«El encanto de una ciudad no es distinto al encanto de las flores. En parte, depende de ver cómo el tiempo fluye a través de ellas.»
Robert Doisneau.
Había una vez una ciudad en la que siempre era de noche. Una ciudad sin luz y sin aire. Una ciudad que había crecido a la velocidad de un tumor; hinchada y sin orden. Una ciudad que le dio la espalda al urbanismo.
Una ciudad que le dio la espalda al hombre.
Si hablamos en términos exclusivamente sociales, el urbanismo es la disciplina más importante de la arquitectura. Porque marca las relaciones del ser humano como miembro de ese constructo al que llamamos sociedad. No se trata tan solo de que indique los lugares donde se construyen viviendas y los distinga de las zonas verdes y los espacios comerciales, deportivos, hospitalarios o dotacionales; también regula las longitudes y los anchos de las calles, la ocupación edificatoria y, por tanto, la altura de las construcciones. Y eso significa ordenar el soleamiento, el aire y la luz. Eso significa organizar la salud y, en definitiva, la vida de las personas.
Desafortunadamente, en términos económicos, el urbanismo también es la disciplina más importante de la arquitectura, por la gran masa de dinero que mueve. Tanto de manera legal como ilegal. No es de extrañar, pues, que al urbanismo se le asocien gran parte de los casos de corrupción que aparecen, un día sí y otro también, en España y, en realidad, en casi cualquier ciudad occidental. Pero, insisto, esto no es culpa del urbanismo como disciplina, sino del dinero que orbita a su alrededor y del uso que hacen de él nuestros bienamados responsables públicos.
Desde que el homo sapiens dejó de ser nómada y se convirtió en agricultor, los asentamientos humanos han necesitado de una cierta ordenación. Obviamente, los primeros poblados apenas consistían en sencillas agrupaciones de casas más o menos próximas. Y su planteamiento tenía que ver, sobre todo, con las condiciones climáticas u orográficas del territorio sobre el que se construían. Sin embargo, desde la antigua Grecia aparecen ejemplos de ciudades planificadas de manera perfectamente consciente. Y aún más desde la aparición de la Roma clásica, cuyo trazado urbano sostenido alrededor de dos ejes ortogonales ha marcado las ciudades occidentales hasta nuestros días. De hecho, la traza del Eixample de Barcelona o incluso de Manhattan es prácticamente idéntica a las de la Caesaraugusta romana o incluso a las de la Mileto griega del siglo V a.C.
La evolución del urbanismo como herramienta de ordenación social ha generado dibujos interesantísimos en las ciudades de todo el mundo. Desde los abigarrados laberintos de Al-Ándalus o Venecia hasta los suburbios de adosados que colonizan el extrarradio de las ciudades norteamericanas. Pasando por la singular Traza Italiana, el sistema de fortificación en estrella que apareció en el Renacimiento como respuesta a los cañones de artillería, y que evitaba el ataque frontal permitiendo la defensa de fragmentos individuales de la muralla desde su sector contiguo.
Así, a lo largo de la historia, las condiciones que han marcado el trazado urbano han sido múltiples: el aire y la luz, el acceso al mar o a un río, el tránsito rodado o peatonal, la defensa o la guerra. Pero, ¿qué sucede cuando la única condición es que no hay condiciones?
Entonces sucede la Ciudad Amurallada de Kowloon.
La ciudad sin sol
«Todos sobre Zanzíbar es una información sobrecargada de temas sobre los que la gente sensata nunca querría aprender.»
John Brunner, en el prólogo de Todos sobre Zanzíbar
La Ciudad Amurallada de Kowloon fue un fuerte militar chino –de ahí su nombre- desde su fundación en el siglo X hasta el final del siglo XIX, cuando el gobierno de China concluyó la cesión de los Nuevos Territorios de Hong Kong al Imperio Británico en 1898. Sin embargo, pese a que los británicos tomaron posesión del enclave el mismo año, en las siguientes décadas apenas levantaron un edificio civil en su interior –unas oficinas municipales y un local para ancianos-. Por lo demás, practicaron un estupendo ejercicio de dejación de responsabilidad. De hecho, el gobernador británico de Hong Kong prefería mantener la ciudad amurallada como reclamo turístico. Como «un trozo de la antigua China». Kowloon eran 2,6 hectáreas sin gobierno, autosostenidas y autorreguladas por sus escasos 500 habitantes que, de alguna manera, vivían en una anárquica armonía.
En 1933, y ante el desgobierno de la ciudad, las autoridades anunciaron la demolición del enclave, compensando a los habitantes con nuevas casas en la vecina Hong Kong. Antes de la Segunda Guerra Mundial, en Kowloon solo quedaba la muralla, una escuela y los edificios municipales.
Las cosas cambiaron dramáticamente tras la guerra. Durante la ocupación japonesa, el ejército del sol naciente había derribado la muralla reduciendo el antiguo fortín chino a un montón de escombros. El problema es que, en 1947, tras la rendición de Japón, las autoridades chinas quisieron recuperar la vieja ciudad. En respuesta, una violenta revuelta terminó con más de 2.000 residentes de Hong Kong ocupando los terrenos de Kowloon y construyendo más de 500 casas, en su mayoría de madera. Tres años después, y sin intervención ni regulación por parte de autoridad alguna, la ciudad estaba coagulada por unas 17.000 personas en 2.500 chabolas. En ese momento, la densidad de población ascendía a unos 650.000 habitantes/Km2. Para hacerse una idea, la densidad actual de Madrid es de 5.200 hab/Km2.
