La velocidad de aquel jabalí debió de impresionarle. Pocos miembros de su especie movían las patas con tal celeridad. Al terminar la caza, el hombre volvió a su caverna. Ni siquiera allí podía dejar de pensar en el raudo animal. El único desfogue que se le ocurría era intentar plasmar su imagen en las paredes de la cueva. Pero ¿cómo representar la agilidad de un cerdo salvaje que, en lugar de cuatro patas, parecía tener ocho? ¡Sí, eso es! Dibujaría a su jabalí con el doble de patas para simbolizar su rapidez.
Al jabalí galopante de las cuevas de Altamira se le suele citar entre los ejemplos más antiguos de la precinematrografía (algunas teorías aseguran que aquellas pinturas se realizaban teniendo en cuenta factores como el relieve de las rocas o la luz que entraba en la cueva con el fin de conseguir una sensación de profundidad y movimiento). Al margen de eso, tanto a él como al resto de pinturas rupestres también se les señala como las primeras muestras de ilustraciones científicas. «En la mayoría de estas pinturas se adivina un esfuerzo por comunicar que supera ampliamente el aspecto artístico, representativo o religioso que se les suele atribuir».
El ilustrador Carlos Puche da crédito a las hipótesis que relacionan estas representaciones a prácticas rituales u ofrendatorias, pero también a la que ve en ellas «un intento de registrar minuciosamente aspectos y actitudes para ser transmitidos a coetáneos y descendientes».
Con o sin esa intención, los dibujos realizados en paredes de cuevas y farallones hace más de 30.000 años no eran sino interpretaciones de la observación consciente de la naturaleza. De ahí que Agnes Perelló, al igual que la mayoría de los que, como ella, se dedican hoy a la ilustración científica, consideren a aquellos hombres del Paleolítico como los iniciadores de esta disciplina.
Con el paso de los años, el hombre perdió para siempre el apelativo de prehistórico. Su capacidad para crear y comunicarse seguía evolucionando y ganando en sofisticación. También los dibujos con los que representaba lo que ocurría a su alrededor se volvían más complejos. Entrada la edad antigua, el ánimo artístico del autor prevalecía, en ocasiones, a su rigurosidad («ocurría con cierta frecuencia en las representaciones egipcias o griegas», recuerda Perelló). Licencias permitidas pese a que, como señala Carlos Puche, en la época grecorromana ya se habían desarrollado las tres formas de ilustración biológica y médica que suelen distinguirse en la moderna: «esquemática, semiesquemática y naturalista».
La ‘oscura’ Edad Media supuso un impasse. O un retroceso, como prefiere llamarlo Puche. Las representaciones de animales y plantas se sometían a las creencias y supersticiones de la sociedad de la época y no tanto a la propia realidad. De ahí que, en los bestiarios, monos y sapos, identificados con los pecados y vicios humanos, presentasen aspectos mucho más fieros que el de, por ejemplo, el león, símbolo cristológico al que se le suponía una gran misericordia. Aunque fue aún en el medievo cuando Giotto lidera una saga de artistas que, no sin cometer evidentes errores, se esfuerzan en reproducir lo más fielmente posible la naturaleza.
Un siglo después, Durero dibujaría a su celebérrimo rinoceronte sin haber visto jamás un ejemplar real. Una carta que un mercader de Moravia enviaba a un amigo y que incluía una breve descripción del animal que acababa de arribar a la costa lisboeta junto a un pequeño boceto fueron, probablemente, las únicas pistas en las que el pintor alemán pudo basarse para realizar su famoso grabado. No es de extrañar, pues, que el resultado no pueda catalogarse precisamente como una representación fiel del animal. Basta con fijarse en el caparazón que cubre el cuerpo del animal o el cuerno que sale de su lomo (elementos que, seguramente, tengan que ver con la coraza que cubría al rinoceronte durante su exhibición en Lisboa, donde tuvo que medir sus fuerzas a las de un elefante, según cuentan las crónicas de la época). Pese a la falta de rigurosidad de la pieza, la imagen del rinoceronte de Durero se convirtió en un referente y fue copiado por artistas de toda Europa durante más de tres siglos.
