El hombre que enseñó a fabricar brazos

12 de noviembre de 2015
12 de noviembre de 2015
6 mins de lectura

[pullquote author=»Richard Buckminster Fuller» ]Nunca podrás cambiar las cosas peleando contra la realidad. Para cambiar algo, construye un modelo nuevo que convierta al anterior en obsoleto[/pullquote]
La tecnología es una cosa muy chunga. Nos levantamos por la mañana y nuestro nivel de ansiedad comienza a subir a niveles histéricos entre notificaciones de Facebook, de Twitter, el doble check del whatsapp, el whatsapp y hasta la propia existencia del teléfono móvil. Por no hablar de los drones que nos vigilan a cada minuto, los vehículos autopilotados, que van a dejar sin trabajo a taxistas y camioneros, o los brazos robóticos que ya han sustituido a millones de obreros en las cadenas de montaje de todo el mundo.
Es un cliché que tiene tantos años como la civilización. Ya los luditas se dedicaban a destruir telares a finales del XVIII temiendo por el futuro de las costureras, la imprenta de Gutenberg tuvo una fiera oposición a cargo de los escribas, y el mismo Sócrates solo impartía sus lecciones de viva voz porque decía que eso de la escritura era un invento maligno y con tanto escribir, tanto escribir se acabaría marchitando la memoria de la gente.
Pero claro, no es más que un chivo expiatorio donde colocar el miedo, porque la tecnología no es ni chunga ni maravillosa. La tecnología solo es una herramienta. Una cuyos artefactos, especialmente al inicio de su entrada en el mundo, cuando aún son prototipos sin engrasar, no suelen estar completamente bien planteados, bien construidos o incluso bien entendidos. Precisamente porque el mundo aún no está preparado para ellos.
Un buen ejemplo son las impresoras 3D, ese aparato que, por un precio razonable, pone al alcance del público general la fabricación del casco de Darth Vader, dispositivos de autosatisfacción sexual e incluso armas de fuego. Pero, bien utilizadas, las impresoras 3D también permiten construir un objeto tan caro y a la vez tan necesario como es un miembro protésico.
 Saludad! (DP)

Es difícil encontrar los precios de este tipo de prótesis porque fluctúan según sus capacidades, la patente a la que se adscriban e incluso la marca que las comercialice, pero según la web norteamericana disabled world, un brazo protésico puede costar entre unos 2.800 y unos 28.000 euros. No parece una cifra excesivamente elevada cuando se trata de recuperar la funcionalidad del miembro perdido. Claro, no parece una cifra excesivamente elevada para una persona del primer mundo. El problema es que la mayoría de las amputaciones traumáticas no se producen en Estados Unidos o Europa Occidental sino en las llamadas «zonas en conflicto», un bonito eufemismo para referirse a regiones azotadas por guerras perennes, normalmente muy alejadas de nuestro cómodo primer mundo. Es el caso de Sudán, un país que lleva en guerra prácticamente ininterrumpida desde hace sesenta años, la cual ha dejado a más de un millón de civiles mutilados. Teniendo en cuenta que, según el FMI, la renta per cápita anual de Sudán no llega a los 2.000 €, ya vemos que no salen las cuentas.
Aquí es donde entra en escena el cineasta y productor de vídeo californiano Mick Ebeling. El 25 de abril de 2012, Ebeling leyó en la revista Time un artículo sobre la guerra en Sudán que comenzaba con este párrafo: «En el Hospital Mother of Mercy, junto a los Montes Nuba, en pleno territorio controlado por los rebeldes al sur de Sudán, el joven de 14 año Daniel Omar describe cómo, una soleada mañana de principios de marzo, una bomba lanzada por su propio gobierno le reventó los dos brazos». Algunos habríamos hecho una mueca de cabreo o habríamos colgado el artículo en nuestra cuenta de Twitter; Ebeling, en cambio, decidió hacer algo un poco más sólido. Concretamente decidió viajar al pueblo de Daniel Omar y fabricarle un brazo protésico enteramente funcional.

