Hollywood es el culpable de tu fracaso en el amor

31 de diciembre de 2015
31 de diciembre de 2015
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Hay al menos tres momentos en el año en los que nos paramos a reflexionar o, al menos, lo intentamos: al acercarse el fin de año, poco antes de nuestro cumpleaños y poco antes de reincorporarnos al trabajo o los estudios tras las vacaciones de verano. No queremos pasar un año más «con lo mismo». Pensamos en la salud (¡vida saludable!), en el trabajo (¡me quito las deudas!) y en el amor.

La salud o el trabajo se tienen o no se tienen y pueden hacerse planes respecto a ellos: más ejercicio, dieta saludable, ser más profesional… El amor ofrece distintas combinaciones: se puede tener un amor y sufrirlo; no tenerlo y desearlo; no desearlo y vivirlo (obsesión, lo llaman); tenerlo y ser feliz (esto es lo más raro, según Hollywood).

Los que tienen pareja pueden pensar si acabar una relación, hacer más feliz al contrario o «dar un paso más». Ese paso más puede ser compartir piso o celebrar una boda o tener un bebé (depende de la casilla en la que se esté).

Quienes dudan entre acabar una relación o seguir adelante a veces confunden «dar un paso más» con perpetuar una relación que no conviene. Pero la experiencia ajena demuestra que irse a vivir al mismo piso, una boda o un bebé no son soluciones para las parejas en crisis. Quienes dudan tienen motivos aunque quieran ignorarlos. Por esto consultan a amigos y conocidos qué es lo normal y qué no lo es. La misma duda quizá debería servir como referente. Hay una certeza: si la otra persona hace llorar —a propósito, y no de risa— y crea malestar, no es conveniente. El tiempo invertido en una relación nociva no debería ser un elemento a considerar.

«¿Cómo ha pasado esto, si nos gustan las mismas cosas?», se lamentan los amantes sufridores. Porque compartir una serie de gustos o puntos de vista sobre la vida, aunque está bien, no es suficiente.

Hollywood, culpable

Si el amor es complicado, viene Hollyood y lo complica aún más. Avanzado el siglo XXI, la meca del cine sigue produciendo películas de bodas «como las de siempre». Películas protagonizadas por diseñadoras de bolsos o redactoras con coquetos apartamentos, pero que «no se sienten completas» porque no tienen un hombre en su vida. Un hombre que la lleve al altar y que le dé un niño, una niña y un perro en una casita de dos plantas con jardín delante y detrás.

* El amor verdadero y los estereotipos

La boda no siempre es la última escena, pero se intuye tras la declaración de amor de él después de haberse comportado como un canalla; o la declaración de ella tras haberse comportado como una loca. Curioso, ¿verdad? El héroe de la comedia romántica se comporta como «todos los tíos» y la heroína como «todas las tías», y eso, hay que comprenderlo, perdonarlo: asimilar estereotipos. Una idea que pasa a la vida real: «Pero tía, qué exagerada eres, todos los tíos (esto o lo otro)»

* Disfrutar de lo que va pasando

Pero en los últimos dos o tres años se están produciendo cambios, aunque tímidos, en la comedia romántica. Las nuevas historias que comienzan como tantas: la chica perfecta y el chico casi-perfecto se conocen, tienen dos o tres citas, una vuelta en velero, la abuela tira los tejos al chico… Y alrededor del minuto treinta (tres o cuatro semanas en la ficción), él le pide matrimonio… Y ella dice «no». Ella quiere las comidas, el velero, una noche en tu casa, otra en la mía y que cada uno tire su basura…

En estas nuevas historias románticas él no es un canalla ni ella una histérica ni hay rivales amorosos. Son historias agradables de ver porque no se tiran los trastos, no hay tensiones sexuales no resueltas. Los protagonistas van saltando de una pequeña aventura a otra, hay risas y besos…

En estas nuevas historias románticas, más que un alegato contra el matrimonio, lo hay contra el «amor verdadero», un concepto popular y dañino que Hollywood ha sabido explotar.

La farsa del amor verdadero

El «amor verdadero» es el amor a pesar de todo: el que perdona, el que todo lo soporta, el que hace decir «me duele amarte» u «odio cómo me hablas, pero quiero seguir odiándote» o «pelearme contigo es lo mejor que me ha pasado nunca» o «prefiero discutir contigo que hacer el amor con otra». ¿No es todo esto molesto, cansino, dañino?

«Es que hay gente que le va la marcha», dirán algunos. Y será.

El problema es cuando este concepto de amor sufrido, amor en disputa, amor entre perros y gatos es colocado por encima de amores más llevaderos. Como si andar a la gresca —literalmente esto sí que es luchar por la relación— tuviera más valor que no hacerlo. Sandra, una amiga medio española, medio inglesa, tiene una frase magnífica: «¿Amor verdadero? No hace falta. Para estar con alguien lo importante es llevarse bien y que os gusten las mismas frikadas».

Llevarse bien es imprescindible. Si esta no es la base, mala cosa. Y no necesario, pero sí muy deseable, que a ambos les gusten las mismas frikadas (o querer aprenderlas el uno del otro).

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Imagen de la película Y entonces llegó ella.

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