La magia ha sido definida como la única ocasión en la que un adulto se presta voluntariamente a ser engañado. En realidad, se trata de una característica común a otras disciplinas, como el cine: en una parte muy íntima, sabemos que esos dinosaurios que llenan la pantalla no existen, que son sólo una acumulación de píxeles, pero durante lo que dura la cinta jugamos a que son de verdad. El advenimiento de la realidad virtual, sin duda, elevará la intensidad del juego a niveles ahora inimaginables.
Magos ha habido siempre, pero la cristalización de los espectáculos de ilusionismo, tal y como los conocemos hoy en día, ocurrió en el siglo XIX, el siglo preferido para los que se sienten fascinados por las, a veces, difusas fronteras entre ciencia, fantasía o directamente superchería. En aquellas décadas, no era raro ver a un científico hacer sus demostraciones echando mano de trucos escenográficos ni a un mago acompañando sus manipulaciones con cháchara de apariencia científica.
Por muy espectacular que sea lo que el espectador presencie, en definitiva, la mujer nunca es realmente cortada por la mitad, los pañuelos no se convierten en varitas ni la estatua de la Libertad, por muchos aspavientos que haga David Copperfield, se llega a mover de su pedestal. La principal fascinación proviene de preguntarse: «¿cómo lo ha hecho?», porque partimos de la certeza de que es un truco, algo que no ha ocurrido en realidad. Como decían en la película El truco final, si de verdad el mago fuese capaz de cortar en dos a una mujer y ensamblarla a continuación, no estaríamos hablando de magia: estaríamos hablando de algo terrorífico.
[pullquote]Si el espectador olvida que está viendo una mentira, inevitablemente puede quedar a merced del embaucador[/pullquote]
Pero ¿qué ocurre cuando ese pacto se rompe? Cuando el mago se aleja del marco del espectáculo y pretende decir que de verdad se teletransporta, que de verdad dobla cucharas con la mente, que de verdad puede conectarse con espíritus o muertos, que de verdad es capaz de curar un brazo roto, incluso un cáncer terminal, que de verdad puede ver el futuro y cambiarlo. Cuando eso ocurre, el truco, la ilusión, se convierte en engaño y en algo peligroso, porque si el espectador olvida que está viendo una mentira, inevitablemente puede quedar a merced del embaucador.
Por eso ha habido toda una estirpe de grandes magos que ha utilizado su prestigio para denunciar a estos estafadores. Uno de los más importantes, por su gran proyección entre la comunidad mágica, fue el británico John Nevil Maskelyne (1839-1917), quien ya escribió ofreciendo explicaciones racionales a supuestos fenómenos paranormales y ocultistas. Uno de sus discípulos, el gran Harry Houdini (1874-1926), hizo de la persecución de los falsos médiums una auténtica cruzada personal, después de que la esposa de Arthur Conan Doyle pretendiera hacerle creer que había contactado con su madre muerta. Houdini, además, tuvo que pelear en una época en la que las creencias irracionales estaban en alza, llegando a arrastrar a científicos y personalidades de todos los ámbitos.
James Randi pertenece a esa estirpe. Nacido en 1928 en Toronto (Canadá), ha sido un gran mago que, al igual que Houdini, llegó a destacarse como escapista, con números tan espectaculares como librarse de una camisa de fuerza mientras estaba suspendido sobre las cataratas del Niágara, permanecer durante 104 minutos en el interior de un ataúd de metal en el fondo de una piscina (lo que supuso pulverizar el récord de Houdini) o escapar del interior de una lechera (nuevamente uno de los números más afamados de su antecesor). Participó en shows televisivos, se fue de gira con Alice Cooper (con quien realizaba el truco en el que el cantante era guillotinado ante el público) y llegó a actuar en la Casa Blanca invitado por la primera dama, Betty Ford.
