Llevaba dos años enlazando un trabajo duro y mal pagado con el siguiente: cargar cajas, descargar cajas, poner copas, fregar cacharros, etcétera. Justo en el momento en que su dolor de espalda comenzaba a abrirse paso definitivamente a través del muro de paracetamol y magnesio que había construido para aguantar, se acabó su racha.
En las tres semanas que llevaba en paro, había recorrido cuatro veces Madrid echando currículums. Empezaba a desesperarse, después de toda la vida trabajando a destajo, no sabía cómo usar el tiempo que tanto había reclamado cuando se evaporaba en nubes de sueño entre jornada laboral y jornada laboral.
Vio el anuncio en una parada de autobús en Gaztambide, después de comprar algo fresco para hacer frente a los cuarenta plomizos grados centígrados que aplastaban la capital y a sus habitantes:
«Curso de brujería laboral. Consiga el puesto que siempre ha merecido y nunca le han concedido gracias a este taller impartido por el Coach y Gurú del Marketing personal, Mr. Jagar».
Era gratuito para desempleados inscritos en el INEM, así que allí se presentó, más curioso que interesado. ¿Qué iba a aprender?, ¿a hechizar al entrevistador?, ¿a añadir ceros a la nómina con un juego de manos? Más bien no. Fue a divertirse y a mantenerse ocupado para que los nubarrones de horas libres, más cargados y amenazantes que nunca, no le llovieran encima.
El curso se impartía en el Centro de Innovación BBVA, lo que envolvía el evento con una pátina de seriedad y etiqueta bastante confusa, dada la magnitud de la estupidez. Atravesó la puerta automática de cristal y esperó en el recibidor junto a 19 asistentes que formaban cola para pasar un control de seguridad con detector de metales y todo. Había un patio interior ajardinado en el que varios ejecutivos trajeados fumaban mirando sus teléfonos móviles para no hablar entre sí.
Subió unas escaleras y accedió a una estancia alargada con el suelo recién pulido y las paredes impolutas, como si las acabaran de pintar. Había mesas y sillas dispuestas en dos secciones simétricas entre las que discurría un pasillo que terminaba en una tarima sobre la que el señor Jagar, presente, iba a dar la clase. En cada puesto había una botella de agua mineral, un cuaderno de anillas y dos bolis bic corporativos.
Después de 25 minutos de presentaciones, morralla y postureo, la cosa se puso interesante.
—Lo que he venido a enseñaros es una forma de ilusionismo muy potente y, a la vez, muy sencilla. ¿Habéis traído vuestros currículums impresos, como os pedí?
La audiencia en pleno asintió.
—Perfecto. Necesito que los rompáis en cuatro partes y lancéis los fragmentos al aire gritando con claridad: «¡LinkedIn!». Para que el truco funcione, debéis visualizaros en un despacho inmenso en lo más alto de la más ostentosa torre de cristal, acariciando a un gatito.
Los obedientes alumnos procedieron.
—¡Ya está! Ya no sois camareros, ¡sois Mojito Makers! Vuestra semana de vacaciones en Londres fue una inmersión idiomática. Nunca nadie os despidió, los puestos de trabajo se os quedaron pequeños. Los contratos que duraron tres meses, en realidad duraron seis o 10, ¿por qué no? Cocineros, sois Executive Chefs. Mecánicos, sois Senior Mechanical Analyst. Charlatanes, ¡ahora sois Coaches!
*Relato extraído del libro ‘Deja de mirar el puto móvil’, de Álvaro Gómez Gómez.