Entonces los días y las noches tenían un sentido. La luz del sol anunciaba el comienzo de la jornada laboral. La noche suponía la vuelta a casa. Pero eso fue hace mucho tiempo. En el siglo XX apareció la luz eléctrica y un interruptor acabó con la frontera entre el día y la noche. El trabajo se independizó del sol y se estiró todo lo posible para conseguir que a cualquier hora, en cualquier lugar del planeta, miles de fábricas y empresas estén funcionando. Esto es lo que ocurre hoy. Lo que ocurre ahora.
¡Que la producción no pare!
Y que los humanos, con sus horas de descanso, no interrumpan la máquina del consumo. Eso ocurre, por ejemplo, en Las Vegas. Los centros de ocio de esa ciudad tapan, con el neón y la luz eléctrica, a la luna y el sol para que sus clientes no caigan en la tentación de ir a dormir. Esos antros esconden los ciclos biológicos del tiempo. El sueño les molesta. Les arrebata el negocio.
El profesor de Historia de Arte Moderno Jonathan Crary aclama en su libro 24/7. Late Capitalism and the Ends of Sleep que «el capitalismo salió al asalto del sueño».
El comienzo
Allá en la lejanía remota, en aquellas primeras sociedades conocidas, organizaban su tiempo en función del día y la noche. Adoraban el sol y cantaban a la luna. Esas personas crearon observatorios para plantar sus cosechas en función de los astros y organizaron su vida en días de trabajo y días de descanso. «Para los antiguos mesopotámicos y hebreos, entre otros, se convirtió en la semana de siete días. En otras culturas antiguas, como Roma y Egipto, había semanas de ocho y diez días organizadas alrededor de las jornadas de mercado de las fases de la luna», indica Crary en su libro, traducido al español con el título 24/7. «El fin de semana es el residuo moderno de esos sistemas arcaicos, pero, incluso, esta marca actual de diferenciación temporal resulta erosionada por la imposición de la homogeneidad del 24/7».
La organización del tiempo en días, semanas, meses y años persiste. También los cambios de estación (son rentables para la moda) y las vacaciones (hacen caja en las empresas turísticas). Pero, según el profesor de la Universidad de Columbia, el capitalismo actual del 24/7 está difuminando las barreras que se establecían antes entre un momento y otro. Hace unas décadas, las tiendas abrían sus puertas al empezar el día. Hoy hay muchos comercios, sobre todo en EEUU, que no cierran sus puertas nunca. Hace décadas, al salir de la oficina, un empleado no volvía a saber nada de su trabajo hasta volver al edificio. Hoy arrastran el trabajo durante las vacaciones y los fines de semana, como una tenia pegajosa que vive dentro de su móvil y, cada tanto, emite gruñidos que anuncian nuevos mensajes.
Ese botón de encendido y apagado que tenía el mundo, cuando llegaba el día y se cernía la noche, ya no se toca, dice Crary. Alguien ha puesto un tope que impide que el ON pase al OFF. Igual que hacían los niños malos cuando introducían un palillo en el timbre del portero automático de una casa y salían corriendo.
Este capitalismo contra el sueño ha puesto a internet a trabajar a sus órdenes. La Red es un lugar que no entiende el concepto del descanso. Es la esfera económica y social más 24/7 que existe. Ahí las tiendas siempre están abiertas y la actividad vive en una especie de no tiempo. No importa el sol, ni las vacaciones, ni que la ciudad se apague. La pantalla del móvil o el ordenador siempre está encendida. Solo necesita un poco de esa electricidad que alargó las jornadas de las fábricas a principios del XX.
El 24/7, asegura en su ensayo, «es siempre una forma de castigo y desprecio a la debilidad y la insuficiencia del tiempo humano, con sus texturas borrosas y serpenteantes. Elimina la relevancia o el valor de cualquier reposo o variabilidad».