Sin embargo, lo que ha absorbido gran parte de su vida, especialmente desde que tuvo que reducir su actividad como mago en los años 60 por problemas de espalda, ha sido dedicarse a combatir a aquellos estafadores que juegan con cosas tan delicadas como la salud o el dinero de las personas, llegando en algunos casos a amasar verdaderas fortunas. Y, como ocurriera con los que le antecedieron, la época en la que comienza a hacer eso no es una cualquiera: el auge de todo lo paranormal y ocultista que se vivió entre la década de los 70 y los 80, fruto en muchas ocasiones de la influencia de una contracultura que desconfiaba de las verdades ‘oficiales’, y abierta a todo tipo de influencias místicas, espirituales o religiosas que se fueron poniendo de moda, fue terreno abonado para que llegaran a asaltar la barrera que, hasta entonces, las mantenía alejadas de lo científico.
Ovnis, monstruos, poderes paranormales, contacto con espíritus, desapariciones en el triángulo de las Bermudas… Los nuevos pregoneros de lo paranormal adoptaban métodos que pretendían hacerse pasar como científicos. Algunas de las principales universidades del país (como Stanford, la UCLA, Virginia o Princeton) abrieron departamentos dedicados a investigar este tipo de fenómenos. A pesar de la lucha de nombres tan importantes como Carl Sagan o Martin Gardner (mago además de matemático), la confusión iba en aumento.
Así, no es extraño que alguien como Uri Geller, un mentalista israelí que declaraba tener poderes psíquicos, consiguiera en los 70 el estatus de estrella, y que incluso hubiera científicos que avalaran que efectivamente era capaz de doblar cucharas con la mente y un leve roce de los dedos (en España obtuvo una enorme fama tras aparecer en el programa de TVE Directísimo, de José María Íñigo, en 1975). Randi logró demostrar que lo que Geller afirmaba era un simple truco que había sido realizado durante generaciones por los magos; incluso, afirmaba que Geller ni siquiera era un ilusionista dotado: apenas hacía otra cosa que repetir una y otra vez cuatro trucos, cuando un mago regular es capaz de hacer hasta cuarenta.
El desenmascaramiento definitivo de Geller ocurrió en el famoso programa de Johnny Carson donde, en unas condiciones de control establecidas por Randi, Geller fue incapaz de realizar su truco, aduciendo la presencia de «influencias negativas» que interferían con sus poderes (un clásico entre las excusas cuando parecen fallar los dones paranormales). En 1982, Randi publicó un libro, La verdad sobre Uri Geller, que retrataba la gran estafa del israelí y cómo había llegado a embaucar a varios científicos, lo que dio pie a una gran batalla legal y a que Randi terminara abandonando el Comité para la Investigación Científica de las Afirmaciones Paranormales (CSICOP, hoy CSI) para evitar que el proceso lo perjudicara. Eso sí, los datos de Randi nunca han sido desmentidos.
Randi volvió a golpear con el Proyecto Alfa, una iniciativa que levantó aún más controversia: en 1979, James S. McDonnell, de la famosa compañía aeronáutica McDonell Douglas, donó medio millón de dólares a la Universidad Washington de St. Louis para la creación del Laboratorio McDonnell para la Investigación Psíquica. El objetivo era conseguir pruebas definitivas de la existencia de lo paranormal. Randi vio una ocasión de oro y consiguió que dos discípulos suyos, Steve ‘Banachek’ Shaw y Michael Edwards, fueran admitidos para que se estudiaran sus supuestos poderes. Durante dos años, y empleando trucos preparados por Randi, lograron tener engañados a todos los expertos. Cuando finalmente se desveló la verdad, el laboratorio tuvo que cerrar y uno de sus integrantes declaró enfurecido: «¡Randi ha hecho retroceder cien años a la parapsicología!».