Mientras, en Italia, el hombre del Renacimiento por antonomasia, Leonardo, tiraba de maestría artística para dibujar con precisión sus propios inventos o lo que iba averiguando sobre el funcionamiento del cuerpo humano. «Es durante esta época y con hombres como Da Vinci cuando la ilustración científica retoma un papel más utilitario, con finalidades técnicas y descriptivas», explica Agnes Perelló.

Doscientos años después la historia natural viviría su etapa de esplendor gracias al trabajo de ilustradores como John James Audubon, autor de The Birds of America. La ilustración de viajes también se consolida con trabajos como las láminas de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada, de José Celestino Mutis, en la que colaboraron ilustradores como Cortés de Alcocer, Rizo o Barrionuevo, y que reúne más de 200.000 especies vegetales y 7.000 animales. «Y tampoco se puede olvidar el trabajo de ilustradores como Roger Peterson, cuyos magníficos dibujos han enseñado a cientos de miles de ornitólogos a identificar aves desde hace ya más de 40 años», añade Perellò.
Andrea Vesalius, María Sibylla Merian, Antonio José Cavanilles, Santiago Ramón y Cajal, así como otros más cercanos en el tiempo como Eugeni Sierra i Rafols, Suzanne Davit o Josep Ribot i Calpe… La lista de ilustradores científicos que pueden considerarse como referentes sería larguísima para Carlos Puche, sobre todo si se contempla desde un plano más global: «La historia de la ilustración científica traspasa las fronteras europeas. En algunas culturas se practicaba ya la ciencia cuando en nuestro continente todavía habían de pasar unos cuantos siglos para poder conseguir tener un comportamiento científico. Por eso, una visión egipcia, hindú o china de la historia de la ilustración serían totalmente diferentes a cómo la explicamos nosotros, y no digamos si se refiere a los ilustradores más relevantes de cada una de ellas».
¿Científicos, ilustradores o ilustradores científicos?
¿Es necesario tener una buena base científica para ilustrar ciencia o basta con tener mano para el dibujo? Lo ideal sería poseer ambas cosas, aunque para el ilustrador científico Román García Mora lo primero no es del todo necesario: «Un ilustrador científico debe ser un especialista en la creación de imágenes, más que un especialista en ciencia. Al final acaba interviniendo en proyectos de disciplinas muy variadas y lleva toda una vida de estudio, y de pasión, convertirse en un experto en cualquier disciplina científica. Hoy estoy haciendo una reconstrucción de una dinosaurio y mañana puedo estar haciendo una lámina de botánica, un diagrama metabólico…».
Pese a que los conocimientos sobre la materia en cuestión puede ayudar a entender determinados conceptos, a manejar material y procedimientos de laboratorio o a ofrecer una visión didáctica a las imágenes, es la revisión de un experto la que ofrece rigor científico al trabajo, en opinión de García Mora: «La misión del ilustrador es contar con la mayor cantidad de soluciones visuales posibles para dar forma a la información que aporta el experto de manera adecuada».

La foto no mató al dibujo
Ni la fotografía, ni los microscopios, ni ningún otro artilugio moderno ha desbancado a la ilustración como herramienta para describir procedimientos científicos o para plasmar la anatomía de una especie animal, vegetal o mineral. Lo cual resulta lógico para Carlos Puche: «La ilustración en general y la científica concretamente permite reproducir procesos e imágenes de situaciones inexistentes en la actualidad como, por ejemplo, un diplodocus, el aspecto físico de un personaje prehistórico o los habitáculos de los neanderthales».
La versatilidad del dibujo, su capacidad para representar procesos que implican diversos estados y situaciones («la formación de una tormenta, el ciclo del agua, la flora, la fauna de un paisaje…»), le otorga un papel esencial en el ámbito científico. «En el entorno de la microbiología, por ejemplo, las ilustraciones resultan imprescindibles por la dificultad con que se encuentran los fotógrafos a la hora de enfocar todo un elemento por la falta de profundidad de campo», añade Puche.
