Indiana, 1999. Kimmy Schmidt fue secuestrada con quince años por el pastor posapocalíptico Richard Wayne Gary Wayne (interpretado por un John Hamm/Don Draper con gafas de pasta y nulo sentido del ridículo). El pastor encerró a Kimmy en un búnker con tres mujeres a las que hizo creer que la Tierra se había convertido en un lago de fuego. Tras ser rescatadas por el FBI, Kimmy se marcha a Nueva York con el ímpetu de una adolescente que quiere comerse el mundo. Con la salida del agujero comienza Unbreakable Kimmy Schmidt, la serie creada por Tina Fey (30 Rock) para Netflix.
Los primeros tres o cuatro capítulos de Unbreakable Kimmy Schmidt plantean una duda: ¿se adaptará Kimmy a un mundo que aparentemente ha cambiado en los últimos quince años? De alguna manera recuerda al desubicado Capitán América (congelado más de sesenta años) que anota en un cuadernito «deberes» para ponerse al día: películas, programas de televisión, música, comidas…
Pero Kimmy no se siente desubicada ni necesita cuadernos. Tiene un poso de cultura popular contemporánea que le permite interrelacionarse con las personas (a diferencia de Capitán América, cuyo cultura popular es propia de principios de los 40 del siglo pasado). Nos reímos de Kimmy cuando hace referencia a cosas que no existen porque se han deteriorado o están desfasadas. Ella habla y actúa sin rubor y expresa su alegría cantando La Macarena de Los del Río en una populosa calle de Nueva York.
Lo cierto es que desde 1999 solo ha evolucionado la tecnología (en esto, Los Simpsons sirven como notarios del tiempo). Las extravagancias, los usos y las costumbres que conoció Kimmy antes de su encierro han sido llevados al exceso. En estos excesos Tina Fey carga las tintas desde la mirada limpia de Kimmy.
Así, Kimmy descubre que los nuevos predicadores lo son de extravagantes rutinas de gimnasio como el spiritcycle (que parodia al soulcycle de «cambia tu cuerpo, encuentra tu alma»). También que, para quien puede permitírselo, la cirugía estética se ha convertido en un ritual tan común como ir a la peluquería.
«Si quieres saber la edad de una mujer, mira sus manos», dice la jefa de Kimmy, una adinerada y ociosa mujer que además de su edad intenta ocultar sus raíces nativas americanas.
Una vez que Kimmy parece adaptarse al mundo, Tina Fey recurre a un humor de excesos propio de la saga «como puedas» para hacer crítica en distintos frentes:
- Crítica social: por ejemplo, Titus Andromedon, compañero de piso de Kimmy, comprueba que los blancos prefieren ayudar a un hombre lobo en apuros antes que a un negro. Otro: en las clases sociales pudientes, el dinero no es suficiente, es necesaria la «pureza de sangre».
- Críticas a los medios de comunicación que explotan dramas sin intención de ahondar en ellos, crean famosos artificiales y los ignora.
- Crítica a los estragos de la crisis: por ejemplo, el instituto donde Kimmy estudia alquila taquillas de libros como habitaciones para ejecutivos japoneses y paliar así los recortes en Educación. Otro: hay inmigrantes sin papeles que trabajan a cambio de cama y comida, mientras que los ricos tienen refrigeradores con distintas clases de agua según el momento del día.
Hay también en Unbreakable Kimmy Schmidt una crítica al victimismo oportunista tan extendido en nuestro tiempo, a través de una mujer del búnker que no paga en los restaurantes ni en las tiendas alegando su encierro.
Sin embargo, aunque el mundo da sorpresas a Kimmy, nada la perturba: ni el abandono de la madre, ni los obstáculos del Sistema (como los profesores desmotivados o la ineptitud del sistema judicial para encarcelar al pastor) ni la negatividad de Titus Andromedon ni los contratiempos del día a día. A diferencia de sus contemporáneos, Kimmy no ha sufrido el desgaste consecuencia de sufrir decepciones amorosas y profesionales desde la adolescencia hasta los 29 años. Kimmy sale del búnker con el deseo por la vida intacto. Con frecuencia se repite a sí misma que «después de haber estado quince años en un búnker nada podrá conmigo».
En la determinación de Kimmy hay una lección aunque muchos de nosotros no hayamos pasado quince años encerrados en un búnker. En el primer mundo, con más frecuencia de la que debería, nos quejamos por pequeñeces muchas de ellas relacionadas con la tecnología (porque nos parece lenta o insuficiente u obsoleta o intrusiva o se estropea). Kimmy vive el presente con el ritmo de una persona del siglo pasado, cuando los móviles eran una rareza, los ordenadores cargaban juegos en media hora y los medios de comunicación no estaban enzarzados en una carrera por dar noticias de usar y tirar.