6.403.159.434. La cifra parpadeaba en un rojo eléctrico, cambiando esporádicamente su último dígito. Rafael Martín la miraba fijamente, en medio de aquella oscura sala. En su rostro, bañado por una luz rojiza, se podía adivinar el asombro. Pensaba en la inmensidad de esta cifra, en el significado que encerraba. 6.403.159.434 era el número de personas que había en la Tierra a las 14:30 del 9 de junio de 2004, eso Martín lo sabía, pero le intrigaba el significado real, más allá de la estadística. Pensó que igual conocía a mil o a dos mil de todas esas personas, que nunca conocería al resto, que nunca tendría una posibilidad real de saber qué historias se escondían detrás de esos números. Pensó que todas esas historias desaparecerían, que «se irían a la basura». Probablemente lo hizo porque sospechaba que la suya también acabaría en la basura. Así que se propuso cambiarlo.
Han pasado 12 años desde aquella tarde que Rafael Martín pasó en la exposición Habitar el mundo, del Forum de Barcelona, pero este arquitecto la recuerda como si fuera ayer. Ayuda el hecho de que en su momento hiciera una foto, que ahora está blandiendo como si fuera una prueba determinante en medio de un juicio; pero ese momento se grabó a fuego en su memoria sobre todo porque supuso la semilla de un proyecto que Martín lleva persiguiendo más de una década.
Es una fría mañana de invierno en Madrid, aunque en el pequeño estudio de Rafael Martín este solo se adivina a través de las ventanas. En otras palabras, hace calor. Sobre la mesa, una foto con el consabido número, un enorme ejemplar del libro Murmullos de la Tierra (Carl Sagan, 1978) y dos tazas de café. Martín enciende el ordenador y entra en Human File Project, el proyecto en el que ha cristalizado su obsesión por ponerle cara a la humanidad. Se trata de una web que pretende ser un archivo libre de todas las personas que han pasado por la faz de la Tierra, una enorme base de datos en la que ponernos cara y alma a todos, desde las 7.229.916.048 personas que hay en la actualidad (sí, las cosas han cambiado un poco desde el junio de 2004) hasta Lucy, el primer homínido del que se tiene noticia. Según las estadísticas, estamos hablando de algo más de cien mil millones de caras y almas.
La tarea, bien lo sabe Rafael Martín, es cuanto menos que imposible. Por eso le llevó tiempo ponerse manos a la obra. Después de darle muchas vueltas, el proyecto fue aparcado hasta que Martín se puso a trabajar con su mujer, la también arquitecta Cristina Ruiz Torrente, y con su socia, la bióloga e informática Victoria Calleja. De esto hace ahora tres años y medio. Juntos han creado una beta, un prototipo, para dar a conocer al mundo el potencial que una herramienta de este tipo podría tener. «Un árbol genealógico espacio temporal», aventura Martín, «una herramienta para conocer los seis grados de separación que te separan de, por ejemplo, Obama», elucubra. Las posibilidades son muchas, pero no fueron las que motivaron a este pequeño grupo a dar forma a este archivo, fue la posibilidad de dejar un testigo, una huella de la Humanidad.
[pullquote author=»Rafael Martín»] Archivamos y clasificamos todo lo que tenemos a nuestro alrededor, ¿por qué no hemos creado hasta ahora un gran archivo de la Humanidad? [/pullquote]
«Archivamos y clasificamos todo lo que tenemos a nuestro alrededor», explica Martín enumerando bibliotecas, zoológicos, o incluso el Banco Mundial de Semillas de Svalbard (que guarda los bulbos de miles de especies vegetales). «Pero, ¿por qué no hemos creado hasta ahora un gran archivo de la Humanidad?», se pregunta. Cuando se le interrumpe para discrepar argumentando que los registros civiles o las redes sociales (el ubicuo Facebook, con más de 1.500 millones de usuarios activos) podrían ser lo más parecido a ese inexistente archivo, discrepa. «Esto no pretende ser una mega estadística o un listín telefónico, no queremos una mera enumeración con nombres y apellidos». «Al final el proyecto quiere ser una gran enciclopedia con fotos y un mensaje o una reflexión», agrega, marcando distancia así con las redes sociales. «Aquí no se persigue la interactividad entre los usuarios, ni que se comparta cada detalle», comenta, sin ver con muy buenos ojos la intromisión en la vida privada que suponen estas nuevas herramientas. De hecho, hasta hace poco, ninguno de los tres artífices de Human File Project tenía perfil en Facebook.