Eso no quita que el dibujo y la pintura se asocien a otras técnicas y recursos en determinados proyectos. «Las herramientas digitales permiten integrar diversas técnicas diferentes en un mismo trabajo y, por lo tanto, ofrecen una gran versatilidad. Por ejemplo, he trabajado infografías que llevaban elementos modelados en 3D corregidos con pintura digital, algunos dibujos vectoriales o fotografías de objetos de plastilina, todo ello integrado en Photoshop».
Agnès Perello coincide en augurar un presente y futuro brillante de las técnicas digitales en el campo de la ilustración científica, «tanto en la realización como en la distribución», y considera prometedoras las experiencias en realidad virtual o aumentada en este campo. «Hoy tenemos a nuestra disposición un gran abanico de técnicas disponibles que se han de sumar a las ya tradicionales como la acuarela, la tinta china, el acrílico, la aerografía u otras técnicas sobre papel todavía preponderantes en el sector».

Ilustrar para enseñar
Además de biólogo e ilustrador científico, Román García Mora es un confeso seguidor de National Geographic: «La manera en que combina fotografía, ilustraciones, diagramas y mapas en sus infografías me parece una muy buena forma de visualizar la información científica y de entender cuál es la tendencia de la divulgación científica mediante imágenes».
Frente a la académica, García Mora se decanta por la ilustración divulgativa por las posibilidades para innovar «y destacar entre tus colegas» que permite, al no tener que regirse por estrictos cánones. Aunque reconoce que ni las reglas ni convenciones, o el hecho de que la legibilidad deba primar sobre cuestiones expresivas, tienen por qué limitar las posibilidades creativas de la ilustración científica más ‘pura’: «Dentro de estos parámetros hay margen para la creatividad y para imprimir una visión personal en el trabajo».
Para Agnès Perello es la de divulgar conocimientos de la faceta en la que la ilustración científica parece destacar en los últimos tiempos: «Con la llegada de la fotografía y demás medios dejó de tener el objetivo de inventariar y describir la biodiversidad. Ahora su labor se centra más en contribuir a que el público en general aprenda a valorar su patrimonio natural y a desarrollar conductas que contribuyan a mejorar la calidad de vida de nuestro planeta».
Dar a conocer el trabajo de naturalistas e ilustradores científicos fue precisamente el fin con el que se puso en marcha Il-lustraciència, certamen que este año cumple su cuarta edición. El coordinador del evento, Miquel Baidal, asegura: «Tenemos muy claro que algo tan bello debe de ser conocido por todo el mundo y para eso es necesario premiar el trabajo de estos profesionales y darlo a conocer al gran público»


(Imagen portada: Acrocinus longimanus male and female – Jorge Ignacio Mesa Álvarez. Esta y el resto de imágenes han sido facilitadas por Il.lustraciéncia)
Actualización: Conoce a los ganadores de la 9ª edición de los Premio Il.lustraciència.
Me ha encantado. La ilustración científica es un trabajo admirable. En el caso de José Celestino Mutis es interesante que los dibujantes que trabajaron a sus órdenes fueron nativos americanos que «interpretaron» en las láminas las plantas con sus técnicas y con colorantes naturales del Nuevo Continente.
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[…] la ilustración científica […]
Estupenda exposición. La conclusión a que se llega por parte de los prehistóricos en el pasaje inicial del jabalí de «ocho patas» es la misma que hicieron los Futuristas italianos de la vanguadia artística, en la segunda década del siglo XX.
Muy interesante! me encantó eso de «la foto no mató al dibujo»
Mis disculpas, pero creo hay un error en la ilustración de la avispa. Se presenta como Vespula germanica, pero su morfología no es la correcta para esa especie. Al parecer corresponde a una avispa Polistes dominula.