Primavera de 2020. En una habitación del Hospital Santa Caterina de Salt, Girona, un paciente en aislamiento por la pandemia de covid no echa de menos ni su tele ni su móvil. Lo que le duele es no poder abrazar a Estrella, su perra. Una enfermera, intentando paliar la angustia, le imprime una foto del animal y la deja en la mesilla de noche, como si eso pudiera contener el vacío.
Y lo contuvo. No del todo, pero lo suficiente.
Ese gesto simple, prácticamente invisible dentro del engranaje sanitario, se convirtió en una semilla. De esa imagen pegada al alma nació HospiGos, un programa que hoy permite que pacientes hospitalizados en situación terminal o con pronóstico incierto puedan recibir la visita de sus perros.
A partir de esa experiencia, el equipo del Instituto de Asistencia Sanitaria (IAS) y el Col·legi de Veterinaris de Girona, apoyados por la marca de alimentos para mascotas Purina, empezaron a trabajar. No desde la teoría, sino desde la emoción y la necesidad. ¿Podemos institucionalizar el vínculo? ¿Podemos regular la ternura?
En 2025 nace oficialmente HospiGos, un programa sanitario que permite visitas de perros a pacientes ingresados. No se trata de terapia asistida. No son perros de apoyo. Son sus perros. El de toda la vida. El que duerme a los pies de la cama. El que ladra cuando llegas. El que lo sabe todo.
No es el primer programa de este tipo en España, aunque sí en Cataluña. Desde 2017, el hospital Can Misses en Ibiza permitía visitas de mascotas (proyecto Dogspital). Le siguieron hospitales en Torrevieja, Vinalopó, Ourense, Málaga y Vitoria, con programas similares. Algunos regulaban las visitas en zonas exteriores; otros exigían veterinarios, adiestradores y autorizaciones médicas.
Lo que distingue a este proyecto es su origen: una historia pequeña que se volvió grande. No nació de un despacho, sino de una impresora. Y no busca hacer terapia, sino cerrar ciclos emocionales. Además, tiene un icono, un pasaporte HospiGos con la imagen de Estrella, como si ella misma diera el visto bueno desde la otra cara de la historia.
Rafel y Perla
La teoría se volvió carne con Rafel Ortiz, paciente de larga estancia, y su perra Perla. Tras más de dos meses sin verse, el reencuentro fue una escena de pura humanidad sin filtros. Rafel la acaricia, Perla se tumba en su cama, y el hospital se convierte por unos minutos en un hogar. «La echaba de menos como se echa de menos a una hija», decía Rafel. Y eso era exactamente lo que se pretendía, volver a ver a quien te espera sin condiciones.
Lo que proponen estos programas no es traer perros a los hospitales. Es traer identidad, memoria, afecto. Humanizar, en el sentido más literal. No se trata de aligerar la muerte, sino de acompañarla con dignidad. Detrás de esta iniciativa hay una pregunta incómoda: ¿Por qué hemos aceptado hospitales tan deshumanizados? ¿Por qué cuesta tanto entender que la salud emocional también es medicina?
Los beneficios clínicos están documentados. Las visitas de mascotas pueden reducir la ansiedad, aliviar el dolor, disminuir la presión arterial, mejorar el estado de ánimo y hasta favorecer la recuperación. Pero, más allá de los datos, lo que cambia es la atmósfera. Un perro entrando en una habitación convierte el silencio hospitalario en algo vivo. Devuelve el contexto, recuerda quién eras antes del ingreso.
Estos programas no dan respuestas médicas, pero sí dan algo más escaso: consuelo. Permite despedidas sin deuda. Abrazos que cierran el ciclo. Perros que hacen de puente cuando las palabras se quedan cortas.
Estrella nunca pisó el hospital. Pero su imagen está hoy impresa en cada credencial del programa. Como una firma silenciosa. Como un recordatorio de que un sistema puede cambiar si escucha un gesto. A veces, una revolución empieza con una impresora y una foto de un perro en una mesilla de noche.