Recuerdos de un viaje cinematográfico a raia galega

17 de diciembre de 2014
17 de diciembre de 2014
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El documental es un género que deambula por una delgada raya que separa la realidad de la ficción.

Aquel viaje surgió a partes iguales de la imaginación y el cine. De un encuadre persiguiendo el viento por encima de unos montes míticos que dan al noreste de Portugal. De esos paisajes reflejados en los rostros de sus homes y mulleres a la luz de la lumbre. Pasajeros de su historia. Protagonistas de la vida en la frontera, da vida da raia. Ahora quedan pocos. El clima no da tregua allí. Pero quedan y seguirán quedando.

La primera chispa nació, cómo no, de Galicia, de Carlos Velo y Fernando G. Mantilla: 24 minutos de metraje documental realizados en diferentes lugares de la región en 1935. Una película que se creía perdida y que fue reconstruida en 2011 por Pablo Cayuela, Margarita Ledo y Ramiro Ledo a partir de los fragmentos que había encontrado un profesor ruso, Vladimir Magidov, un año antes. ¿Cómo llegó a Rusia la película? Misterios de la Exposición Universal de París, misterios de la Guerra Civil.

La voz de Carlos Velo introduce la película (voz de una entrevista en 1985 cuando trajo del exilio un fragmento de la misma) explicando cómo se concibió. Esa intención de mostrar las dos Galicias, la terrestre y la marítima, la interior y la costera. «Que che parece unha corto que primeiro empeza co linho e logo os traballos da terra e logo os traballos do mar, e despois remata co mar?» Lo que sigue es un testimonio vivo, como solo puede brindar el audiovisual, de un pasado muy remoto; de unas costumbres ancestrales, una forma íntima y pelada de vivir con la tierra y el mar; rostros de otra época, pensamientos de otra época; otra comunidad.

Trayecto

El fuego cogió fuerza y me lanzó a la carretera, convencido de que ese pasado seguía vivo en el presente, que seguía existiendo allá arriba. Alcé el dedo a las afueras de Madrid y me subí al documental independiente N-VI (2012) del realizador gallego Pela del Álamo, para recorrer parte de esa carretera radial también conocida como carretera de La Coruña.

«Han quedado atrás los lugares de paso y con ellos las personas que los habitan», reza el documental al principio.

Muchas localidades de Castilla y León crecieron al ritmo del tráfico de la antigua carretera, sustituida por la nueva autovía que se apropió de muchos tramos y que relegó otros al recuerdo; relegó su operatividad funcional a testimonio de lo que fue. Así lo corroboran la mayoría de los ancianos que Pela del Álamo escucha, que si se remiten al presente insisten en el discurso de la muerte de ese espacio, ya huérfano del tránsito, y si se remiten al pasado recuerdan con nostalgia aquella realidad que se escapó por la A-6.

Recuerdo especialmente un bar abandonado en algún punto de una nevada segoviana. Las ventanas rotas dejaban pasar el frío y la nieve cubría objetos olvidados. Un bodegón fílmico de un espacio anteriormente habitado y ahora en ruinas. Los objetos mueren con la ausencia de sus dueños y ya solo sirven para atestiguar que el tiempo existe y que el tiempo pasa. Tiempo que también se hace más visible en los pueblos despoblados donde no hay mano ni dinero que se encargue de engancharlos al implacable progreso.

También recuerdo bien La Mota del Marqués, en mitad de Valladolid. «Aquí hay cuatro bares, uno, dos, tres y cuatro», nos señaló un señor mayor. Las señoras parecían disfrutar cuchicheando sobre las prostitutas que trabajaban en un local más abajo. Dos de ellas tomando sobre sus tacones una copa o un vaso de agua, solo alcancé a ver sus tacones, en el bar Botafumeiro. Lugar en los márgenes que abre hasta tarde y que según su camarero, acoge a todos los rebotados. Como aquel señor con ojeras inundadas de cubata que nos confió un secreto: «En los sitios de paso cada uno es quien dice o pretende ser».

A Raia

Fotograma de A Raia (2012), de Iván Castiñeiras.
Fotograma de A Raia (2012), de Iván Castiñeiras, que muestra la matanza anual del cerdo.

