Así se domina el mundo: las relaciones internacionales funcionan como un patio de recreo

Todo aquel que recuerde sus años de instituto estará de acuerdo en que existen aspectos que son comunes en todo el mundo. Los roles se repiten: líderes natos, frikis, gente que pasa inadvertida o que destaca y goza de un respeto notable, bien por elocuencia o por el temor que inspira a una amplia mayoría. En la esfera internacional también es habitual encontrar potencias que disfrutan o carecen de este tipo de cualidades y de distintos grados de influencia.

Tanto en el plano escolar como en el internacional, conocer las singularidades de los sujetos de estos entornos es imprescindible a la hora de comprender ciertas actuaciones y escenarios. Al intentar entender el vigente contexto mundial, sería un error no tener en cuenta la historia y la posición geográfica de los pueblos, con todos los recursos que ello implica.

El mundo occidental acoge a unos 900 millones de humanos, frente a otros 6.600 millones con culturas diferentes que son considerados hoy perdedores del desarrollo y la globalización. Una globalización donde no existe lo bueno y lo malo por sí mismo, sino «lo transitoriamente beneficioso o perjudicial». Así comienza el juego de poderes según Pedro Baños, coronel del Ejército de Tierra y especialista en geopolítica, y de este modo lo describe en Así se domina el mundo (Editorial Ariel, 2017).

En geopolítica ocurre lo que en cualquier instituto, según Baños: cuando toda esa troupe sale al patio, relajada de la tensión de las aulas, es cuando se establece el orden de poder, se explotan las capacidades, se decide y se influye en las decisiones.

El autor explica las diferentes estrategias de poder utilizadas por los países, con el fin de que se comprenda el juego de las potencias que nos dominan. «La historia no se repite, pero rima», por lo que si prestamos atención a las geoestrategias de dominio empleadas hasta ahora, podremos comprobar que muchas son recurrentes.

Geoestrategias inmortales: la intimidación

No hace falta salir de un patio de recreo para distinguirlas. La intimidación, un clásico; ese «vencer sin combatir» que aconsejaba Sun Tzu, general de la antigua China, en geopolítica radica en «amenazar con recurrir a la fuerza en una proporción que cause daños difícilmente asumibles, evitando así un ataque por temor a las represalias».

En otras palabras: persuadir al enemigo de que la solución militar de sus dilemas políticos le resultaría más costosa que los beneficios que pudiera obtener.

Al igual que el acoso escolar derivó en el actual ciberacoso, en el ámbito internacional los métodos también se reciclan, las combinaciones de intimidación económica, política y social cada vez son más retorcidas y, en ocasiones, pueden ser ejercidas con tan solo publicar un tuit.

Porque los políticos también insultan inspirándose en los clásicos de ayer y de hoy: «gordo bajito» o «países de mierda» son ofensas que actualmente se estilan tanto en patios de recreo como en algunos despachos de las altas esferas. Prueba de ello es la batalla dialéctica entre Donald Trump y Kim Jong-un, en la que por ahora solo se lanzan insultos y se vacila de misiles, pero que a veces lleva a recordar episodios en los que la cosa llegó a mayores, como ocurrió durante la Guerra Fría.

A pesar de que las armas nucleares continúan en el top de las principales amenazas para la paz y la seguridad internacional, actualmente circulan otras herramientas para ejercer la intimidación más sutiles que la de apuntar con un misil balístico nuclear. Cuando la cosa pasa a mayores y los insultos se vuelven insuficientes, aparecen otro tipo de artimañas más sofisticadas.

Ejemplo de ello son las sanciones o el bloqueo de pasos importantes en países de tránsito. Como Ucrania, por donde corre la mayor parte del gas natural ruso que se consume en Europa; o Irán, en el estrecho de Ormuz, por donde circula el 40% del petróleo mundial.

Da una patada a la escalera por la que subiste

Si por ventura eres un país que goza de éxito, de un buen nivel desarrollo y potencial industrial, nada más sencillo que pegar una «patada a la escalera» por la que subiste para frenar el desarrollo de otros estados que podrían llegar a ser incómodos. Como cuando algún empollón se niega a compartir sus apuntes o el que solicita todas las becas no dice ni pío para ahorrarse la competencia.

Frenar el desarrollo de países incómodos es posible, impidiendo a estos poner en práctica «medidas que sirvieron en su momento a los actuales promotores del libre cambio para llegar a su privilegiada posición de dominio en el presente, con lo que estos dan una patada a la escalera que los aupó a la cúspide económica para que los demás países no puedan alcanzarlos».

¿Y qué dicen los de abajo? En la lucha contra el cambio climático, por ejemplo, países que son castigados por sus elevadas emisiones de CO2, como China o Brasil, denuncian una situación de desventaja acusando a los que ahora buscan reducir las emisiones mundiales de pegarle una patada a la escalera, porque históricamente estos han contaminado a espuertas y sin límite hasta conseguir su desarrollo económico.

Debilita y empobrece al vecino

Por lógica, para que un estado predomine, el de al lado debe ser inferior, así que siempre debe existir una estrategia para debilitar y empobrecer al vecino que ha tocado en suerte. Quítale el bocadillo al de al lado, distráele durante las explicaciones o simplemente procura su no integración en los grupos que gozan de cierta popularidad.