[pullquote author=»Jonathan Crary» tagline=»»]La imaginación es indispensable para la supervivencia colectiva[/pullquote]
El camino hasta aquí
El sueño no depende del cansancio. La cultura, la economía y la concepción social de una época intervienen en la decisión del tiempo que pasa una persona en la cama. El sociólogo francés Marcel Mauss (1872-1950) dijo en su conferencia ‘Les techniques du corps’, en los años 30, que dormir y despertar no es algo tan instintivo como parece. Los individuos imitan a otros en sus hábitos de sueño, y la educación también emite sus dictados.
Aristóteles y después los renacentistas dormían sin remordimiento. El sueño era entonces algo respetable. Pero a mediados del siglo XVII empezó a ser incompatible con las nociones modernas de la productividad y el racionalismo, según el crítico de arte. «Descartes, Hume y Locke fueron solo algunos de los filósofos que lo menospreciaron por su irrelevancia para el funcionamiento de la mente o la búsqueda del conocimiento. Quedó devaluado frente al privilegio de la conciencia y la voluntad, de la utilidad, la objetividad y la acción que persigue el interés individual».
Locke creía que Dios había diseñado al humano para trabajar y llevar su razón lo más lejos posible. Pero, a ratos, se encontraba con un impedimento: tenía que dormir. Hume pensaba que el sueño, la fiebre y la locura suponían un limitación al conocimiento, según escribió en su Tratado sobre la naturaleza humana. Dice Crary que a mediados del siglo XIX la relación entre la vigilia y el sueño comenzó a entenderse como si uno fuera el bueno y otro, el malo. Dormir suponía volver a un modo básico y primitivo de la existencia. Y en ese momento, la actividad cerebral de la vigilia, considerada superior y más compleja, quedaba aniquilada por el frescales de Morfeo.
Menos mal que al menos otro pensador, Schopenhauer, no estaba de acuerdo. El alemán fue uno de los pocos en su época que defendió el sueño. Decía que solo en ese momento se podía ubicar «el verdadero corazón» de la existencia humana. Pero no fue la teoría de este filósofo la que se impuso en el pensamiento mayoritario. Fue la de Locke y Hume. Y desde entonces la arrastramos. En palabras del cofundador de la editorial Zone Books, «la lógica de la modernización económica que está en juego hoy en día se remonta al siglo XIX».
Del futuro, Crary desconfía. «Con un bazar infinito de ofertas y atracciones disponibles perpetuamente, el 24/7 desactiva la visión haciendo todo homogéneo, redundante y acelerado. Al contrario de lo que muchos afirman, no aumentan las capacidades mentales y perceptivas de las personas. Lo que hace es disminuirlas».
Las compañías, continúa, «gastan cada año miles de millones en investigar cómo reducir el tiempo necesario para tomar decisiones, cómo eliminar el tiempo inútil dedicado a la reflexión y la contemplación. Esta es la forma del progreso contemporáneo: la implacable apropiación y dominio del tiempo y de la experiencia».
Los aparatos del insomnio
Este arrebato del silencio se impuso en el nuevo mundo que surgió tras la II Guerra Mundial. Los escritores Ernest Mandel, Thomas Pynchon y también Crary piensan que la contienda fue «un evento homogeneizador sin precedentes en el que se borraron identidades, tejidos sociales y territorios obsoletos. Fue la construcción de una tabula rasa que se convertiría en la plataforma de la última fase de la globalización del capitalismo». Fue también «el crisol en el que se forjaron nuevos paradigmas de comunicación, información y control», y, además, a partir de entonces, «se consolidaron las conexiones entre la investigación científica, las empresas transnacionales y el poder militar».
Las técnicas de propaganda de la II Gran Guerra dieron lugar a los medios masivos. La población occidental quitó a los santos y las vírgenes del mueble principal y, en su lugar, colocaron una radio o una televisión. Los dispositivos que los conectaba con el resto del mundo ocupaban ahora el altar de adoración del hogar.
