Gudim Anton, un ilustrador virtuosamente absurdo

Gudim Anton

El ilustrador ruso Gudim Anton asegura que no busca el humor: «No es una prioridad ni un objetivo para mí, solo recuerdo un par de veces en que se me ocurrieron ideas realmente divertidas». O sea, que si te ríes, es cosa tuya. «Si algunas imágenes resultan divertidas para alguien (o si no), genial. Estoy contento de todos modos siempre que haya logrado crear algo interesante», expresa.

Quizá sea cierto. No es un humor universal, y no todas sus ideas hacen gracia. Lo comprobamos. Mostramos las ilustraciones a varias personas: algunas miran el dibujo, miran al que ahora teclea partiéndose el pecho y se marchan, serios, preguntándose por qué se relacionaran con gente tan extraña.

Es un humor, más bien, de fibra absurda. La mayoría de situaciones absurdas que se producen en el mundo son irrefutables, pero cada uno se conmueve con aquellas que, por algún motivo, le interrogan. Por eso, el absurdo es un hilo, no un tejido: no puede incluir todas las veces a todo el mundo.

Un hombre se mira en un espejo de un armario de aseo y, al abrir la puerta, en vez de desaparecer el reflejo, aparece su misma figura pero desollada.

 

Muchas viñetas de Gudim Anton siguen esta lógica; continuamente se confunden los papeles que corresponden a la realidad y a la representación de esa realidad: de pronto, los encuadres, los enfoques o los reflejos son capaces de alterar el mundo físico.

 

Hay, también, escenas idílicas y bucólicas que, de pronto, al ampliar el plano resultan ser un segmento de una situación más prosaica, plana o triste. Entonces, se desata el conflicto entre lo que pudo ser y no fue, y eso provoca en el espectador una suerte de risa que no pretende burlarse del otro, sino protegerse de una tristeza o una desilusión de la que podríamos ser los protagonistas.

 

En otras ocasiones, Anton crea simples juegos de humor blanco, tonterías recreativas: una visera de gorra que se come una hamburguesa, aviones que parecen lejanos pero son simplemente pequeños como gorriones, o un hombre que tiene una relación estable con su mochila.

«Muchas cosas parecen absurdas en nuestra vida cotidiana, y con bastante frecuencia hacemos cosas absurdas con cara de normalidad. Algunos de mis trabajos se basan en esa interacción exacta: algo extraño está sucediendo, pero nadie parece remotamente sorprendido», explica.

 

 

Gudim Anton no nombra unas influencias concretas. Se nutre de toda la información que absorbe. «Música, noticias en las redes sociales, películas, vídeos online; todo aterriza en algún lugar de mi subconsciente y puede resurgir en cualquier momento».

Considera su trabajo como un oficio donde hay más constancia que vuelos de musas creativas. «A veces ni siquiera necesito inspiración. Todo lo que me interesa es imaginar y dibujar. Este es el hobby que estoy aprendiendo a manejar de manera responsable y dentro del cual me gustaría empezar a crecer como artista».

La mayor parte del tiempo del proceso creativo lo invierte en generar y conectar ideas. «Carezco de cualquier método racional. Anoto todo lo que se me ocurre u observo y luego lo resuelvo cuidadosamente de modo que solo las mejores ideas se conviertan en dibujos».

 

El ilustrador acumula más de 315.000 seguidores en Instagram y difícilmente sus publicaciones bajan de los 20.000 ‘me gusta’. Preguntado por su pasado, mantiene la sencillez: no describe una carrera de logros ni una formación académica. «He estado dibujando desde pequeño y usando esta habilidad cada vez que tenía la oportunidad. Todo cambió desde que llegaron las redes sociales y me dieron la oportunidad de compartir mi trabajo. Entonces me enganché. Tener una audiencia es una aventura inspiradora y exigente», cuenta.

Gudim afirma tener un solo deseo para sus seguidores, «ayudarles a mirar con más amplitud y a advertir cosas interesantes en la vida cotidiana». Un deseo envenenado. Una vez abres los ojos al absurdo, no hay vuelta a atrás. Poco importa que estés en una reunión de trabajo con tu jefe o en un velatorio. En cualquier momento, puede asaltarte una idea estrafalaria que te haga partirte de risa. Como dijo Gila: «Me habéis matado un hijo, pero me he reído…».

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