Desde el momento en el que la tecnología se puede utilizar para modificar un ente vivo, el espectro de posibilidades que se abre ante nosotros es tan vasto que cuesta definir los límites. ¿Qué parte queda dentro de la realidad y cuál permanecerá en la literatura de ciencia ficción como mero ejercicio creativo? Hack You es un proyecto de Fjord que trata de imaginar el futuro y cómo seremos cuando, en lugar de máquinas, hackeemos nuestros propios cuerpos.
“¿Ves? La forma en que estás hecho es una jaula que te mantiene en el espacio más pequeño, para siempre”. En eXistenZ, la película de 1999 de David Cronenberg, Allegra Geller —personaje encarnado por Jennifer Jason Leigh— aboga porque el cuerpo humano sea intervenido para añadir funcionalidades adicionales. Más allá de la afición del director canadiense a meter dedos en orificios extraños con texturas aún más insólitas, la cinta reflexiona acerca de la utilización de tejidos vivos y ADN sintético para superar las limitaciones que la propia naturaleza nos ha impuesto.
Andy Goodman y Marco Righetto son esencialmente diseñadores, pero con Hack You, el proyecto que están desarrollando en Fjord, son también una especie de arquitectos-cocineros-futurólogos que juegan a crear historias plausibles en un futuro próximo. Lo que hacen en Hack You podría englobarse dentro de “Las 10 profesiones más guays del mundo en este momento”, ya que dedican su tiempo a soñar con escenarios inimaginables en los que el cuerpo humano integre tecnología para convertir al hombre en una suerte de ‘hackeador hackeado’.
[pullquote]“¿Ves? La forma en que estás hecho es una jaula que te mantiene en el espacio más pequeño, para siempre”[/pullquote]Su labor no se centra en desarrollar ningún tipo de tecnología sino en pensar cómo los seres humanos pueden interaccionar con ella y qué usos se le pueden dar a esas posibles creaciones. “Pensamos acerca de qué quiere hacer la gente con esta tecnología. Los científicos son profesionales brillantes, pero no suelen ver si algo es bueno o malo”, explica Andy Goodman. Por supuesto, las connotaciones morales podrían comenzar a discutirse hoy y no terminar nunca, pero según los diseñadores, ellos deben crear posibles escenarios que, entre otras cosas, ayuden a dibujar usos indebidos de la tecnología.
Un ejemplo ilustrativo, aunque llevado muy al extremo, es el de Albert Einstein y la bomba atómica. Las investigaciones del físico de Ulm sirvieron para crear una de las armas más destructivas de la historia de la humanidad. Uno de los objetivos de Goodman y Righetto es que, aunque probablemente no puedan evitar el uso perverso de algún descubrimiento, se sepa que eso puede ocurrir y se tenga en cuenta.
Su trabajo en Fjord parte en muchas ocasiones de los libros de ciencia ficción. Según Goodman, son inspiradores tanto a la hora de crear situaciones favorables como para imaginar aquello que hay que evitar. “Va más allá de integrar tecnología en los cuerpos humanos. Todo esto ha sido representado por la ficción en numerosas ocasiones, pero la mayor parte de veces de manera dramática y algo aterradora, como en Terminator”.
Sin embargo, la investigación va más allá. Sin ánimo de suplantar el trabajo de ningún científico, lo cierto es que han tenido que empollar una ingente cantidad de material acerca de ingeniería genética, biología sintética, diseño industrial o computación. Así, crean sus espacios de trabajo planteando qué ocurriría con las diferentes combinaciones de bloques funcionales de genes.
Cada uno de estos fragmentos de ADN estándar e intercambiable es un ‘biobrick’. La idea, creada por Tom Knight, uno de los responsables de la División de Ingeniería Biológica del MIT, era crear una especie de ‘Amazon de la ingeniería genética’, como lo denomina Marco Righetto, en el que cada uno pudiera adquirir las piezas o partes necesarias para su trabajo.
