No hay un lugar en el mundo que muestre, físicamente, el nacimiento y la evolución de internet. Quizá sea porque lo más interesante de la Red no se puede coger con las manos. Son las conversaciones, las consultas, los pensamientos… Los cables y los satélites que lo llevan al móvil o el ordenador, si no eres ingeniero, dan un poco igual.
El discurso oficial habla a menudo de la dicha de ser ‘nativo digital’. Pero, como todo discurso oficial, es hueco, miope y rematadamente parcial. Los ‘nativos digitales’ se han perdido algo grandioso: el paso de un mundo analógico a un mundo digital. Quizá nunca miren con ese asombro y esa curiosidad de los individuos que vieron la historia humana partirse en dos. Esa estupefacción que solo se produce ante una revolución industrial o el día en que unos humanos peludos empezaron a planificar qué semillas lanzarían al suelo.
El recuerdo muestra el presente con cierta perspectiva y entonces es más fácil ver esta triple voltereta de la ciencia y la técnica. De ahí surge la veneración. Llegar hasta aquí tiene detrás el trabajo de legiones de investigadores, pero la Historia se volvería loca si mencionara a todos y, por eso, señala con el dedo a unos poquísimos elegidos.
La historia de internet se levanta de la suma de los visionarios que hablaron de la comunicación en remoto, los hackers, la World Wide Web, las computadoras, los móviles… Esto es lo que, físicamente, quiere mostrar una pareja de diseñadores que pretende construir el primer museo de internet en un edificio de ladrillo: el Internet Museum.
Paul y Paulina Rascheja ya saben que se han hecho exposiciones temporales y que incluso hay un museo de internet en internet. Es The Big Internet Museum y, en su página web, se presentan, orgullosos, como «una colección creciente sobre internet y su extraordinaria interface gráfica: la World Wide Web. Y, a propósito, no tenemos un edificio. La razón es simple: nuestra colección solo existe online».
Pero los Rascheja quieren más. Un museo a la vieja usanza. «Hace tiempo que tenemos esta idea. A los dos nos entusiasman las tecnologías de la información y queríamos compartirlo con más personas. Un día descubrimos que ya existía algo, el Big Internet Museum. El museo está solamente en la Red pero tiene muchos fans y ha conseguido una gran repercusión en los medios. Entonces pensamos que podía ser un buen momento para crear algo así en un espacio real. En un edificio tiene mucho más potencial», explica la diseñadora en una entrevista por correo electrónico.
En esta galería intentarán que lo físico se imponga sobre lo etéreo. No es fácil porque internet es más imperceptible que el alma del humo. Pero para que exista hacen falta muchos cacharros. «Estamos recopilando piezas fundamentales de los artefactos que muestran la historia de internet. Ha sido sorprendente que muchos apasionados de la tecnología han contactado ya con nosotros para ayudarnos a crear la colección. Otra parte de esta historia, en cambio, no se puede tocar porque es digital, pero en ese caso la mostraremos en instalaciones digitales».
El templo de adoración a internet estará en el centro de Berlín. Pero para que eso ocurra primero se ha de llenar la hucha. Los fundadores están hablando con compañías de telecomunicaciones alemanas para que les ayuden a conseguir los 600.000 euros que necesitan para montar el museo y abrirlo, como pretenden, a finales de este año.
Paul y Paulina Rascheja ven un futuro en el que, cada año, pasarán por el museo unas 30.000 personas. El edificio albergará una exposición permanente, varias itinerantes, arte digital y una cafetería. Los fundadores piensan que el lugar debe resultar entretenido, pero, ante todo, ha de enseñar a sus visitantes el pasado y el presente de internet. Desde el asombro y la devoción de los que nacieron antes que la Red aseguran que «internet es la idea más innovadora del siglo XX». «Ha cambiado nuestras vidas en tantos aspectos que es necesario conocer de dónde viene y cómo puede influir hoy en todo lo que hacemos», indica la diseñadora. «Tenemos que entenderlo para poder utilizarlo de forma segura y responsable. Por eso queremos organizar talleres y visitas para estudiantes».
Estos 1.000 metros cuadrados en Berlín se han propuesto despistar al tiempo. El museo será un vórtice tecnológico donde computadoras legendarias como el NeXTcube (el primer servidor web del mundo) olvidarán que están muertas. Lycos tampoco sabrá que 1994 ha pasado de largo y ya no es un buscador novedoso. Y GeoCities, esa gran ciudad de píxeles donde algunos de los primeros tecnófilos alojaron sus páginas web, volverá a levantar sus barrios en el fondo de un ordenador.
El pasado, a veces, es una peste. Pero, otras, ocurre que el presente andaría corriendo como un pollo descabezado si no mirara hacia atrás. El ZX Spectrum anda hoy metido en una mochila colgada al hombro. Al hombro de los gigantes que ayudaron a tropeles de ingenieros y programadores a inventar internet. Y acabamos así. Parafraseando a Newton.