Peter Popoff, un sanador que ganaba millones con su espectáculo en el que afirmaba poder curar cualquier enfermedad sólo con la imposición de manos y que tenía legiones de seguidores, también fue desenmascarado por Randi y su equipo. Una de las cosas que convencía a los seguidores de Popoff de sus poderes era que parecía capaz de adivinar detalles íntimos de la vida de personas que no conocía. Randi demostró que el predicador llevaba un diminuto audífono por el que su esposa le iba transmitiendo información previamente recabada por ella en el vestíbulo charlando con el público que esperaba (un truco que inspiró al director español Rodrigo Cortés para su película Luces rojas).
[pullquote]La gente quiere creer y, ante eso, poco se puede hacer[/pullquote]
Randi también se ocupó de los sanadores filipinos, que tuvieron una especial fama en los 70 y principios de los 80, y en cuyas redes llegaron a caer personajes tan famosos como los cómicos Peter Sellers y Andy Kaufman, que rechazaron tratamientos para sus cánceres y se pusieron en manos de curanderos cuya supuesta habilidad consistía en operar con las manos desnudas, extrayendo los tumores directamente con los dedos. Nuevamente en un programa de Johnny Carson, Randi hizo una demostración pública (y muy divertida, como todo lo que suele hacer Randi) de cómo se hacían esas supuestas intervenciones.
Otro de los campos de batalla de Randi ha sido la homeopatía. En 1988, Jacques Beneviste, creador del concepto de ‘memoria del agua’, publicó un polémico artículo en la revista Nature en el que relataba una serie de experimentos que parecían demostrar que la dilución de anticuerpos podía ser eficaz en la lucha contra el cáncer, lo que presuntamente demostraría el principio de la homeopatía. Ante la polémica, la revista pidió que se replicaran de nuevo los experimentos en un laboratorio independiente y bajo la supervisión de una comisión en la que, algo excepcional en una publicación científica, se incluyó a Randi. Las conclusiones del equipo fueron que no se habían respetado las condiciones de experimentación científica, especialmente el método de doble ciego, lo que invalidaba los resultados.
A sus 87 años, Randi vive retirado, o todo lo retirado que alguien como él puede estar. La Fundación Educativa James Randi sigue poniendo a disposición del público sus libros y promocionando el Desafío del Millón de Dólares, premio que espera a quien sea capaz de demostrar poseer algún tipo de capacidad paranormal. Ninguno de los que se han presentado, a pesar de que se realiza en condiciones pactadas entre las dos partes, lo ha logrado.
La polémica ha perseguido continuamente a Randi, incluso con episodios dolorosos que se han cebado en problemas de gente de su entorno. Pero nadie ha sido capaz de desmontar sus apabullantes y lógicas aportaciones. Y quizá lo más desalentador sea que, después de tantas pruebas evidentes, Uri Geller sigue paseándose por los platós televisivos y Popoff sigue ganando millones a costa del dolor ajeno. Quizá porque, como dice Luis A. Gámez, miembro del Círculo Escéptico, autor del blog de referencia magonia.com y amigo de Randi, a quien trajo en 2012 a España, «la gente quiere creer y, ante eso, poco se puede hacer. Si presentas las pruebas de que alguien como Uri Geller no usa más que trucos de magia y que le han cazado haciendo trampas, el creyente fanático te dirá que a veces lo hace, pero que en otras recurre a sus poderes. Es desesperante, pero no por eso tenemos que dejar de denunciar el fraude».
Buenas noches, me pongo en contacto con usted porque tengo algo referente a James Randi, si estás interesado te puedo mandar un correo, para que le pegues un vistazo, lo siguiente son las evidencias empíricas, si estás interesado hablamos. Necesito un profesional y sus letras expresadas de mi investigación. El primer paso James Randi,
Pegale un vistazo a mi cuenta de Twitter.
artefutur @juanestebangarr
Si estás interesado te envío el correo que he enviado esta mañana a la foundation de James Randi y lo siguiente para que no creas que soy un charlatán, evidencias empíricas.