“Imaginamos, por ejemplo, que se pone un ojo extra activando dicho gen en un lugar en el que no se encontraba originalmente”, cuenta el diseñador británico, reduciendo el argumento al mínimo, pero es así como generan escenarios, montando diferentes e hipotéticos bioladrillos.
El catálogo de posibilidades es, como comprenderán, inabarcable. Insisten en que no hacen diseño de producto y en que ni quieren ni pueden ser muy específicos. Como explica Righetto, “nos centramos en el ecosistema y en una visión amplia del escenario. Es complejo, pero las necesidades humanas más básicas no han cambiado en cientos de años”.
El proceso creativo es similar al que podría utilizarse para construir una historia. “Empezamos con un contexto e introducimos la tecnología. Es como tirar una piedra a un lago. La arrojas y observas cómo las ondas se expanden. Es secuencial”. Goodman añade que no es sencillo. “Hay que tener en cuenta un montón de inputs científicos, tecnológicos o de diseño”. Por ejemplo, la tecnología, que ahora es muy cara, en poco tiempo estará al alcance de todos en la tienda de la esquina. Situaciones que podrían dar grima hoy serán cotidianas dentro de un número determinado de años.
¿Imaginan que nuestro color de pelo cambie instantáneamente según nuestro estado en Facebook? Aún mejor. Otra de las películas que Goodman y Righetto se montan pasa por que pudiésemos rociar un espray sobre nuestro cuerpo que lo recubriese de sensores. Estos serían capaces de captar las placenteras sensaciones térmicas que experimentamos bajo una palmera tropical y reproducirlas cuando nos estemos helando en Estocolmo.
Algunas de estas situaciones son solo sueños en una mente con ganas de juerga. Otras, sin embargo, están a la vuelta de la esquina. La Universidad de Illinois, en Urbana-Champaign, ha desarrollado una tecnología de ledes que pueden ser implantados bajo la piel. Están pensados para la monitorización sanitaria o la activación de tratamientos médicos. Desde un punto de vista más frívolo, podrían utilizarse como base de tatuajes luminosos o para avisarnos de que hemos recibido un mensaje en alguna red social mediante la proyección de un icono subcutáneo.
¡Cúrame, chip!
Las aproximaciones más relevantes a estas tecnologías tienen que ver, normalmente, con propósitos sanitarios. El control de lo que comemos en el mismo momento en que ingerimos podría ayudar a detectar potenciales peligros o dietas poco saludables. La monitorización constante haría que los diagnósticos tardíos fueran historia. “Se podría incluso tomar una sola pastilla en toda la vida que fuera liberando los tratamientos adecuados en cada momento”, declara Goodman.
Por supuesto, a la hora de plantearse escenarios hipotéticos, hay que cuestionarse muchos argumentos éticos. El primero es para qué se emplea cada implante, cada chip, cada tecnología en sí. También habría que pensar qué se hace y cómo se maneja la cantidad de datos privados y personales que captaran todos esos sensores instalados en cada persona viviente. “Podría saberse quién está enfermo con cualquier afección contagiosa y se le podría relegar a una zona de cuarentena”, señala el diseñador inglés.
Precisamente, la Fundación Biobrick, que creó el mismo Tom Knight en 2006, es la que intenta velar por que la ingeniería biológica se ciña a usos éticos y se utilice en beneficio de todos los habitantes del planeta.
¡Lo sabéis todo de mi!
Lo que a buen seguro va también a cambiar es la forma en que apreciamos e interactuamos con todo lo que nos rodea. La interpretación de gestos a cargo de dispositivos invisibles implantados en nuestros cuerpos también podrían dar lugar a muchos cambios en las relaciones sociales. En una fiesta, si miras a una persona más tiempo de lo normal, los sensores detectarán cierto interés y ejecutarán una orden para buscar información acerca de esa persona y poder así construir un perfil. Eso podría suponer la muerte de las relaciones entre polos opuestos, sí, pero también que te lleven contra tu voluntad a un concierto de One Direction.