Fotografía: Tim Freccia, Not Impossible
Fotografía: Tim Freccia, Not ImpossibleL

Las cosas no son tan fáciles porque, como acabo de presentarle, Ebeling no es ingeniero, es cineasta y productor de vídeo. Parecería una tarea imposible pero resulta que Ebeling también es tozudo como una mula de hormigón armado, así que, como su organización sin ánimo de lucro se llama Not Impossible, peinó la red hasta encontrarse con Richard Van As, un carpintero sudafricano que había perdido cuatro dedos en un accidente laboral. Van As tampoco tenía el dinero suficiente para costearse una mano protésica, pero sí tenía una impresora 3D y conocimientos de articulaciones mecánicas. Así nació el proyecto Robohand, que no solo le fabricó su propia mano sino que distribuyó los planos a todo el mundo bajo código abierto. Pero como no todo el mundo tiene una impresora 3D, el proyecto Robohand fabrica sus modelos y los vende por internet a un precio mucho menor que el habitual.
Sin embargo, un dedo no es lo mismo que un brazo completo, por lo que el prototipo de Van As no servía para el propósito que tenía en mente Mick Ebeling. Y como Ebeling, aparte de un propósito, también tenía ya los billetes comprados para Sudán, decidió pasarse antes por Pretoria donde trabajó junto a Van As durante dos semanas a razón de veinte horas diarias. Hasta que lograron un diseño funcional y, a principios de noviembre de 2013, Ebeling voló a los Montes Nuba.
El viaje era furtivo porque no olvidemos que el sur de Sudán era —y sigue siendo— una zona de guerra, así que no pudo disponer de grandes comodidades ni de un amplio equipo humano. Lo cual tampoco era necesario porque el equipaje que llevó consistía en una maleta para dos semanas, aluminio, filamento plástico y una impresora 3D. En un campo de Yida, y entre otros 70.000 refugiados, Ebeling se encontró con Daniel Omar. Tras dos días de trabajo intenso junto al doctor Tom Catena del hospital Mother of Mercy, construyeron un brazo protésico. El 11 de noviembre de 2013, por primera vez en dos años, Daniel pudo volver a comer por sus propios medios.
Imagen: Not Impossible.
Imagen: Not Impossible.

No obstante, el acto de Ebeling no era caritativo, era educativo. Su propósito último no era regalar un brazo a Daniel sino poner en marcha un proyecto que permitiese a los afectados fabricar sus propios miembros protésicos. De hecho, el lema de Not Impossible es «Help One, Help Many», y eso es lo que hizo: ayudar a muchos. Montó un pequeño laboratorio tecnológico y enseñó a los chavales y al equipo del hospital a manejar la impresora y el software asociado, una tarea que a priori se presentaba complicada porque un campo de refugiados en el África Oriental no parece un lugar especialmente familiarizado con este tipo de tecnología. Las previsiones más optimistas de Catena y Ebeling preveían la fabricación de una pieza al mes, sin embargo, cuando la guerra obligó al norteamericano a abandonar el país tan solo seis días después de llegar, el laboratorio ya había fabricado dos brazos perfectamente eficaces. Y eso que los primeros objetos que imprimieron para demostrar la capacidad de la tecnología fueron peines y pequeños juguetes. El 6 de enero de 2014, Ebeling enseñó al mundo el Project Daniel dentro de Not Impossible. Para esa fecha, el laboratorio de Sudán ya había proporcionado brazos nuevos a ocho personas.
Imagen: Not Impossible.
Imagen: Not Impossible.

Pero hay un último estadio. En realidad, el Project Daniel no era la primera vez que Not Impossible trabajaba en tecnología para ayudar a la gente. Ya en 2010 había presentado el Eyewriter, unas gafas que permitían escribir y comunicarse a tetrapléjicos paralizados, empleando únicamente el movimiento de sus ojos. Sin embargo, y como ya hemos repetido, Ebeling, aparte de filántropo, es cineasta y había trabajado en la industria cinematográfica durante veinte años. Por eso documentó en vídeo su viaje a Sudán, montó el metraje y lo editó en una serie de formidables piezas audiovisuales. No se trataba solo de montar el primer laboratorio de impresión 3D y fabricación de miembros protésicos en el África Oriental, se trataba de enseñarle a todo el mundo la capacidad real que tiene la tecnología bien empleada para mejorar dramáticamente la vida de quien lo necesita de verdad.

El vídeo anterior, realizado en colaboración con Intel, se presentó al Festival Internacional de Publicidad de Cannes donde obtuvo cinco Leones, incluido el máximo galardón, el León de Titanio. Porque una narrativa potente es a veces tan importante como la propia realidad, y contar con rigor y emoción el proyecto de Mick Ebeling y Daniel Omar quizá sirva para que cualquier persona que tenga una impresora 3D decida usarla en algo que merezca la pena.

DANIEL1

 

No te pierdas...