Las mudanzas residen en un punto equidistante entre la pesadilla y la bendición. Pocos las afrontan con entusiasmo, pero pueden ser la excusa perfecta para deshacerse de todo aquello acaparado durante años y que realmente no nos sirve de nada.
Para Barbara Iweins cambiar de casa cada cierto tiempo se ha convertido en una costumbre. Once son ya las mudanzas acometidas por la fotógrafa belga a lo largo de su vida. Y en cada una de ellas siempre acaba por hacer propósito de enmienda. «Me aterroriza la cantidad de cosas que tengo que empacar. Me hace reflexionar sobre el valor de mis posesiones y sobre el concepto de gratificación instantánea».
En su opinión, compramos para sentirnos cómodos, para alcanzar un estado de felicidad instantáneo y artificial que nos aleje por un momento de nuestras preocupaciones. Algo semejante a lo que nos ocurre cuando compartimos situaciones aparentemente felices en nuestras redes sociales.
En uno de sus últimos traslados, mientras despegaba la cinta americana de las cajas de cartón, se le ocurrió que aquel podría ser un buen momento para «enfrentarse a sus pertenencias con honestidad, sin filtros de ningún tipo». Su cámara iba a servir de notario.
«A lo largo de dos años fotografié todos los objetos de mi casa. Invertí una media de 15 horas a la semana». Pasado ese tiempo, Iweins había tomado 10.532 imágenes. Todas ellas forman parte de su proyecto Katalog.
Nada, ni el más insignificante de los objetos de su hogar, escapó a su objetivo. «Para evitar liarme puse en práctica un método riguroso y preciso. Iba de izquierda a derecha en cada habitación y usaba Post-its para recordar qué objetos ya había fotografiado.
Después de cada sesión, lo anotaba todo en un archivo de Excel, clasificándolo por color, tamaño, valor sentimental, material, ubicación del objeto o incluso cuántas veces lo había sacado de una caja».
También tenía claro lo que no le interesaba en sus sesiones: «Enseres fijos de la casa (lavabo, baño etc.), porque no son una elección personal; la comida, por ser algo efímero; objetos bidimensionales (papel, cartas, fotos …), porque no tienen volumen real; no fotografié más de 30 objetos del mismo tipo (Lego, canicas …), ni tampoco fotografié piezas separadas de un todo (pajitas, agujas, caja de juegos …)».
Para fotografiarlos, Iweins aislaba cada objeto y los colocaba sobre un fondo gris «para sacarlo de su entorno y tener una visión clara de cuál era su verdadero valor para mí».
Durante el reciente confinamiento, Iweins tuvo tiempo para seguir reflexionando. «Me he dado cuenta de que todas mis pertenencias son una fuente de confusión más que de placer». Aunque también reconoce que le generan cierto desconcierto.
Porque por poco apego que sienta hacia la mayoría de estos objetos, el hecho de clasificarlos, dice, les ha dotado de una cierta belleza subjetiva: «Incluso una botella de jarabe para la tos que gotea por los lados desarrolla un interés estético que me gustaría conservar. Esperaba despedirme de muchas cosas, pero terminé amando mucho más a mis pertenencias. Definitivamente, no soy Marie Kondo».
A Barbara Iweins le gustaría terminar este singular año compartiendo las reflexiones que le sugiere Katalog con el público a través de una presentación inmersiva de su trabajo. «Quiero acercar a los visitantes a esta masa nauseabunda de imágenes para desafiarlos a pensar en el relación con sus propias posesiones».
Mientras llega el momento, Iweins disfruta de la extraña sensación de serenidad que le ha aportado el proyecto: «Toda mi vida he vivido con miedo de perder todo de la noche a la mañana. Pero ahora siempre tendré recuerdos de estos objetos… De esta vida… Mi casa ahora puede incendiarse porque siempre que tenga a salvo a mis tres hijos y mi Katalog debajo del brazo, creo que estaré tranquila».