Me dijeron que escribiera algo sobre el ingenio y mi primer impulso fue hablar de la dictadura del ingenio: hay sobredosis de ingenio, todo tiene que ser cuqui e ingenioso, los nombres de los bares o de las empresas, los platos en los menús de los restaurantes (o gastrobares), las maneras de explotar a los trabajadores, los subtextos de las obras de arte, etc.
Pero resulta que ya había hablado de esto en un post de Facebook, luego publicado en un libro, y no quería repetirme. No se me ocurría otra forma de abordar el asunto: me estaba fallando el ingenio, vaya. Así que busqué en Google, que es el ingenio cósmico.
Me sorprendió que hubiese muchas noticias sobre un municipio del que no había oído hablar en mi vida y que se llama Ingenio. El ingenio también es un lugar geográfico, pensé, como si esto fuera un cuento de Borges, y continué mi búsqueda internética de inspiración. Pero aparecían tantas referencias al susodicho pueblo que, poco a poco, se iba formando una idea en mi cabeza sobre aquel sitio: el término municipal de Ingenio, en el flanco oriental de la isla de Gran Canaria, iba cobrando en mi cabeza una entidad mitológica, como si se tratase de Macondo o el condado de Yoknapatawpha.
Cada vez conocía más cosas de Ingenio, donde viven casi 31.000 habitantes, ya sentía que había visitado la localidad, aunque nunca he pisado las islas Canarias. Me surgían mil preguntas: ¿se llamarán ingeniosos los habitantes de Ingenio? ¿Ingenieros, tal vez? El propio Google me reveló que el gentilicio es ingeniense o, atención, cochinero.
Me sentía cómodo adentrándome en la vida cotidiana de Ingenio sin moverme de mi escritorio, igual que Judith Schalansky escribió su exitoso Atlas de las Islas Remotas (Nórdica/Capitán Swing) sin moverse de su sillón. Por ejemplo, supe que el nombre del lugar viene de un ingenio azucarero, es decir, una factoría de azúcar que allí había. Ingenio llaman también a estas fábricas en Cuba, entendiendo por ingenio aquello que hacen los ingenieros. En su sexta acepción en el diccionario de la Real Academia de la Lengua, el ingenio es una «máquina o artificio mecánico».
Me familiaricé, también, con las palmeras del casco viejo, esas que rodean las paredes blancas de la iglesia de Nuestra Señora de la Candelaria, en la plaza del mismo nombre. Deseé visitar su observatorio astronómico Juan Moreno, que tiene muy buenas reseñas en Google: «Excelente lugar», escribe Jacobo Pérez, «Juan es una persona muy noble que sabe explicar con palabras muy comunes conocimientos complicados (…) Repetiremos». Y me dio pena no asistir al cross urbano que tiene lugar el 16 de febrero.
Me enteré de que Ingenio ha instalado los primeros pasos de peatones con pictogramas de las islas, según informa TeldeActualidad. Los pictogramas, en el suelo, dicen para, mira, cruza. El medio Canarias7 informa de que Ingenio es la «capital de la carcajada», pues recibe, en su centro cultural, la visita de cómicos como Leo Bassi, entre otros. La vida misma, que está hecha de cosas como estas.
No todo es quietud y hermosura en Ingenio. Días atrás detuvieron a tres personas por robos en Ingenio. Se les incautaron cinco móviles, una tablet, cuatro tarjetas de diferentes comercios, herramientas, armas blancas y marihuana en plantas, según informó el Ayuntamiento en nota de prensa. Además, una patera llegó a la cercana playa del Burrero con unas 30 personas procedentes de África. Otra noticia explica que la policía local acaba de estrenar dos motocicletas (una inversión de 22.000 euros).
Pensé en ponerme en contacto, vía mail o teléfono, con algún habitante de Ingenio, tal vez con algún prohombre, algún miembro de las fuerzas vivas de la ciudad, pero recordé el mal trago que pasé cuando intenté ponerme en contacto con la gente de la isla habitada más aislada del mundo, Tristán de Acuña, un archipiélago británico perdido en el Atlántico sur, donde viven menos de 300 personas. No respondieron a mis mails y luego me escribió un miembro de una asociación de islas lejanas para decirme que les dejara en paz, todo de muy malos modos.
Quién sabe, tal vez Ingenio no exista físicamente y solo sea una quimera virtual inventada por un internauta loco. Aun así, investigando sobre este lugar llamado Ingenio, al que probablemente no viaje nunca, me sentí un poco como James Stewart en La ventana indiscreta, viviendo en la distancia la vida de los otros. A ver si me hacen hijo adoptivo de la ciudad, cochinero honoris causa.