Pasé yo también y a la altura de Benavente dejé la A-6 y cogí la autovía de las Rías Baixas buscando el puerto entre montañas del Macizo Galaico-Leonés que conecta Zamora y Ourense. En ese territorio alpino el viento me trajo ecos de un mundo perdido tras os montes, ecos de acento portugués. Como aquel ficto-documental pionero realizado en 1976 en los pueblos del Alto Douro por Antonio Reis y Margarida Cordeiro. Una pieza de gran valor etnográfico interpretada por los habitantes de estos pueblos portugueses al otro lado da raia, principalmente por unos niños.

Localidades del Parque Natural de Montesinho como Casares, el pueblo de Fernando, al que llegué gracias al documental A Raia (2012), de Iván Castiñeiras. Esta región es de gentes duras y trabajadoras que se han tenido que bregar, y se siguen bregando, con esta tierra bella e inhóspita construyendo una relación con ella a la par íntima e intensa. Los protagonistas del documental son testigos de ello, como el propio Fernando y el orensano Pepe de Tameirón. Ambos me contaron sus peripecias como contrabandistas durante los años 50, la vida da raia.

En aquel entonces, Pepe terminaba de trabajar en el campo, de segar o de lo que fuese, y de noche caminaba los 12 kilómetros hasta la frontera donde Fernando le entregaba un saco de 25 o 30 kilos que se echaba al hombro y cargaba de vuelta. Al día siguiente, a trabajar sin dormir. Todavía hoy siguen segando y trabajando.

Otro de los contrabandistas me relató como se hartó de esa vida y emigró a Alemania, como muchas otras personas de la región, que después volvieron de Suiza, Francia, Alemania u Holanda, ya mayores, con sus pensiones. «El contrabando y luego la emigración fue lo que aguantó estas aldeas», relató Pepe. Los altos pinos son testigos mientras bailan al son de un viento frío y del crujido.

Esta gente es heredera directa de la Galicia terrestre y continental a la que se refería Carlos Velo en su documental de 1935, al igual que es heredera de los aldeanos de Lobeira, en la comarca de Baixa Limia, que retrata O carro e o home (1941) de Antonio Román y Xaquim Lourenzo. Un documental corto, montado en 1980 a iniciativa de Eloi Lozano y Carlos Serrano de Osma para el Museo do Pobo Galego.

La filmación no solo muestra el proceso de fabricación de un carro y la función vital que luego desempeñaba en la vida de la aldea, sino que también revela algunas dinámicas sociales como la solidaridad a la hora de batir la cosecha o de cortar la madera. Esos homes que sierran el carballo son antepasados loitadores de los homes que serraron un árbol en la última parada de mi viaje, el ficto-documental Arraianos (2012), de Eloy Enciso Cachafeiro.

Arraianos está interpretado por los propios habitantes de un pueblo da raia —como también lo estuvo la portuguesa Tras Os Montes en el 76— que no solo protagonizan su rutina y sus rituales, sino que también declaman diferentes pasajes de la obra teatral O Bosque, del dramaturgo gallego Jenaro Marinhas del Valle. Estas dos dimensiones, la etnográfica y la dramática, se entrelazan progresivamente provocando una impresión sumamente poética.

En esta película la dureza y el misticismo de la tierra no se percibe tanto en los devastadores planos abiertos como en los primeros planos, en los reflejos genuinos de los rostros de esos homes y mulleres cantando canciones de amor y desamor. Habitantes da raia geográfica, pero también da raia que separa la ficción de la realidad como así lo hace el propio documental de Eloy Enciso Cachafeiro.

Recuerdo que en un momento dado dos señoras reflexionaron sobre el bosque en el que se hallaban. «Este bosque parece no tener fin. Llega más allá de nuestras vidas. Traspasa la raya de la muerte», dijo la más existencial. «Lamentándote no mejora la situación. Los llantos no resucitan a los difuntos», contestó la más realista. «Pero se acomodan bien en el cofre de nuestros recuerdos», sentenció la primera. «El muerto al hoyo y el vivo al bollo», sentenció la segunda.

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Fotograma de Arraianos (2012), de Eloy Enciso Cachafeiro.

¿Qué será de los arraianos dentro de 20 años? Bueno, ¿qué será también de nosotros?

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