Somos menos materialistas de lo que creemos

26 de enero de 2015
26 de enero de 2015
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Algunos estudios apuntan a que a muchos les complace más hacer regalos que recibirlos. Otros incluso van más allá. Todo el ritual de pensar el regalo, en la persona que lo recibirá, hacer los preparativos y entregarlo, aparte de quebraderos de cabeza, produce satisfacción (y no solo por el hecho de terminar con los quebraderos de cabeza).

Al fin y al cabo el regalo es una materialización de las relaciones sociales. No se regalan las mismas cosas ni el acto significa lo mismo si le regalas a tu tía, a tu pareja o a tu jefe en el trabajo. El antropólogo Marcel Mauss describió en su libro Ensayo sobre el don, que trata sobre los métodos de intercambio en sociedades antiguas, cómo estas consideran el regalo más allá de las connotaciones económicas. También forma parte de un código social.

En este caso, Mauss comprobó que existía una «triple obligación»: dar-recibir-devolver. Lo cierto es que el antropólogo descubrió que para las sociedades antiguas esta práctica era bastante estricta. Negarse a hacer un regalo, a recibirlo o a devolverlo suponía una ruptura de las relaciones sociales. Si la persona que recibía el regalo no era capaz de devolverlo, o de hacerlo al mismo nivel, quedaba en una posición de inferioridad respecto al otro. ¿Alguna vez has intercambiado regalos con alguien y el tuyo ha quedado muy por debajo? Esa sensación también la tenían las tribus que estudió Mauss.

¿Qué nos gusta más, que nos regalen o regalar?

Queremos corresponder de la misma manera cuando nos regalan algo. Los actos de regalar y recibir un regalo están íntimamente ligados. Tanto es así que no siempre está claro qué nos satisface más. La respuesta fácil sería que nos regalen, por supuesto.«No me retuerzo la cabeza pensando, no me gasto dinero y encima me cae algo». Todo ventajas.

Muhammad Taslim Razin bajo licencia CC
Decepcionado con su regalo. (Muhammad Taslim Razin bajo licencia CC)

Pero lo cierto es que no somos tan materialistas, aunque nos lo hagamos. En un estudio avalado por la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos se distribuyó una cantidad de dinero a una serie de personas y se les planteó una disyuntiva: podían donar cierta cantidad a organizaciones de caridad, con lo que su monedero disminuiría, o tomar otras decisiones que no implicaban una reducción de su dinero.

Todos los participantes dedicaron una buena cantidad de su asignación para caridad. Los científicos estudiaron las reacciones en el cerebro mientras lo hacían, así como mientras tomaban decisiones que les aseguraban una recompensa económica. Estas últimas activaban el sistema de recompensa de la vía mesolímbica. Las áreas concretas eran el cuerpo estriado dorsal y ventral, así como el área tegmental ventral, que según la ilustrada Wikipedia está asociada a la cognición, la motivación, el orgasmo, la dependencia a las drogas o las emociones fuertes, como el amor (también está implicada en desórdenes psiquiátricos, por cierto).

Las donaciones también activaban todas estas regiones. No solo eso, lo hacían con más intensidad y además la actividad se extendía al área subgenual o área 25 de Brodmann,  una parte del cerebro que está implicada en el apego social. En este caso la satisfacción al entregar algo era mayor que la que se obtenía recibiendo una recompensa.

«Con lo que me ha costado»

Tiempo, esfuerzo, búsqueda… y, por qué no, también dinero. Todo para unos pobres resultados. Hubiera sido mejor haberle preguntado qué quería y fin de la historia. Un repaso a Amazon, pedido y catapún: regalo al canto. Sin romanticismos ni aspiraciones peliculeras.

Se supone que si alguien se pasa su buen montón de tiempo pensando y buscando un regalo demuestra a la otra persona que le importa. Pues parece que tampoco es así del todo. Un estudio llevado a cabo por investigadores de las universidades de Harvard y Stanford ha descubierto (los datos se refieren solo a Estados Unidos) que la gente prefiere que le regalen algo que ha pedido.

Niña echando un ojo, a ver si le traen su poni. (Allison Richards bajo licencia CC)
Niña echando un ojo, a ver si le traen su poni. (Allison Richards bajo licencia CC)

Los investigadores llevaron a cabo varios experimentos. En uno de ellos se pidió a la mitad de los participantes que imaginara dar un regalo, y a la otra mitad, que imaginara recibirlo. Había dos opciones: regalar algo que la otra persona había pedido o una sorpresa. Los que recibían regalos apreciaban más que fuera algo que habían pedido; además, sentían que el regalador se había mostrado más atento. En otra prueba algunos participantes tenían que conformar una lista de regalos deseados. También a ellos se les entregaron sorpresas y peticiones. Y el resultado fue que el contenido de la lista se percibió como más considerado y más personal.

Sin embargo, hay otra vertiente que no se ha tenido en cuenta. Aunque quien recibe el regalo no siempre aprecie el tiempo y el esfuerzo invertidos en este, la generosidad de quien regala reporta beneficios en sí misma al regalador. Esto es lo que sostiene Maria Konnikova, periodista especializada en psicología, que ha alcanzado cierta notoriedad con su libro Cómo pensar como Sherlock Holmes. Konnikova afirma que esta dedicación hace sentirse mejor a la persona que la lleva a cabo, como si ese esfuerzo le estuviera ayudando a ver el mundo como un lugar mejor.

¿Y regalar dinero?

¿Para qué preocuparse de buscar un regalo cuando existe el dinero? Aquello de «toma, cómprate algo bonito», a veces parece la mejor opción. De primeras muestra que el regalador no tiene ni idea de lo que regalar y si la tuviera no se ha molestado mucho por ponerla en práctica. Pero no hay que subestimar los atractivos de un regalo de papel con el dibujito de un edificio (cuanto más moderno, mejor) y el importe en euros en la esquinita.
Después de todo con el dinero se pueden comprar muchas cosas (con más dinero, más cosas, claro). En otro de los estudios que realizaron los investigadores de Stanford y Harvard descubrieron que los que recibían regalos apreciaban un buen puñado de dólares por encima de los objetos que habían pedido expresamente. Ya se comprarían ellos lo que quisieran, debieron pensar.

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