Fue en 2019 cuando se estrenó Scream, Queen! My nightmare on Elm Street, un documental sobre Pesadilla en Elm Street 2: La venganza de Freddy (1985) y la vida de Mark Patton, el actor que encarnó al confundido protagonista Jesse. Esta cinta realizaba un ejercicio de liberación para Patton y, a la vez, pagaba la deuda que la propia película tenía con el público, el cual la había convertido en una cinta referente del cine queer de terror.
Muchos medios se hicieron eco del estreno, ya que confirmaba y ahondaba en algo que todo el mundo sabía, que la segunda entrega de Pesadilla en Elm Street trataba sobre la homosexualidad. El documental permitía a Mark Patton liberarse; homosexual y víctima del VIH en el Hollywood de los ochenta, fue culpado enteramente por el fracaso de la película, señalado por los productores y criticado porque su comportamiento, supuestamente femenino, arruinaba la franquicia.
Sin embargo, decir únicamente que la película era una metáfora que buscaba representar la homosexualidad reprimida, encerrada en el armario, es un análisis pobre y simplista, pues la cinta toca muchos más aspectos relacionados con la angustia, la abnegación, la aceptación y la estigmatización. Además, todos estos dilemas son tratados a través del terror que juega con la dinámica de los sueños y las pesadillas. Por ello, para intentar exprimir el máximo de la película es recomendable acudir a un experto en estos asuntos.
¿Quién mejor que Sigmund Freud para ilustrar los mecanismos y engranajes que se esconden tras la represión de la homosexualidad y su consiguiente problematización en el inconsciente onírico?
En su obra Más allá del principio del placer (1920) Freud introdujo los conceptos de ello, yo y superyó, conceptos que desarrollará más profundamente en El yo y el ello (1923). ¿Qué herramientas nos dan estos conceptos para interpretar el personaje de Freddy Krueger? Freddy es un antagonista que aparece en las pesadillas de los adolescentes para torturarlos y acabar con ellos, pero, en principio, solo tiene poder de actuación ahí, en los sueños.
Para Freud, todo sueño es un producto psíquico provisto de sentido y generado por el ajetreo anímico de la vigilia. Los sueños son un estado de carácter psicótico en los que nos vemos sumergidos en las incoherencias de la realidad interior, son formas de cumplimiento del deseo, tentativas de nuestro inconsciente que busca resolver conflictos.
El problema es que el inconsciente es la capa de la mente que mantiene las cosas ocultas a nuestra consciencia, por lo que no tenemos acceso directo ni a él ni a la información que guarda, así que esta es presentada en los sueños de forma alterada y perturbadora. Nuestro inconsciente se ve obligado a deformar el sentido de su información para que pueda pasar a través de la propia autocensura que nosotros mismos ejercemos sobre nuestros deseos e impulsos inaceptables.
Ello, yo y superyó
Entonces, ¿Freddy Krueger es el inconsciente de Jesse? No es tan sencillo. Para Freud hay tres instancias psíquicas actuando en nuestro interior. Por un lado tenemos el ello, que es el contenido inconsciente, la expresión psíquica de nuestras pulsiones y deseos primitivos regidos por el principio de placer y cuya meta es la satisfacción. Sin embargo, el cumplimiento de tales impulsos primitivos generaría conflictos en el mundo exterior que pondrían el peligro al individuo, por lo que el ello debe ser controlado.
Por otro lado tenemos al superyó, que es la internalización de las normas, reglas y prohibiciones parentales que se cristalizan en nuestro interior bajo las expresiones agresivas y de autodestrucción. El superyó representa los pensamientos morales y éticos de la cultura, que nos evalúan y juzgan cribando entre conductas adecuadas e inadecuadas. ¿Dónde se juntan estas instancias? ¿Quién controla el ello y a quién vigila el superyó? Este es el papel del yo.
Aquí encontramos la mediación entre las exigencias normativas o punitivas y las demandas de satisfacción del ello, que, a su vez, deben ser contrastadas con las posibilidades que ofrece el mundo real. El yo es el responsable de la obtención del placer dentro de los límites morales, lo que generará en su interior una tensión que provocará la angustia, las crisis de identidad y, en general, el malestar por la existencia en una cultura que no permite cumplir las expectativas que tenemos.
