El directivo que cambió la oficina por la calle y el ordenador por la cámara de fotos

En 2010 se lanzó una aplicación llamada Instagram que prometía revolucionar nuestras vidas. No lo hizo. A pesar de las cifras millonarias, de las horas perdidas y de los modismos atroces como selfi, hashtag e influencer; Instagram se basaba en algo que llevamos haciendo miles de años: representar nuestra realidad. Esta es la interesante tesis de Jason Peterson. Y cuando habla uno de los fotógrafos más seguidos de esta red social lo mejor es escuchar.

«De hecho no es muy diferente al hombre de las cavernas dibujando en la pared», explica Peterson, «consiste en decir: «estoy aquí e importo»». Peterson importa. Su millón largo de usuarios da fe de ello. Antes de ser un famoso fotógrafo era simplemente el director creativo de Havas, una de las mayores agencias de publicidad del mundo. De hecho lo sigue siendo. Y, a pesar de que muchas publicaciones se empeñen en describir su faceta de fotógrafo como una afición, Petersson asegura que todo forma parte del mismo trabajo.

«Soy una persona creativa y hago cosas creativas 24/7», explica. «Es triste tratar de poner a las personas creativas en una caja. Creo que hay que llenar una mente creativa. La mentalidad tradicional de los negocios combate esta idea, por eso gran parte del mundo de los negocios está fracasando».

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En la entrevista con Peterson las líneas entre publicidad, fotografía y redes sociales se difuminan hasta crear un discurso heterogéneo pero bien estructurado. A fin de cuentas, este creativo considera que el secreto de su éxito es tratarse a sí mismo «como lo haría con una marca o una empresa». «Mi práctica y éxito en lo social están directamente relacionados con mi éxito en la publicidad», reflexiona.

Cabe puntualizar que su éxito no es precisamente discreto : «voy caminando para ir a comer en Chicago y la gente me grita desde el coche», confiesa. Esto es especialmente llamativo teniendo en cuenta que Peterson no se prodiga en selfies. Lo suyo es la fotografía clásica, desprendida de todo poso de egocentrismo aspiracional. Lo suyo es, simplemente, la belleza. Una belleza sobria, elegante, vestida de riguroso blanco y negro porque, a su juicio, «el color distrae de la narrativa». Tiene un estilo reconocible.

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«El caso es que solo puedo fotografiar como lo hago», comenta. «Es difícil de explicar, pero es como una droga, como cazar. No puedo parar hasta que siento que hice mi mejor esfuerzo». Peterson es un cazador de momentos y, como nunca sabe cuándo se presentarán estos ante sus ojos, siempre va con su arma bajo el brazo. «Mi cámara y mi drone van siempre en mi maleta», indica.

El año pasado viajó más de 480.000 kilómetros (aunque él lo escribe en millas y sin tanto cero, abreviando con un, más instagramer, «300k miles»). Lo hizo siempre acompañado de su cámara. Viaje o no, Peterson describe su día casi como si fuera una descripción de Instagram, hashtag incluido: «Tiro fotos, tengo reuniones, tomo café, tiro fotos, juego a videojuegos, hago publicidad, tiro fotos, tomo café. #neversleep».

Normalmente, sus fotos no siguen un patrón fijo. Aparecen sin más contexto o explicación que un breve texto. A lo largo de los años sin embargo, este fotógrafo ha ido creando series que se repiten, pequeñas colecciones que va nutriendo. Como las fotos desde la ventanilla del avión (480.000 kilómetros son muchos viajes) o las que realiza con su reloj en primer plano. Su serie favorita, sin embargo, es la que retrata a viajeros del metro a través de las ventanillas.

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«La iluminación desde el interior del tren contra el negro del andén hace que los pasajeros no puedan verme disparar, por lo que es totalmente natural», comenta, recalcando que, para él, «cada ventana del tren es una película». Dentro de esta serie también hay una fotografía especial, más por la historia que desencadenó que por la instantánea en sí. «Publiqué una foto de algunos hombres de negocios en el camino a casa después de un largo día. y uno de mis seguidores me dijo que en los hombres era su suegro. Hice una impresión para él y se la envié a su oficina».

La anécdota, más allá de una simple curiosidad, da una idea de cómo concibe Peterson las redes sociales. «No se trata de hacer un monólogo sino de entablar conversación», confirma. A veces, la conversación termina con un contrato de trabajo. Y es que, más que de Linkedin, este creativo tira de otras redes sociales para buscar trabajadores, sin importarle demasiado el currículum. «Enseñar a los creadores con talento de qué va esto de la publicidad lleva como 10 minutos» sentencia.

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Ser un influencer rayano en los cincuenta con dos hijos adolescentes puede ser raro. O no. ¿Cómo llevan ellos que su padre sea una estrella de Instagram? «Creen que es genial que esté involucrado en lo que está pasando. No se trata solo de Instagram, se trata de música, moda, cultura… Creo que es gracioso para ellos, papá es Peter Pan; pero en realidad soy yo el que los mira y aprende de ellos todos los días».

A pesar de ser él mismo la excepción, Peterson cree que la regla es que los jóvenes entienden mejor las redes sociales. Lleva en la industria de la publicidad 25 años. Cree que esta lleva sin cambiar mucho más tiempo («desde los sesenta más o menos»). Esta dicotomía entre la frescura de las redes sociales y el anquilosamiento del mundo de la publicidad podría llegar a ser frustrante. Para Jason Peterson no. «Hago justo lo contrario de lo que hace la industria», anuncia con convicción. «Yo gano».

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