En enero de 1950, un incendió redujo a cenizas la mayoría de las casas de madera. La ciudad prácticamente comenzó de nuevo, pero esta vez lo iba a hacer con ladrillo y hormigón. Y lo iba a hacer mucho más a lo bestia.
La ciudad de los dentistas piratas
«El infierno de los vivos no es algo que llegará, si es que existe. Es lo que ya está aquí. El infierno que habitamos todos los días, que formamos todos juntos. Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta que que ya no se pueda ver».
Italo Calvino. Las Ciudades Invisibles
Durante tres décadas, desde 1950 hasta 1980, la Ciudad Amurallada de Kowloon creció de manera absolutamente incontrolada. Los edificios se agolpaban apoyados unos contra otros. Construidos unos encima de otros. Literalmente. Trabados como células explosivas. Multiplicándose sin gobierno y sin plan. Sin sol y sin aire. Sí, como un tumor.
En su cénit de población a principios de los 80, en Kowloon vivían más de 33.000 personas. La ciudad más poblada de la actualidad es Manila, con 43.000 habitantes/Km2. En 1983, Kowloon tenía una densidad de 1.270.000 habitantes/Km2. 33.000 personas en 26.000 m2. Usando el, ejem, sistema futbolero de medición: 33.000 personas en el espacio de apenas cinco campos de fútbol. No del estadio; del césped. Constantemente. Cada día. 33.000 personas que bebían de pozos naturales y de ocho tuberías venidas desde Hong Kong. 33.000 personas apenas iluminadas por fluorescentes y por generadores eléctricos de gasoil. 33.000 personas desarrollando una economía al margen de la legalidad.
Si las autoridades no hacían nada por controlar el desarrollo urbano de la ciudad, tampoco se dedicaban a hacer cumplir la ley. Así, esta zona de Kowloon estaba gobernada de facto por las triadas, que desplegaron una red criminal basada en el juego, la prostitución y el tráfico de drogas.
Pero 33.000 personas no viven exclusivamente de las drogas y el juego. La zona amurallada de Kowloon también tenía sus restaurantes, sus tiendas de comida, sus peluquerías y sus bazares. Y además, se desarrolló un curioso fenómeno: el de los dentistas piratas. En las fachadas externas de la ciudad proliferaron las consultas de dentistas sin licencia, que atraían a habitantes tanto de Hong Kong como de China; unos por sus precios mucho más baratos que en el enclave británico y los otros porque atendían a cualquier necesidad, no solo las más graves, que eran las que cubría la sanidad china.
Greg Girard, fotógrafo canadiense de National Geographic, recorrió esta parte de Kowloon a finales de los 80, tomando imágenes de la vida entre la basura y las fachadas imposibles de la ciudad. Publicó su trabajo en el formidable libro City of Darkness. Las fotografías son abrumadoras, no solo por el monumental horror del urbanismo descontrolado que nos enseña, sino también por las fascinantes imágenes de la cotidianidad que, a pesar de todo, se abría paso en un mundo sin sol. Los cables pelados y las colillas caídas en las comisuras. Las antenas torcidas y húmedas, devoradas por la corrosión. Las puertas y las ventanas formando un conglomerado de mil fragmentos de chapa y madera y vidrio. Pero también los escaparates y los carteles y los veranos tumbados entre las azoteas. Y las sonrisas. Sí, las sonrisas entre el aire estancado y espeso que inundaba cada calle y cada pozo de Kowloon como una riada incontenible.
En efecto, la ciudad amurallada de Kowloon era terrible. Era insalubre, oscura y deprimente. Era sucia y muy peligrosa. Era todo lo que una ciudad no debe ser. Pero también era fascinante; al menos desde la distancia. De hecho, esta fascinación por la ciudad superpoblada llevó a un grupo de arquitectos japoneses a dibujar una detalladísima sección de Kowloon, que editaron en 1996 en el libro El gran dibujo de Kowloon y que puede verse en alta definición en este enlace de la revista deconcrete.
En 1987, tras varios intentos a lo largo de los años, y considerando que la situación era insostenible, los gobiernos chino y británico acordaron su demolición completa. La autoridad de Hong Kong dedicó unos 350 millones de dólares a compensar y realojar a los habitantes de la ciudad, si bien algunos de ellos no consideraron satisfactorio el acuerdo y tuvieron que ser desalojados por la fuerza entre 1991 y 1992.
En abril de 1994, después de un año de trabajos de derribo, la Ciudad Amurallada de Kowloon dejó de existir para siempre. En la actualidad, el terreno donde se asentaba es un parque público. Un lugar verde, luminoso y tranquilo que se llama Parque de la Ciudad Amurallada de Kowloon. Un lugar donde nada recuerda a las tres décadas en las que allí, en ese mismo espacio, se levantaba una ciudad sin sol.
Nota: todas las imágenes de Kowloon, salvo las indicadas expresamente, han sido extraídas de la formidable web de Greg Girard, donde pueden verse muchas más.
La ciudad amurallada de Kowloon: la ciudad sin sol
