del mundo, pero me llamaban la atención esos barrios de clase media alta en el DF, residenciales, sin apenas comercios, donde las calles están desiertas de gente. Lo único que se ve en ellas normalmente son empleadas domésticas que pasean los perros de las familias para las que trabajan. Eso se puede interpretar de muchas formas”, explica. “Quise que fuesen ellas y los perros a los que paseaban los protagonistas de la colección, que es mucho más que una colección de mujeres y de perros”.
Ruzansky empieza a hablar del sentido de esta serie y mientras lo hace sigue descubriendo explicaciones nuevas a lo que quieren decir los retratos. «Es que se me vienen muchas explicaciones a la cabeza». “Es algo tan simple que no es nada, una empleada paseando al animal. Pero eso son tantas cosas al mismo tiempo…”
Pretende que sus fotografías dejen una imagen positiva de estas trabajadoras. “Muchas veces ellas tienen una relación muy intensa con la familia. Son parte de ella, pero a la vez son personal remunerado por estar allí”, comienza explicando la fotógrafa.
“Ocurre también que al final son ellas las que sacan a pasear a los perros, que pertenecen a los dueños de las casas que los adquirieron aunque no tuvieran tiempo de atenderles o pasearlos. Es decir, se compra un perro para la casa y al final la verdadera dueña del perro acaba siendo la empleada que no fue la que lo adquirió. Mi pregunta es: ¿es la obligación de estas mujeres pasear a los animales de la gente rica?, ¿hasta dónde llega la relación de ellas con la familia para la que trabajan? No se trata de una denuncia ni de una crítica a este hecho, simplemente quise reflejar una realidad”.
La autora hizo el trabajo con «compromiso». “Me preocupan asuntos como sus derechos, que no son reconocidos como los del resto de trabajadores. Y es injusto, porque trabajan tanto o más que cualquiera”. Ruzansky ha tratado de llamar la atención sobre el papel complicado que desempeñan estas mujeres, en este caso en México, reflejando la tarea de cuidadoras caninas que “no es más que la punta del iceberg de todo el trabajo que realizan además”.
A pesar del título de la serie, no considera que las fotografiadas en estos barrios residenciales del noroeste de la Ciudad de México se parezcan a los animales que pasean, “de hecho, las dueñas no son ellas, pero pienso que incluso se puede averiguar qué relación tiene la empleada con la familia en función a la relación que tengan con el perro”.
La artista juega con esos límites difuminados que lindan la relación entre estas empleadas y sus empleadores. “Surgen tantos interrogantes…”, afirma, “entre ellos ¿quién está paseando a quién? Quería que los que viesen mi colección se formulasen preguntas como esas para entender mejor el papel de las trabajadoras, a menudo olvidadas. En el fondo no deja de ser el problema de clases sociales que en México siempre ha estado muy presente. La gente no se fija en las personas que consideran de una categoría inferior y eso es muy negativo para la sociedad”.
«Hay una extraña relación entre una empleada y sus empleadores”, dice Ruzansky; “por un lado se les trata como parte de la familia pero no lo son, y la baja cobertura legal que tienen las deja en manos de los que las contratan, que tienen vía libre para decidir sobre sus derechos laborales».
Opina la autora que al final muchas de ellas, o al menos algunas, están desprotegidas, algo que le parece «injusto». “Es que aunque trabajen deberían ser tratadas como miembros de la casa como cualquier otro, es decir, protegerlas como alguien protegería a cualquiera de los miembros de una vivienda. De hecho, en estas casas, son las que más tiempo pasan con la mascota familiar”.