helados
El helado no siempre se toma en bolas (el helado, no el consumidor). En Taiwán, por ejemplo, el más popular es el ‘shaved ice cream’, con una textura a medio camino entre el sorbete y el helado que se toma repleto de salsas y toppings. Un aspecto que chocaba demasiado con la forma de consumir helado en occidente y que obligó a los empresarios Joad López y Federico Mendoza a ingeniárselas para dotar a este producto de una imagen menos áspera y más amable cuando decidieron importar estos helados a España.
“El helado era tan feo que decidimos hacer de ello una virtud”, dice Marion Dönneweg, fundadora junto con Merche Alcalá de M Barcelona, estudio responsable de este proyecto. Todo comenzó con un proceso deconstructivo: primero, separar los toppings (mermeladas, chocolate líquido, dulce de leche, etc), y después, a esa montaña de helado deforme le pusieron dos ojos de azúcar. “Convertimos el helado en un personaje, un pequeño monstruo que te mira a los ojos y que le dota inmediatamente de vida y personalidad”.
A partir de ahí, dar con el nombre no costó demasiado: Eyescream, que además de una pronunciación similar a ice cream, hace referencia directa a los ojos, unos ojos diferentes para cada sabor y que dan carácter y personalidad a cada uno de estos monstruitos.
M Barcelona también desarrolló un packaging sencillo y económico. “Una bandeja de cartón en la que encajan el envase del helado, una cuchara y dos envases para los toppings” señala la diseñadora gráfica.
Ante la localización real, en el barcelonés barrio de La Barceloneta, las responsables del proyecto consideraron que el selfservice sería la fórmula que mejor encajaba con el producto y que el timing y presupuestos ajustadísimos serían argumentos que definirían su escenario. “Por eso construimos cajas de madera de bajo coste para el selfservice, donde concentrando toda la experiencia del consumidor”, comenta Merche Alcalá.
Su fachada cambiante y multifuncional es otra de las singularidades de este establecimiento. “La construimos a partir de un rótulo de grandes dimensiones con ‘patas’, que tiene la capacidad de descomponerse en varios rótulos cuando se abre al público: uno para la identidad exterior y otro que al abrirse al interior funciona de rótulo informativo del producto”, explica la arquitecta.
Después de muchos años trabajando cada una en su disciplina, estas dos profesionales decidieron juntarse a finales del 2006 para probar una fórmula nueva: que una disciplina construya sobre la otra. Y parece que esa fórmula -mediante la que un mismo equipo se responsabiliza del naming, la identidad corporativa, la arquitectura, el packaging y el diseño de producto, como ha ocurrido en Eyescream- funciona.
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Yorokobu es una publicación hecha por personas de esas con sus brazos y piernas —por suerte para todos—, que se alimentan casi a diario.
Patrick Thomas

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