Las cuestiones sobre género y sexualidad han tenido mucho protagonismo este año en el debate nacional de varios países. Muchas mujeres están cabreadas. Cansadas de aguantar abusos, desigualdades y faltas de consideración. Hartas de reprimir ira para escenificar su enfado. No es de extrañar que lleven un tiempo expresando ese mosqueo en las redes sociales o en marchas multitudinarias.
Pero el desfogue no es algo malo. Al contrario. La periodista estadounidense Rebecca Traister asegura que es magnífico. Ella lo llama «furia justa» y lo explica muy bien en su último libro, Good and Mad: the Revolutionary power of women’s anger.
Este ensayo hace un repaso por la complicada historia de la furia femenina –una emoción que siempre han tenido que reprimir las mujeres– y analiza lo que esa furia ha significado para el progreso social –comenzando con la fundación de Estados Unidos y los movimientos sufragistas y abolicionistas del siglo XIX–, así como el doble rasero para silenciar a las mujeres que se atreven a mostrar ese enojo.
Traister, considerada hoy día una de las voces más brillantes del movimiento feminista actual y que escribió el libro en apenas cuatro meses, explica que, durante muchísimo tiempo, las mujeres han disfrazado su ira, y que esa ira es realmente el mayor combustible para el cambio político.
Considera que tanto la victoria de Donald Trump sobre Hillary Clinton –en las elecciones presidenciales de 2016– como el bum del movimiento #MeToo –que siguió al demoledor artículo publicado en 2017 por The New York Times donde se denunciaban décadas de agresiones sexuales del productor Harvey Weinstein– sacaron (definitivamente) al genio de la botella.
Un movimiento de reivindicación feminista que, en realidad, comenzó la activista afroamericana Tarana Burke una década antes y que en origen sirvió para contar historias de abusos sexuales a mujeres y niños negros. No obstante, ahora en algunos círculos se entiende que #MeToo fue inventado por mujeres blancas en Hollywood. Pero ¿es posible encontrar coalición? Esta es una de las preguntas fundamentales del libro.
«Nunca había sido acosada sexualmente de manera repetida. Pero el hedor me pilló de todos modos. Estaba implicada. Todos lo estamos; nuestras contribuciones profesionales pesan en la balanza de follabilidad y la buena voluntad de llevarse bien, ser buenas chicas, no ser gruñonas sin sentido del humor ni brujas de oficina», reflexiona en su ensayo la estadounidense.
A fin de cuentas, considera inevitable implicarse en todo ello, pues todas las personas son actores de un sistema dominado por el hombre blanco occidental capitalista y patriarcal.
Traister, que lleva 21 años viviendo en la Gran Manzana, concibe la ira como una herramienta de comunicación que ha permitido a las mujeres unirse y producir rápidamente sentimientos de coherencia política.
«La comunicación y la afiliación entre mujeres ha sido desalentada por las estructuras de poder, que entienden que cuando las mujeres se comunican entre sí, pueden también organizarse y cooperar entre ellas», reflexiona en una entrevista digital. «Cuando reprimes la ira, desempeñas un servicio en nombre de esas estructuras de poder patriarcal blanco. Haces que las mujeres se callen sobre las cosas por las que están frustradas y las aíslas unas de otras».
En la misma entrevista, Traister describe a las mujeres como una «mayoría reprimida» y recuerda las formas en que los hombres en el poder han tratado de separarlas al resaltar sus diferencias.
Ella se muestra consciente de que poco tiene que ver la «ira justa» que ha podido permitirse una mujer blanca –desde la supremacía de su raza– con la de una mujer negra –que nunca ha experimentado el privilegio de no estar cabreada–.
«La coalición es muy precaria, porque hay desigualdades internas e injusticias entre aliados teóricos. Esas desigualdades y la furia que producen son muy reales y cruciales, y tenemos que transmitirlo y hablar de ello», apunta.
Furia heroica vs. enojo estridente
El libro está repleto de anécdotas personales. La periodista del New York Magazine cuenta que, en una ocasión, hace años, trabajó en una oficina con mayoría de hombres y se encontró a sí misma llorando con una rabia inexplicable. Una compañera la cogió por banda y le dijo «Nunca dejes que te vean llorar. Ellos no saben que estás furiosa. Creen que estás triste y que te pondrás contenta porque ellos se acercaron a ti».
Usa ese recuerdo personal para explicar que las lágrimas son la forma más frecuente que las mujeres tienen para canalizar su ira. Y añade que el hecho de que «estas estén permitidas se debe, en parte, a que son fundamentalmente mal entendidas». En otras palabras, la furia de un hombre (blanco) es heroica y patriótica, pero la de una mujer resulta estridente y ridícula. La larga sombra del patriarcado.
Durante años, Traister ha trabajado como periodista feminista, escribiendo sobre política y cultura con una perspectiva de género. Eso hizo que, inevitablemente, se enojase con demasiada frecuencia ante la inequidad y la injusticia que observaba a diario. Pero nunca se había detenido a pensar en su propia ira.
Un día de 2017, poco antes de la Marcha de las Mujeres, paseaba junto a su esposo. En mitad de la conversación, le reconoció que estaba tan enojada que le era difícil pensar. Y él le dio la idea del tema sobre el que podría versar su siguiente libro: el cabreo.
Un cabreo que ha estado presente en las distintas etapas de la historia de EEUU. La periodista recuerda que los fundadores de su país eran los hombres blancos que se quejaban de su falta de representación y que estaban cabreados y protestaban por ello.
«Pero cuando crearon su nueva nación, codificaron algunas de las mismas desigualdades por las que ellos mismos estaban enojados con respecto al gobierno británico. Así que construyeron la nación sobre la esclavitud y la privación de derechos de las mujeres», apunta en otra entrevista.
Una emoción tan reprimida como centenaria
El libro también recuerda a las pioneras. Recupera la lucha de algunas de las principales líderes sufragistas en Estados Unidos, como Elizabeth Cady Stanton o Susan B. Anthony. Ellas fueron las promotoras, en 1848, de la primera convención sobre los derechos de la mujer en ese país –su resultado fue la publicación de la Declaración de Séneca Falls (o Declaración de Sentimientos)–.
«Cualquier enojo expresado por personas que no sean hombres blancos se codifica rápidamente como disruptiva, irracional», comenta Traister sobre estas pioneras en una entrevista digital.
«Hay todo un récord en cómo reaccionó la gente, por ejemplo, con las sufragistas sobre las perversiones antinaturales del hogar, si las mujeres ganaban el derecho al voto o ganaban otro tipo de derechos que en realidad se solicitaron en la Declaración de Sentimientos. Un tipo preguntó de manera lastimera en un periódico de Nueva York: ‘¿Quién nos hará la cena?’».
Lo triste del asunto es que, casi dos siglos después, aún hay mucho machirulo que sigue formulando preguntas como esa (o similares).