En cuanto a la forma de ofrecer productos al consumidor, Goodman explica un experimento realizado por McDonald’s en sus puntos de venta MacAuto que ilustra lo predecible que puede llegar a ser el comportamiento humano. Llegaron a la conclusión de que el coche que conducían los clientes y aquello que pedían estaba claramente relacionado. “Prácticamente era algo así como ‘si conduces un Hummer, no vas a pedir una ensalada’”, dice el diseñador. A partir de esa predicción del comportamiento, las máquinas de vending, “y esto ocurrirá muy pronto”, ofrecerían una selección de productos diferente dependiendo de quién se acerque a ellas, con una alta probabilidad de que sean del interés del usuario y de una manera casi instantánea.
La propia naturaleza de los productos o del branding también serían distintos. ¿Y si pudiésemos meter en la maleta una sola camiseta que nos sirva tanto para Costa Rica como para Siberia porque es capaz de variar su longitud y la capacidad de abrigo de su tejido? “Podrías no comprar un producto nunca más, sino solo la instrucción que lo haga de una forma u otra”, declara el responsable de Fjord en España.
Bricolaje genético para el manitas del mañana
Goodman y Righetto practican este juego de imaginación teniendo en cuenta también que el tiempo en el que el Hazlo tú Mismo llegue a la genética, y eso, según ellos, no está muy lejos de ser adoptado de manera masiva. “Un puente no se hace arrojando hormigón y acero a un río. Hay que saber combinarlos y calcular su estructura. Con esto pasa lo mismo. Hay que saber cómo se hace, pero casi cualquiera podrá hacerlo”, explica el diseñador italiano.
De hecho, ya existe un movimiento, DIYbio, fundado por la bióloga Ellen Jorgensen, que tiene la misión de ayudar a establecer una comunidad de biólogos Do-it-yourself segura y con la capacidad de ofrecer resultados a la sociedad. Al fin y al cabo, cuando dentro de unos años le cuentes a tus hijos o a tus nietos tus andanzas, creando bombas fétidas con el Quimicefa, te pulverizarán con su brazo biónico y conviene que no sea eso lo único que hagan en su tiempo libre en el laboratorio.
Jorgensen desarrolla su labor en Genspace, un espacio de investigación sin ánimo de lucro situado en Brooklyn en el que cualquiera puede acercarse a crear su propio engendro apoyado en la biotecnología. Bueno, lo cierto es que no podrá crear un monstruo de siete cabezas preparado para asolar Tokio y ni siquiera podrá utilizar agentes patógenos. Como explicaba Jorgensen en su charla en TED, “si uno trabaja con patógenos, no es un biohacker, es un bioterrorista”.
En realidad, el tipo de cosas que han hecho estos biomanitas de andar por casa van más en la línea de saber cómo analizar el ADN de un perro para saber cuál de los del vecindario le ha dejado un regalo en su jardín. También puedes saber si tu jamón es realmente de bellota o si ese relleno de tu maki sushi es atún rojo.
¿Debo tener miedo?
El futuro es, ¡oh, sorpresa!, una incógnita. Lo único que podemos hacer son ejercicios de construcción hipotética de la realidad que puede que nos ofrezcan resultados similares al de uno de los capítulos de la serie británica Black Mirror. En él, cada individuo guardaba en su memoria cualquier cosa con la que se experimentara. Podía volver atrás en esa película de su vida en el momento en que quisiera. Llegará el día en el que todo será grabado y lo único que quede fuera del objetivo será el gato de Schrödinger. “Nada será olvidado y eso hará que podamos rememorar momentos felices con fines terapéuticos”, dice Goodman.
Sin embargo, no poder olvidar nada lleva aparejadas connotaciones bastante inquietantes. Lo que proponen los dos diseñadores favorece el que nos planteemos distintas situaciones que nos ayuden a asumir el uso de la tecnología implantada en nuestro cuerpo. Ahora, la reflexión nos toca a nosotros. ¿Nos mostramos ilusionados ante lo que viene u optamos por la ventana a la paranoia?
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Ilustraciones: Velckro Artwork
¡Hackea mi cuerpo!
