En pleno siglo XXI, seguimos sin estar preparados para tener una heroína fea

3 de junio de 2020
3 de junio de 2020
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heroínas bellas

«Os mostraré a una heroína tan poco atractiva y tan pequeña como yo que será tan interesante como cualquiera de las vuestras». Esto es lo que al parecer les dijo Charlotte Brontë a sus hermanas y lo que fue la chispa de la que salió su novela más conocida, Jane Eyre

Según la amiga y futura biógrafa de la autora, Elizabeth Gaskell, la propia Brontë le contó esto. Que había estado discutiendo con sus hermanas si las protagonistas tenían que ser siempre guapas. Anne y Emily decían que sí, que quién iba a querer leer una historia protagonizada por una mujer ya no fea, sino normalita. Charlotte discrepaba. Gaskell no es una biógrafa muy de fiar porque intentó (y consiguió) blanquear la imagen de Charlotte Brontë, pero en este detalle en particular todos queremos creerla.

Jane Eyre fue una novela revolucionaria por muchas razones y aún lo es en muchos aspectos, pero la no belleza de su protagonista es una de las principales. No se trata de un detalle casual que no tenga importancia en la historia: es una de las cargas extra que lastran a la heroína. No solo es pobre, sino que además ni siquiera es atractiva. Y, si bien ella misma se encarga de recordárnoslo con frecuencia a lo largo de la novela, no se trata de una simple cuestión de autoestima. Uno de sus pretendientes, el guapísimo pero inquietantemente estricto y ultrarreligioso St. John, dice de ella que «enferma o no, siempre será fea». Y va más allá: «la gracia y la armonía de la belleza brillan por su ausencia en esos rasgos».

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Fotograma de ‘I feel pretty’

La novela subvierte una de las reglas no escritas de la literatura. Como explica Charlotte Wright en Plain and Ugly Janes: The Rise of the Ugly Woman in Contemporary American Fiction, el canon literario (y de la ficción en general) está lleno de protagonistas guapas y antagonistas feas. Un poco como si la belleza o fealdad interior siempre se reflejasen en el exterior, como si no fuese posible ser fea y buena persona, fea y valiente, fea y digna de una historia clásica de amor romántico. Jane Eyre, además, no se queda con el pretendiente guapo (St John). Prefiere a Edward Rochester, a quien, pese a la confusión que puede crear que haya sido interpretado en el cine por Michael Fassbender, se nos describe también como feo.

Treinta años antes, Jane Austen le presentaba al mundo a Anne Elliot, protagonista de Persuasión, su última novela. Y la presentaba como a una mujer que había sido guapa de joven, pero cuya belleza ya se había marchitado a la decrépita edad de veintisiete años por culpa de una historia de amor frustrada cuando era joven. Y, sin embargo, es en este momento, en esa madurez de la protagonista y no antes, cuando transcurre la primera parte de la historia. Eso sí, Austen es menos revolucionaria: igual que el desamor le robó la belleza a su heroína, el amor se la devuelve. Quizá era de la escuela de Emily y Anne Brontë y podía presentar a una protagonista no atractiva solo si se trataba de algo temporal.

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Fotograma de ‘El diario de Bridget Jones’

Podríamos pensar que todo esto son cosas del siglo XIX y que ya lo hemos superado, pero las protagonistas guapas son todavía mayoría. Su belleza es normalmente solo uno más de sus rasgos, no algo definitorio, pero sí algo que se suele mencionar, por si acaso algún lector se siente tentado a imaginar una cara poco armoniosa. En el cine es aún más exagerado: pocas protagonistas descritas en un libro como normales, del montón o feas llegan a la pantalla con esos rasgos.

Un caso bastante significativo es del de Hermione Granger. La amiga de Harry Potter (y verdadera heroína de la saga según a quién preguntes) es descrita en los libros como una niña menuda, de pelo enmarañado y dientes delanteros muy grandes, lo suficiente como para granjearle las burlas de otros niños. No es lo que transmite Emma Watson (excepto el pelo en las primeras películas), la actriz que le dio vida en pantalla. De hecho, J.K. Rowling, la autora, dijo en alguna ocasión que cuando le presentaron a Watson fue por teléfono y que se enamoró de ella para el papel al instante, pero que si la hubiese visto en persona no la habría aceptado. Demasiado guapa.

Es fácil ver lo raras que son todavía las protagonistas que no son guapas en cómo el aspecto físico se convierte en un tema muy importante de muchas historias con heroínas del montón. No sabemos si Bridget Jones era fea (¿lo es acaso Renée Zellwegger?), pero sí que tenía algo de sobrepeso, lo que ya la coloca en un punto de partida diferente al que ocuparía una Bridget Jones con cuerpo de modelo (sería por genética, por supuesto, ¡podría comer de todo!). 

Muchas veces, además, estas historias cuasirrevolucionarias nos cuentan que el problema no es el aspecto físico, sino lo que la sociedad opina sobre él y, por lo tanto, lo que piensan las pobres heroínas no especialmente agraciadas sobre sí mismo. La comedia I Feel Pretty (¡Qué guapa soy! en España), de 2018, reflexionaba sobre esto. La protagonista, interpretada por Amy Schumer, se aleja de lo que se entiende por belleza canónica, algo que la hace sufrir bastante. Un día, después de pedir un deseo (ser guapa), se da un golpe en la cabeza y se despierta… igual. Solo que ella se ve con un cuerpo y una cara distintos, se ve como si fuese la mujer más guapa del mundo. Su vida cambia, claro, y casi todo le empieza a ir bien. Ella lo atribuye a su nueva belleza, pero, como sabemos los espectadores, lo único que ha cambiado es su propia confianza en sí misma.

Ejemplos como este, tanto en el cine como en la literatura o las series, sí muestran que poco a poco hay cosas que van cambiando. Pero si al leer Jane Eyre aún nos fascina que esa protagonista enclenque y del montón llegue a un final feliz, y llegue a ese final sin que nadie descubra que en realidad con un poco de colorete es, ¡oh, Dios mío!, guapísima, es porque lo que ha cambiado es muy poco. Aunque hay cada vez más voces que están con Charlotte, el mundo pàrece seguir opinando lo mismo que Emily y Anne.

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