Pero, si no tiene nada que ver con las herramientas arriba descritas, ¿por qué no ha aprovechado los datos que estas les podrían haber proporcionado? «Teníamos miedo de las posibles repercusiones legales», comenta Martín haciendo hincapié además, en el carácter voluntario que debería tener este proyecto. Tampoco han querido tirar de ayuda de subvenciones o patrocinadores. Querían hacerlo a su manera, sin presiones ni condicionantes externos. Esta independencia buscada ha tenido un precio. Human File Project tiene unos pocos cientos de perfiles subidos, pero eso a sus artífices no les preocupa. Esto es una demo, una forma de mostrar su idea y, ahora sí, encontrar quizá a alguien interesado en lanzarlo a gran escala.
Un archivo en el espacio
El primero de esos socios ha surgido de forma casual, casi como un guiño del destino. A finales de los 70, el astrofísico Carl Sagan lideró un proyecto de la NASA para explorar la parte externa del sistema solar con naves no tripuladas. Aprovechó la ocasión para introducir en las naves discos de oro con grabados que, hipotéticamente, podrían ser hallados en un futuro por alguna inteligencia alienígena. El experimento de Sagan fue desde el principio una de las inspiraciones del equipo de Martín a la hora de hacer Human File Project, como explica él mismo hojeando el libro Murmullos de la Tierra , que cuenta esa experiencia. Lo fue tanto que incluso en su vídeo de presentación, Human File Project fantaseaba con la idea de que sus datos fueran enviados al espacio. Por eso cuando Martín leyó en la prensa que el divulgador científico Jon Lomberg, colaborador de Sagan y diseñador de los famosos discos de oro, se proponía repetir la experiencia, supo que tenía que hablar con él.

La nave New Horizons, que despegó en 2006 desde cabo Cañaveral, va a salir de los confines de la Galaxia. Antes de que lo haga, la agencia espacial estadounidense puede enviarle datos, que quedarán grabados en su interior de forma digital. Se trata de 150 megabytes que deberían representar qué hay en la Tierra, quienes somos. El proyecto, titulado One Earth Message, se publicó el 20 de mayo del año pasado. Human File Project había estrenado su web y su vídeo la noche del 19. «Pensamos: si la historia nos ha traído hasta aquí, no sé cómo pero tenemos que ponernos en contacto con él. Su proyecto del 78 nos pareció alucinante, y nos inspiró para crear el archivo de la humanidad», recuerda Martín, «ahora teníamos que participar en este».
El One Earth Message requería la colaboración de cualquier voluntario, a través de ideas y de dinero. Para asegurarse de que su idea fuera escuchada, Martín empezó con el dinero, haciendo una donación suficientemente generosa para que llamara su atención. Lo hizo. Los creadores de One Earth Message se pusieron en contacto con ellos y empezaron a hablar por email. Pero, irónicamente, a Martín no le gusta mucho el mundo digital. «Tenía que poder verme, tocarme, para saber que íbamos en serio», argumenta. Así que hicieron sus maletas y se fueron a ver a Jon Lomberg. A Hawai.
Después de largas horas de conversación, con las olas y palmeras como testigos, los dos proyectos quedaron unidos. Lomberg, además, asesoró a Martín, y este y su equipo, se integraron en el grupo de asesores del One Earth Message no solo para aportar contenido a su mensaje digital, sino para dar visibilidad al proyecto. «Hemos empezado a diseñar la exposición itinerante de su proyecto», comenta Martín reconociendo, que aquí sí, su formación como arquitectos es indispensable.
Un archivo de la Humanidad, un mensaje para los extraterrestres… Martín reconoce que estas ideas suenan un poco a ciencia ficción, «de hecho, los libros de Asimov y el cine de este género nos han inspirado bastante», admite. Pero no por ello su determinación es menor o su objetivo más imposible. A fin de cuentas, su pequeño equipo lleva una década intentando despejar la ficción de la ecuación y convertir estos proyectos en ciencia. Simple y llanamente.