Al principio, la televisión y la radio respetaban las horas de sueño. La programación se detenía por la noche. En la radio, desaparecían las voces; en la TV, aparecía la carta de ajuste. El mundo se detenía hasta el día siguiente. Pero en los años 80 esto acabó. Las horas de emisión se estiraron hasta hacerse infinitas y el espectador, además, empezó a decidir el horario en el que quería ver o escuchar un programa. Lo podía grabar en cintas de cassette o VHS y verlo mientras los demás dormían.
La embestida definitiva al sueño llegó con internet. Los dispositivos digitales que mantienen a las personas eternamente conectadas no surgieron por azar ni como una mera evolución tecnológica. Autores de la escuela del filósofo Gilles Deleuze piensan que son herramientas de un nuevo capitalismo en el que el consumismo ya no se basa en comprar y comprar. Hoy, según Crary, «se ha convertido en una actividad las 24 horas del día, los siete días de la semana, relacionada con las técnicas de personalización, individualización e interacción con los dispositivos y la comunicación obligatoria».
[pullquote author=»Jonathan Crary» tagline=»»]Una de las formas en las que uno queda impotente dentro de los entornos 24/7 es la incapacidad de ensueño o de cualquier modo de introspección[/pullquote]
La soberbia de los que no quieren dormir
Hoy no es extraño despreciar el sueño. Muchas personas piensan que les roba horas de vida. «Ya dormiré cuando esté muerto», dicen. Pero, en realidad, ocurre lo contrario. Dormir ayuda a vivir más tiempo. «Somos la especie más arrogante de todas. Creemos que podemos abandonar cuatro mil millones de años de evolución e ignorar el hecho de que hemos avanzado tanto por un ciclo de luz y oscuridad», indicó el neurocientífico Russell Foster, a la BBC, hace unos días. «Lo que hacemos como especie es ignorar el reloj biológico. El humano es la única especie que hace eso, y esto, a la larga, provoca serios problemas de salud». Ese desprecio cuesta caro. Puede traducirse en diabetes, enfermedades cardiovasculares, cáncer, infecciones u obesidad.
Los ordenadores y, sobre todo, los móviles y las tabletas están robando el descanso de adultos y adolescentes. Según el profesor de la Universidad de Oxford, muchos niños y jóvenes pasan las noches pegados a sus dispositivos y a la mañana siguiente beben tres Red Bulls para mantenerse en pie. «La sociedad se ha hecho muy arrogante al ignorar la importancia del sueño», indicó a la TV británica.
Al sueño le ocurre lo mismo que a Drácula. Huye cuando ve la luz. Los neurocientíficos dicen que el resplandor de las pantallas despistan al reloj biológico humano. El cuerpo, ante un dispositivo luminoso, cree que es de día y no produce la hormona del sueño, la melatonina. La tecnología actual, aseguran, está haciendo las noches cada vez más cortas. Hoy una persona duerme entre una y dos horas menos que hace 60 años.
[pullquote author=»Jonathan Crary» tagline=»»]El sueño se ha reformulado en algo así como un software mediático o un tipo de ‘contenido’ al que, en principio, se puede tener acceso[/pullquote]
La esperanza
El sueño nocturno es una pausa y las pausas irritan mucho al capitalismo actual, según Crary. «El sueño implica un alejamiento periódico de las redes y los dispositivos con el fin de entrar en un estado de inactividad e inutilidad. Es una forma de tiempo que nos lleva a otra parte, más allá de las cosas que poseemos o nos dicen que necesitamos».
En la Europa del XIX, muchos artistas y poetas veían en el sueño una puerta hacia otros mundos. No era una evasión. Para el pintor Gustave Courbet, era «otra forma de tiempo histórico», un lugar donde podía surgir un futuro más justo e igualitario. En el siglo XXI, en cambio, «la inquietud del sueño tiene una relación más problemática con el futuro». Aunque siempre queda un espacio de libertad, opina Crary. «El sueño es la única barrera que queda, la única condición natural que el capitalismo no puede eliminar».