The Joking Computer: ordenadores que hacen chistes

26 de octubre de 2018
26 de octubre de 2018
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Permítanme que empiece con un chistecito en inglés: What kind of murderer has moral fiber? A cereal killer.

Vale, no es muy bueno, no es especialmente divertido, pierde la gracia que pueda tener al ser traducido, y sin embargo es un chiste interesante. Y lo es por el hecho de haber sido inventado por un ordenador.

Se trata de The Joking Computer, un proyecto de la universidad de Aberdeen que trata de estudiar el humor, su relación con el lenguaje y si un ordenador tiene la creatividad suficiente como para crear chistes. El chiste no es gran cosa, pero tampoco es malo.

No sé si saben que en 2001 el psicólogo Richard Wiseman y su equipo se lanzaron a la búsqueda del mejor chiste del mundo. Por si les interesa, el asunto se llama LaughLab y cualquiera podía enviar su chiste favorito y evaluar cinco chistes que el sistema ofrecía extraídos aleatoriamente de su base de datos. Durante el año que duró la recogida de datos, recibieron más de 40.000 chistes y 2.000.000 de votaciones.

El caso es que el chiste de The Joking Computer está en esa base de datos y en el ranking global de valoraciones se sitúa hacia la mitad. No es un gran chiste, pero según la opinión es mejor que casi la mitad de los chistes humanos (las opiniones fueron emitidas por otros seres humanos).

El asunto de la creatividad computacional es una rama muy activa de la inteligencia artificial, bajo la premisa de que sin creatividad no hay inteligencia. Existen ordenadores que inventan teoremas, que pintan cuadros, componen música o escriben poemas (échenle un ojo por ejemplo al proyecto @otto_poebot de Juan Luis Mora).

Las obras de estos artistas artificiales son difíciles de distinguir de las de autores humanos, en una especie de Test de Turing de la creatividad, y algunas de ellas tienen una calidad innegable.

Lo difícil del asunto, en lo que los ordenadores fallan estrepitosamente y nosotros –casi todos– también, es evaluar la calidad del fruto de esa creatividad. Piensen en lo difícil que resulta para un artista, para un experto o para el público saber si una novela es buena o no, si una obra plástica está llamada a ser un clásico o es poco más que un intento chabacano o, como mucho, torpe.

Lo difícil que resulta para un cómico saber si su nuevo chiste es tan bueno como cree. Cuántas veces, incluso colectivamente, no hemos sabido reconocer la inspiración o hemos creído verla donde no la había. Cuántos reyes desnudos se han paseado por las galerías de arte y cómo de ciegos nos parecen los contemporáneos de algunos genios de la historia que no supieron darse cuenta de que la maravilla se presentaba ante sus ojos.

Porque la calidad de los trabajos de la creatividad depende, entre otras cosas, de la intensidad de la experiencia del artista, de su capacidad para enriquecer la experiencia vital de aquellos que participan en ese acto de comunicación a través del arte –o del humor–. Y eso no es sencillo de comprender, ni para nosotros ni para los ordenadores.

De todas formas el camino del aprendizaje de la creatividad y su evaluación es de los más interesantes en el alucinante mundo de la inteligencia artificial. Nos va enseñando a conocer nuestra propia inteligencia y va dando sentido y contenido a ese término tan omnipresente de la inteligencia artificial.

Y tiene también sus beneficios laterales: el proyecto The Joking Computer está ayudando a niños con parálisis cerebral a manejar y entender el lenguaje, comunicarse más fácilmente con sus compañeros y combatir un poquito el aislamiento que a veces sienten.

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