Así se opuso Francia a la entrada de España en la Comunidad Económica Europea (CEE), procurando proteger a su sector agrícola frente a los productos españoles que podrían ser más competitivos, si finalmente entraban en el mercado común.

Todavía, desde que en 1986 España comenzara a formar parte de la CEE (ahora la UE), hay a quien le sigue escociendo esta incorporación y, a la antigua usanza, empuja camiones de fruta españoles una vez pasados los Pirineos.

Simula y disimula

«Simula el desorden a tu enemigo y sorpréndelo; finge estar en inferioridad de condiciones y estimula su arrogancia», decía Sun Tzu. En ocasiones, entre aquellos que siempre parecen estar en babia o ausentes destacan alumnos brillantes que como China; acumulan matrículas en silencio.

Desde que en 1978 se iniciaron las reformas para convertir al país de una economía planificada a otra de mercado, el gigante asiático ha plantado cara al neoliberalismo y se ha convertido en indiscutible líder regional y gran potencia mundial.

Sin embargo, el país más poblado del mundo continúa presentándose a sí mismo como estado en vías de desarrollo en ciertas cumbres mundiales como las del cambio climático. Y este es un ejemplo de por qué nunca debe subestimarse el poder de los intereses humanos, por muy ocultos que estos permanezcan.

En un discurso ante funcionarios del Partido Comunista el pasado 20 de enero, el general Jin Yinan, estratega de la Universidad de Defensa Nacional de China, celebró la retirada de EEUU del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP).

«Repetimos que Trump perjudica a China. Queremos que sea así. De hecho, le ha dado a China un gran regalo. Ese es el retiro estadounidense de TPP». Jim, cuyo comentario continuó circulando, adjuntó al respecto: «A medida que EEUU se retira a nivel mundial, China aparece».

Dominación indirecta

Aunque en ocasiones pase inadvertida, la dominación está en todas partes; en lo que comes, bebes e incluso en la cantidad de oxígeno del que dispones al día. El autor hace referencia a la «McDonalización», término acuñado por el sociólogo George Ritzer, que apuntaba a la cadena norteamericana como símbolo de los deseos de la sociedad:

«Algo inmediato, idéntico y a cualquier hora». Una dominación indirecta en la que la globalización se presenta como «una McDonalización de la colectividad».

El geopolítico inglés, Halford Mackinder, aseguraba que quien dominase el heartland (centro de gravedad compuesto por Europa Central y Oriental) se haría con el mundo; y Hollywood lo vio claro. Solo tienes que dar una vuelta por tu barrio para comprobar que las producciones yaquis inundan tus carteleras más cercanas y las de los alrededores.

Según el Observatorio Audiovisual Europeo, el mercado mundial de películas está distribuido de tal manera que los productos estadounidenses ocupan casi el 70% de las carteleras mundiales, frente a un 26,2% de la Unión Europea y un 3,8% del resto del mundo.

Pero la industria hollywoodiense no solo exporta historias. Como herramienta de «poder blando» (Soft Power), «la visión maniqueísta americana» lleva toda la vida entrando en la mente de espectadores de todo el mundo.

De hecho, en 1949 el Pentágono elaboró un manual de cooperación entre las grandes corporaciones de la gran pantalla y las fuerzas armadas norteamericanas por la cual, si una producción reúne los requisitos, puede tener acceso a bases militares del ejército, «así como asesoramiento y recursos (carros de combate, helicópteros, submarinos, portaviones o cualquier vehículo o arma militar. También podrá contar con soldados reales como extras)».

¿Cuáles son las condiciones? Que tu película sea acorde con la política de la Casa Blanca y que contribuyas «a crear una buena imagen de las fuerzas armadas, ayudando a los programas de reclutamiento y retención de personal».

Si no existe un enemigo, invéntalo

Los enemigos han cohesionado históricamente a la sociedad, que tiende a solidarizarse cuando se convence de que le acecha una amenaza común. Porque pese a las divisiones y los bandos que puedan darse en cualquier aula, la unión siempre se puede contemplar cuando existe un profesor al que todo el mundo tiene enfilado.

Y si este no existe, solo tienes que inventar otro objetivo. Busca a alguien contra quien «sembrar cizaña» como hizo EEUU con los países occidentales para que recelaran de Rusia. Esto último, según Baños, con el doble afán de, por un lado, «contener a los rusos en cuanto que potencia emergente rival y, por otro, de crear un enemigo a aliados y amigos (los países europeos)».

«Rusia necesita a Europa, y Europa necesita a Rusia», afirman ambas en sus discursos aun en el devenir de las sanciones económicas, fruto de la anexión rusa de Crimea y del incumplimiento de los Acuerdos de Minsk II, estos últimos alcanzados en 2015 para poner fin al conflicto enquistado en el Donbass, al este de Ucrania.

Pero si es una cuestión de necesidades, EEUU también precisa evitar la amenaza que supondría una unión ruso-europea, así que, como dice el refrán, «a la iglesia, por devoción y a la guerra, por necesidad». «¿Existe entonces algún camino para evitar a la humanidad los estragos de la guerra?», preguntaba Einstein a Freud.

Lo trágico del asunto es que, aun conociendo las tretas de los que nos dominan, el afán de poder del hombre siempre termina por condenarnos a repetir la historia. De nuevo, como en un instituto, el éxito está en destacar, sí, pero con la salvedad de que en los juegos de poder será a costa de los demás.

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