¿Generación perdida? Desmontando ideas sobre los jóvenes

14 de abril de 2011
14 de abril de 2011
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Recuerdo con cariño los viajes de París a Extremadura en un Peugeot 504 recién salido de fábrica. Era un lujo que mi padre, operario, se había permitido: comprarse un coche nuevo. Era la segunda excentricidad que esta familia de emigrantes se había permitido, la primera fue la televisión en color. Corrían mediados de los años setenta. Los viajes al pueblo, en España, nos llevaban 24 horas o más. En el coche viajábamos mis padres, mis tres hermanos, la abuela, yo, el perro, el gato y la jaula de los canarios (afortunadamente las mascotas eran todas de pequeño tamaño). Aparte, las maletas.
No había cinturones en la parte trasera ni sillas para los menores: de hecho yo alternaba las rodillas de mi madre y las de mis hermanos. Tampoco habíamos oído hablar del aire acondicionado o de los airbags. No parábamos a comer en ningún restaurante, sino en áreas de descanso, cuando existían, con la tartera de la tortilla y la ensalada de mi madre. Y a pesar de que actualmente podrían verse como estrecheces, viajábamos felices. Muy felices.
Hoy no se me ocurre subir a mi hija a ningún vehículo sin su silla de seguridad. De hecho, las distintas sillas que los niños van necesitando a medida que crecen suponen un desembolso de dinero considerable para los padres. Si el recorrido nos lleva muchas horas, nos quejamos. Tenemos airbags, gps, aire acondicionado, lector de dvd para hacer el viaje más entretenido… Comodidades que a mi hija y a los niños de su generación les parecerán de lo más normales.
¿Qué quiero dar a entender con todo esto? Pues que los que hoy tienen entre 25 y 35 años llegaron al mundo con unos niveles de bienestar mayores que los de sus hermanos y, por supuesto, que los de sus progenitores. Los que son acusados de ser materialistas han crecido entre algodones, rodeados de todo tipo de comodidades que hacen la vida más fácil. En general, la sociedad occidental se ha vuelto más cómoda: no queremos pasar frío en invierno ni calor en verano; cada familia dispone de dos vehículos, cuando no son tres o cuatro; en cada casa hay un par de ordenadores y al menos, dos televisores, aparte del home cinema, la Wii y varios teléfonos móviles que se cambian cada año porque enseguida se quedan desfasados.
En efecto que los jóvenes son hoy más consumistas y pragmáticos que los de antaño. Para ellos la vida no es sacrificio como lo fue para mis padres, no es sólo trabajo: es ocio y trabajo. ¿Eso es malo? ¿Es cierto que son unos comodones que se apoltronan en el sofá de casa de sus padres sin más horizonte vital que el del fin de semana?
¿De verdad que no tienen más valores que los puramente materiales? ¿Son tan diferentes de otras generaciones o simplemente es la sociedad actual la que no tiene nada que ver con la de hace décadas?
El colectivo de los que tienen entre 25 y 35 años acumula tantos apelativos que uno no sabría con cuál quedarse: generación Y, generación Peter Pan, baby loosers, mileuristas, generación perdida, generación Net…. Definitivamente, no salen bien parados en los medios de comunicación: La generación ni-ni, más de 700.000 jóvenes españoles ni estudian ni trabajan; Los jóvenes varones españoles, adictos a la camisa planchada de casa de sus padres; Apalancados con papá y mamá; Solitarios 2.0; Ascensor social fuera de servicio; La crisis duplica el número de desempleados con carrera universitaria; Juventud, ¿divino tesoro?… Podríamos llenar páginas y páginas con titulares que presentan a los jóvenes como parados, vagos, faltos de esperanza, conformistas, egoístas y sin embargo, cuesta encontrar alguna noticia cuestionando la comodidad conseguida (y anhelada) por las generaciones que les precedieron.
Cuando la editorial me encargó este trabajo el primer título que barajé fue el de Generación Noquedada. La impresión inicial era que los jóvenes tenían, a pesar de su preparación, escasas posibilidades de ascenso social y que esta escasez venía provocada por su cuasi nula motivación más que por las condiciones del mercado. Parecía que se eternizaban en casa de sus padres, que no acababan de salir del nido para emprender sus vidas como adultos y que además, estaban a gusto así. Se diría que no tenían más valores que los materialistas: un coche, dinero para copas, el móvil…Habían sido noqueados en el primer asalto sin ni siquiera haber peleado.
Pero la investigación vino a demostrar que lo del fenómeno de apalancarse con los padres no era nuevo (en 1993, hace casi veinte años, El País publicó un artículo titulado Apalancados con papá y mamá). Es más, diversos estudios demuestran que las actuales generaciones de hijos en el hogar familiar están menos cómodas que las de antes y que el porcentaje de comodones podría ser de un 9% como máximo.
También, los datos del mercado laboral ponen de manifiesto que los nacidos entre 1975 y 1985 han disfrutado de años de bonanza económica en los que se crearon muchos puestos de trabajo (en 2007 y 2008 se alcanzaron cifras anuales de 20,3 millones de ocupados) y de unas oportunidades mayores que los de la generación precedente. Daba que pensar además, que hubiera tantos titulados subocupados:
¿no habrá un desajuste entre oferta y demanda de trabajadores? ¿no estamos asistiendo quizás a un declive de la meritocracia como lo anunció Sennet? Antes el título era sinónimo de un buen puesto. En la actualidad no es garantía de nada.

¿Realmente noqueados? ¿De verdad es todo tan negativo? ¿Cuánto de estereotipo hay en los titulares de la prensa?
Con los datos en la mano se desmontan muchos argumentos. No creo que se les pueda denominar generación perdida. Cierto, existen claroscuros (la titulación universitaria se ha ido devaluando, la tasa de temporalidad de España es una de las más altas de Europa, los sueldos de los que cursaron estudios superiores nunca fueron tan bajos) pero no se les pueden achacar a ellos y, a lo mejor, la que anda perdida es la sociedad, no un grupo concreto…
Seguramente son más pragmáticos que lo fueron otros: pero, ¿no lo es la sociedad en general? ¿Acaso no somos todos víctimas de una vorágine que nos lleva a producir para consumir y viceversa? Muchos padres se quejan de que sus hijos no se marchan de casa, pero, ¿querrían que se fueran de cualquier manera?
¿Qué valores inculcamos cuando afirmamos que comprar una casa es mejor que alquilar, cuando les animamos a opositar en lugar de a emprender un negocio?
¿De verdad hay una generación perdida? Creo sinceramente que no. Vivimos en la era de la modernidad líquida, como afirma Zygmunt Bauman y, lo que ayer era válido hoy ya no lo es, de ahí la precariedad, el futuro incierto, la falta de luz al final del túnel.
Más que nunca es cierto el poema de Antonio Machado: caminante no hay camino, se hace camino al andar. Los caminos de nuestros padres y de nuestros hermanos ya no existen. Hay que buscarse vías alternativas.
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Este artículo es un extracto del nuevo libro de Lucía Martín  ¿Generación perdida? desmontando ideas sobre los jóvenes, Editorial Áltera reproducido con el consentimiento de la autora.
Lucía Martín es Periodista freelance especializada en economía y viajes y autora del blog El Sexo de Lucía
Foto de portada: Miss A reproducida bajo lic CC

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