Para muchos espectadores, Freddy Krueger representaba el ello, esa búsqueda única y exclusiva de placer. En este contexto, se planteaba que la película dibujaba la homosexualidad como un instinto violento y primitivo, descontrolado, desagradable y agresivo, fuera de lugar en la sociedad normativa.
Si esto fuera así, el protagonista no disfrutaría de su sexualidad como algo propio, sino como algo contra lo que tiene que luchar y dominar, pues esa sexualidad es un monstruo que intenta matarlo. Evidentemente, esta interpretación está hecha desde un punto de vista punitivito con respecto a la homosexualidad y, además, no encaja con lo que vemos en la película.
La metáfora de Freddy Krueger
Jesse, el protagonista, se ve acosado por Krueger en sueños, pero este no busca matarlo, sino poseerlo y tomar el control de su cuerpo. La primera vez que lo consigue surge cuando Jesse se dirige a un local de ambiente, donde se encuentra con su profesor de educación física, figura de autoridad que disfruta imponiéndole severos castigos físicos en clase. Más tarde, cuando Jesse se dispone a tener un encuentro sexual con él en las duchas, es repentinamente poseído por Krueger, que toma el control de su cuerpo y su consciencia y castiga al profesor torturándolo y matándolo.
En otra ocasión, vemos como Jesse comienza a besarse con Lisa, su amiga y apoyo, pero cuando duda de lo que hace es nuevamente amenazado por Krueger, como un recordatorio doloroso de su verdadera identidad. Asustado, Jesse se dirige a la habitación de su amigo con la intención de dormir con él, argumentando que está hecho un lío. De nuevo, al aflorar en él sentimientos homosexuales, Krueger lo posee, saliendo de su propio cuerpo y apareciendo en la realidad de forma independiente. Vemos entonces a un Freddy libre que lo primero que hace es, precisamente, matar al chico por el que Jesse se siente atraído y, posteriormente, dirigirse a una fiesta en la piscina donde solo mata a los hombres.
Freddy no parece entonces la expresión de la homosexualidad reprimida de Jesse, sino todo lo contrario; Freddy es ese superyó heteronormativo dispuesto a castigar a Jesse cada vez que duda de su sexualidad y tiene pensamientos intrusivos. Freddy es la presión del orden establecido, la internalización de las reglas morales que buscan la autodestrucción frente a las conductas que la sociedad puede considerar inadecuadas.
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Es la representación de su propio automartirio por su sexualidad, la prisión que él mismo se impone al intentar encajar en la normatividad del instituto y del hogar. Freddy Krueger es la metáfora de la homofobia internalizada de un adolescente homosexual que no se puede reconocer como tal.
Para Freud, el conflicto en un individuo emerge en los sueños, y surge cuando el material inconsciente del ello irrumpe en nuestra conciencia y se enfrenta al yo. En estos casos, para evitarlo, el superyó puede incluso buscar la autodestrucción. El problema, entonces, no surge de la pulsión homosexual de un adolescente, sino de la angustia y el malestar que genera en su interior el hecho de no poder reconocerse en una sociedad tradicional que le estigmatizaría, le marginaría y le rechazaría.
Pero la interiorización de esa homofobia, la aceptación de uno mismo como algo aberrante para el resto, no son suficientes para suprimir las pulsiones naturales que uno mismo tiene, lo que genera un conflicto interno que provoca la irrupción del superyó en forma de represión radical, en forma de homofobia interiorizada, en forma de Freddy Krueger.
Así, la película no trata sobre un adolescente victimizado frente a un impulso homosexual, sino de un adolescente que, al ser homosexual, es víctima de un malestar represivo que podría, incluso, acabar con su vida. Esta es la verdadera película de terror: ¿cuántas veces la estigmatización, el acoso o la homofobia interiorizada han llevado a jóvenes homosexuales a acabar con su vida?
Pesadilla en Elm Street 2 no tiene que ser interpretada como una caricatura de la homosexualidad, sino como un grito contra la homofobia que dice claramente lo que es, un monstruo hambriento de destrucción.