Javi Álvarez lleva quince minutos largos enchufando y desenchufando cables de uno de los cuatro o cinco Commodores que tiene en su piso de Lavapiés. Cuando trabajas con ordenadores que tienen treinta años, te arriesgas a que te pase esto, cuenta. Ya le ocurrió una vez mientras tocaba en el Sónar. Al fin, logra que funcione, “era el ampli”. Y empieza a aporrear el teclado de la máquina como una taquígrafa del Congreso puesta hasta las cejas de Red Bull, pero no sale texto en la pantalla ni está jugando al Starcraft a la velocidad de un coreano, está haciendo música. De un altavoz con aspecto de juguete que ha acoplado al ordenador brota una melodía que suena a ocho bits, pero que está tocada en directo. “Esto lo hace poca peña, estoy bastante orgulloso”, suelta. Cuando acaba, conecta una de sus tres Atari 2600 y repite la jugada, con una mano en cada mando.
Ataris, Commodores, Spectrums, Amstrads, Game Boys y otras retroconsolas comparten espacio en las paredes del estudio de este músico y artista gallego con sintetizadores, teclados, un contrabajo, alguna guitarra, un bajo eléctrico, un vibráfono, toneladas de vinilos, Furbys hackeados, pianos de juguete y más instrumentos a los que no sabría poner nombre. Puesto por escrito, parece el diagnóstico de un Diógenes incipiente, pero hay orden. Javi, su tupé y su bigotón necesitan todo esto para investigar y convertir sus hallazgos en la música y los vídeos de sus tres proyectos: Fluzo, Dúo Cobra y Néboa.
Javi ha logrado que el sonido ochobitero y el circuit bending encajen en sus tres firmas musicales. “La música que hago en Néboa suele mezclar experimentación electrónica e instrumentos clásicos”, explica, “ahí encaja de forma natural y siempre llevo cacharros ocho bits para tocarlos en directo”. En el rap experimental en gallego de Fluzo, estos sonidos “encajan de forma compositiva, tenemos varios temas que son chiptunes, el mejor ejemplo sería la canción Amiga Conductor”. En la electroacústica de Dúo Cobra “encaja por el imaginario. Por ejemplo Volandito es una canción que no registra casi ningún sonido de chiptunes, es acústica, con voz, pero la letra tiene mucho que ver y el vídeo está hecho con un Spectrum”. “Así es como ha encajado hasta ahora”, continúa, “a lo mejor más adelante me apetece trabajar con vibráfono y Game Boy, depende mucho del punto de la investigación en la que estés”.
Esta ensalada de sonidos bebe de mil tradiciones, pero se aleja de lo académico, del revival y del homenaje pajero que intenta hacer las cosas como antaño. No se trata de calcar los sonidos del videojuego retro, se trata de sacarlo de su hábitat y utilizarlo de formas novedosas. “Uso dispositivos obsoletos porque creo que hay cosas interesantes en ellos, pero no los tengo glorificados. Hay gente que no va más allá. Un hippie académico no va a usar condón, porque cree en Woodstock. Uno que quiere sonar rockabilly se compra micros de época. Yo tengo micros de época, pero no quiero sonar a Sun Records”, afirma. “Y luego está el que coge un soporte y referentes antiguos para hacer algo nuevo, te hace un disco de death metal con una Game Boy. Y mola muchísimo”.
“El revival es divertido en cualquier disciplina, pero prefiero a un tío que haga algo diferente y que no nos mole, para escuchar ‘música clásica’ de los 8 bits, ya tengo a Rob Hubbard, a Jeroen Tel, a Martin Galway o a César Astudillo”, continúa, “yo admiro la capacidad de la peña para hacer cosas inéditas, diferentes, de hacer un agujero en la forma en que entendemos la cultura”. E insiste en que utilizar tecnología viejuna enriquece el proceso artístico porque obliga a experimentar, descubrir y cambiar las cosas de sitio: “Me parece más interesante usar un arpa clásica con un Spectrum que usarla como se debe”.
“Investigar” es una de las palabras que Javi repite más a menudo. Todo lo que sabe hacer con estas máquinas ochenteras es el resultado de años de estudio y de intentar componer con aparatos que se salen de la norma. “Cuando te quieres dar cuenta se te ha ido un año en el que has estado enfrascado en tareas de investigación y composición muy divertidas que te han aportado un conocimiento superbonito que a lo mejor no usas nunca”. Eso implica, a la fuerza, no tener miedo a fallar. La mayoría de los experimentos de Javi acaban en la basura. “Antes de conseguir que el rap funcionara con chiptunes hice cuarenta y cinco mil canciones y pruebas, no funcionaba. Hasta que un día te funciona”, confiesa.
Aun así, reconoce que hay algo estético, nostálgico y pop en utilizar una Game Boy o una Atari para hacer música en directo. Su relación con las consolas, como la de cualquier otra persona, también tiene que ver con recuerdos y emociones. Pero ahora Javi Álvarez apenas juega a videojuegos. Tiene un “altar” (sic) dedicado al Double Dragon en una de las habitaciones de su casa, pero reconoce que sus partidas no duran mucho. Juega “por ver el paisaje” y cuando pasa la segunda fase de un juego, se aburre: “Ya he visto todo lo que tenía que ver”.
Es difícil explicar con precisión cómo una videoconsola puede convertirse en un instrumento musical. Cada una funciona a su manera, cada chip tiene su sonido y todos pueden utilizarse de mil formas distintas: abrirlos y hacerles perrerías en la circuitería, aprender a programarlos en sus lenguajes originales, adaptarlos a archivos y formatos actuales, conectarlos a otros instrumentos para utilizarlos como sintetizador o usar cartuchos diseñados expresamente para hacer música son algunas fórmulas posibles. Y todos los programas y el hardware que se han desarrollado para esto son el resultado de años de investigaciones, pruebas, experimentos y errores.
Incluso cuando te dan hecho el invento, se necesitan horas de estudio para hacerse con él. Por ejemplo, Javi toca su Commodore 64 en directo gracias al cartucho Cynthcart desarrollado por Paul Slocum y hace lo mismo con su Atari 2600 con un programa parecido llamado Synthcart. Estos cartuchos se introducen en el ordenador o la consola como un juego cualquiera, pero transforman las teclas y los botones del mando en notas musicales. De ahí a componer con un teclado alfanumérico hay muchas horas de aprendizaje y esfuerzo. El proceso, el aprendizaje y los resultados son diferentes cuando usa otro de sus Commodores como sintetizador o cuando saca sonidos a sus Furbys.
“En su día mucha gente pensaría que la música de videojuegos era cutre”, reflexiona Javi Álvarez, “es la doble lectura que todo el arte tiene siempre: cuando se revisa años más tarde le encontramos valores estéticos que en su día no veíamos”. La fascinación por lo novedoso a veces impide apreciar el valor de las cosas, explica, por eso “es normal que cuando pasen unos años se revisen eventos culturales. A veces se tumban y a veces se glorifican. Y el caso de los videojuegos ha sido brutal”.
Fluzo toca este sábado a partir de las 21:30 en la sala La Faena II de Madrid.
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